sábado, 29 de diciembre de 2007

Gnóstico

Borracho de palabras - la Noche - y llegando otra vez al territorio de los gerundios - acción iniciada, acción no finalizada - soñando que tus labios leen las letras que tienen la forma opaca de mi rostro asimétrico y teñido por una luz indirecta me escondo en los susurros del viento y del hielo cayendo, otra vez - de nuevo me faltan los verbos - no consigo encontrarte y tu eres albacea de mis secretos nocturnos y tu eres oráculo de revelaciones oscuras y dulces y de este modo me falta ahora más que lo que tu eres, me falta esa parte de mi que atesoras porque nadie - nunca - ha sabido como tú desentrañar las verdades y las veladas mentiras que flotan como humo - siempre como humo - entorno a mí cuando por las noches con dedos torpes busco tu mano entre tinieblas. Y olvido los colores, y no recuerdo haber conocido antes otra cosa que no sea el blanco y el negro y tal vez, de vez en cuando, unas gotas de rojo carmesí arrastrándose, ensuciándolo todo. Y no recuerdo la música ni sonidos que no sean los de los trenes alejándose, los coches pasando demasiado rápido, las sirenas de las que es mejor apartarse, los ascensores que suben y bajan. Y me pregunto donde estarás en estos momentos, y te imagino tejiendo risas para luego destejerlas en lágrimas y pienso en llegar a ti y tensar el arco y alejar a todos los pretendientes, poner rumbo tal vez al sur, surcar nuevos cielos y viejas estrellas...

lunes, 24 de diciembre de 2007

...y ¿a qué huele?

A luz. A sándalo. A madera. A noche, a fuego, a humo, a tabaco fresco. Me persigo a mi mismo y te encuentro a tí, pero estás dentro y a la vez tan lejos y no puedes salir, ni llegar. De modo que te encuentro pero no hablas. Y ni siquiera se cómo es tu voz, ni a que sabe.

Nueva entrada de pollos (Chanson d'Eau)

Se apostaban en la puerta fumando un cigarrillo cuantos minutos tardaría en salir su objetivo; cuando quisieron darse cuenta aún no había salido y fumaron otro cigarrillo. Bajo la luz amarillenta y opaca sus gabardinas parecían azules, como bajo cualquier otra luz, pero el tono era diferente - y no bajo todas las luces todos los tonos son diferentes - en el momento en que el negro tomó por fin el camino a casa silbando, cruzando entre dos extraños. Se calaron su sombrero al pasar bajo un desagüe del tejado y se lo ajustaron bien. Los pasos del negro sonaban lentos, acompasados, turbios, y los dos hombres apretaban los suyos porque los cordones se aflojaban de vez en cuando, cuando, al percatarse de que el tipo se alejaba, aceleraron su marcha. Finalmente el hombre se detuvo frente a un portal que no era el suyo, y luego tras otro que tampoco lo era, se detenía, observaba algo dentro y seguía caminando - Los hombres de la gabardina azul dedujeron que se estaba peinando - finalmente el negro - decía - frenó ante un portal que no era el suyo y comenzó a tararear una canción. Se encendió una luz, asomó la cabeza de una muchacha. Los hombres deplegaron unas pequeñas sillitas de pesca, se sentaron y tomaron notas al azar, a veces un fa, a veces un do, las escribieron en libretas de Moleskine. Comenzó a llover. Sintieron el abrazo de frescor de la canción del agua....

Writting

In some poetical way, i’ve no words when i try to write in a different lenguage. If i have to think in english (for example, is for me the easiest form), i can think but i not find the words. So in conclussion, lenguage is not necessary to think. But is so fucking necessary for write.

Cuanto de Navidad

Me preguntaron ¿cuando vas a escribir otro cuento de navidad? y yo contesté "no importa cuando: importa cuanto". Por lo que, nuevamente, el Cuanto de Navidad.

Siempre le habían dado miedo las alturas. No por verlo todo muy lejano, o pequeño, sino por el más simple miedo a caerse. Y ahora estaba ahí, arriba, viendo todo muy muy pequeñito y haciendo un cálculo aproximado de la distancia que le separaba hasta el suelo, la velocidad a la que caería y la aceleración. La gravedad es la fuerza de atracción mutua que generan dos cuerpos con masa. Sin duda, su cuerpo tenía masa cuerpo tenía masa (quizás un exceso de masa), e indudablemente la Tierra tenía que tener mucha masa. Vista desde esa altura, estaba claro que era muy, muy grande. Nunca había abarcado tanta Tierra de un sólo vistazo, y su masa era abrumadora.

La fuerza de atracción mutua entre doe caería y la aceleración. La gravedad es la fuerza de atracción mutua que generan dos cuerpos con masa. Sin duda, sus objetos con masa es directamente proporcional al producto de las masas de cada uno, e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa. Eso le hizo sentirse aliviado. Tal vez, la distancia que le separaba de la Tierra compensaba, en cierto modo, la diferencia de masa. Por un momento se le cruzó por la cabeza si esa ley no implicaba que una persona de constitución gruesa tuviera una mayor propensión a chocarse con la gente por la calle.

La aceleración era otro cantar. La aceleración de la gravedad (g), es decir, la aceleración que el campo gravitatorio imprime sobre un cuerpo bajo su influencia, es de 9.8 m/ s, en la superficie de la Tierra. En la superficie de la Tierra. ¿Como puede ser eso? ¿Significa que, mientras caminamos tranquilos pensando en nuestras cosas, estamos constantemente cayendo a 9.8 m / s, pero como tenemos el suelo que nos frena, no nos hundimos en las entrañas del planeta? Dudaba de muchas cosas, pero había una que era a todas luces clara: que no se encontraba sobre la superfice terrestre, y por tanto desconocía cual era la aceleración de la gravedad a la altura en que se encontraba en ese preciso instante. La falta de ese dato hacía absurdo, pues, conjeturar sobre algo de lo cual no podía tener certeza alguna. Bien, siempre hay que dejarle un pequeño espacio al misterio...

En la teoría cuántica, la gravedad aparece como fuerza fundamental que liga a todas las partículas con masa con otras a través de otra partícula, un bosón transmisor del campo gravitatorio denominado gravitón. Comenzaba a entrar en el campo de la fé, donde cosas como los bosones existen y saludan con una simpática reverencia al viajero, una sonriente y amable partícula de espín entero (0,1,2...). Esta propiedad (el poseer espín entero) confiere a los bosones unas características especiales. Se comportan de acuerdo a la estadística de Bose - Einstein e incumplen el principio de exclusión de Pauli. Son bosones los fotones y los nucleidos con un número par de nucleones, como las partículas alfa.

Por un momento deseó que los bosones que le envolvían incumplieran con algún principio mas que la mera exclusión de Pauli, que en esto momentos no le resultaba para nada útil. Pauli, Pauli, ¿quién demonios era Pauli? Newton. Romper con los principios de Newton, eso si que tendría mérito. Por un momento le dio la impresión de escuchar miles de diminutas carcajadas bosónicas.

Una conclusión, a fin de cuentas: si estamos cayéndonos de forma constante, y lo único que nos salvaba del inevitable trompazo era la firme tierra bajo nuestros pies, el único problema de la caída sería la ausencia de suelo, hasta que se llegara al punto en que el verdadero conflicto lo produjera, precisamente, la presencia de suelo en demasía. Las cosas de la vida. Todo puede ser siempre una ventaja, hasta que se convierte en un problema o como dirían los químicos "si no eres parte de la solución , eres parte del precipitado"

Eternamente cayendo, eternamente cayendo... la expectativa tampoco era mucho más atractiva. Bien, quizás estamparse contra el pavimento no estaría tan mal. Pensar en caer eternamente le estaba empezando a causar mareos, y por lo menos sería una caída con un principio y un final, como todo lo que en este mundo es y debe ser.

Bien, ya estaba listo. Estaba preparado. Estaba mentalizado. Pronto se iba a convertir en una constante, se iba a convertir en una prueba más de la fiabilidad de la ciencia, infalibilidad que se basaba en experiencias empíricas y demostrables, como la que él iba a vivir. No existen en la vida de un ser humano, provisto de libre albedrío y azotado por un océano de incertidumbres, muchas certezas carentes de miles de variables, por lo que iba a experimentar algo que le está negado al común de los mortales. Allá iba. Con decisión.

¡Espera, espera, espera un momento! ¿Y después, qué? Espera ¿Como iba a tomar una decisión tan importante sin medir las posibles consecuencias? Sin duda la experiencia sería nueva, pero, ¿cual sería su utilidad? ¿El mero disfrute fútil y fugaz? Eso carecía de toda lógica. Caer era una certeza, pero el resultado de tal hecho era completamente incierto, más allá de un simple "haber caído". Sin duda habría caído, pero ¿moriría, se rompería algo, los bosones que mantenían ligadas sus piezas dejarían escapar alguna parte vital de su frágil estructura ósea, su propio, personal e intransferible campo gravitatorio sería ignorado por alguna de las partículas que se encontraban hasta cierto punto felizmente ligadas a él?

¡Oh, la sombra de la duda, que provoca que grandes empresas tuerzan su rumbo para nunca volver a merecer el nombre de la acción...!

Decidió, pues, no caer.

Cerró los ojos y con firmeza renovada, y profunda convicción, deslizó su pié hacia abajo hasta encontrar el siguiente escalón.

Tras lograr su propósito con aparente facilidad, hizo lo propio con el siguiente pie. Repitió este gesto en cinco ocasiones, hasta que sintió el suelo bajo sus pies. Por un momento dudó que este fuera capaz de soportar toda esa fuerza que su masa producía, ese impulso hacia la rotunda bajidad. Sin embargo, se mostró estable e imperturbable.

Poco a poco se alejó de la escalera, sintiéndose en cierto modo culpable por haberse negado la oportunidad única de convertirse en una muestra cayente del incuestionable poder de la ciencia.

Cerró con reverencial respeto la temible escalera de aluminio y la guardó un en un rincón.

Bien, nunca se sabe. Tendría una nueva oportunidad el día en que hubiera que descolgar el espumillón y las bolas de cristal que decoraban el frondoso árbol de fiable plástico, cuya ojival copa se extendía por los etéreos espacios del salón, perdiéndose en las altas cumbres de la escayola del techo. Allí, solitaria y desafiante, una estrella cubierta de purpurina, estratégicamente iluminada con una pequeña bombillita azul, servía de faro para evitar que miles de partículas flotantes impactaran sin remedio contra ese cuerpo extraño en la habitualmente vacía sala, que no aparecía en ningún mapa, plano o carta de navegación celeste.

Se sentó en su silla, encendió el monitor del ordenador y, cuando estuvo seguro de que nadie le miraba, respiró aliviado.

Después felicitó la Navidad a todos sus amigos, con una sencilla fórmula que todos sabrían sin duda descifrar y entender, de modo que perdiendo su valor de simple código, llegara a ellos con su verdadero significado, profundo y afectuoso.

Fleiz Navidad a todos.



En torno al fuego giran y rotan los años y los dias y las vidas e incluso más allá, la muerte, la memoria, el olvido. El niño pasa a ser hombre cuando muere el viejo, y el viejo pasa a ser niño cuando otro niño nace y se mira en sus ojos. Y cuando el niño pasa a ser hombre el viejo piensa en la muerte y ya no hay alegría ni hay brillo, solo nostalgia y consciencia. Tal vez sean estos los dias en que más conscientes somos del paso implacable del tiempo, y toda celebración tiende a tornarse en lánguida conmemoración, y en la reunión familiar pesan más los platos que faltan que los que están servidos.
Y entonces bebemos y fingimos sonrisas y bebemos mas y ya no fingimos. Y hace frío, y necesitamos calor, una lágrima se desliza desde las doce en punto hasta las seis y media porque hace frío, una copa se vacía tras otra porque hace frío, las luces multicolor resplandecen distantes porque hace frío.
Pero los años giran y rotan en torno al fuego. E incluso más allá.

jueves, 20 de diciembre de 2007

Sueñolencia

Bajo la suave neblina
de mi café
mengua la luna
caliente
y dulce.

Perdido entre la bruma
de los sueños
bebo despacio y
en mi estómago ingrávido
flotan los días pasados.

Ascender
a todos los desiertos
del mundo,
recorrer
las más altas cumbres.

Y todas las cosas son
las últimas cosas
y todos los momentos
son los últimos momentos.

Te espero
letra a letra
te espero
noche a noche
te espero
y no te encuentro
bocanada de brisa
que se pierde
prendida del viento.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Tanto más que mejor




Todos celebraban juntos el dia de su amistad, ese día de Sol bajo el cielo y agua en los aspersores y césped verde y mal cortado, junto al peligroso borde de tu piscina. Y entre los aromas de la excitante juventud y las risas ahogadas en cloro tu te escondías de la sombra y como dormida yacías respirando (¡respirando, que bendición!) y me intuías cerca y tal vez eso te incomodara, pero no tenías ni idea (no tenías ni idea) de las melodías que rondaban entonces por mi cabeza. Siempre al rescate, siempre a la orden, y nunca he sabido no pedir cuentas, aunque sólo fueran dos más dos. Espero que seas feliz, espero no sufrir más en la distancia por tu sufrimiento (es un hermoso anhelo); pero igualmente estaré atento y silencioso esperando acudir al país de Las Últimas Cosas para salvarte aunque sea de ti misma si considero que eso es lo que necesitas, lo necesites o no (esa es otra de mis maldiciones: aunque no sea hasta mucho después que te des cuenta de que te salvé); a pesar de que a cualquier sitio al que te conduzca siempre ha de ser más gris que del que te salve (esa es mi maldición). Pero lo haré y lo sabes, no puedo evitarlo, estaba escrito en esa partitura que volando pasó entonces desapercibida entre el aire infectado de serrín y verano...

Polvo

Foto: New York movie, de Edward Hopper. 1939. MOMA, Nueva York.


Reptando por el suelo
rastreando gotas
de niebla
infectas mis sueños.

Prueba con una explosión de sonidos azules metalizados - Si te parece, puedes envolverlo en unos tonos ocres - , que huela un poquito a barniz, y la luz blanca, muy blanca, concentrada enfocando a un sólo punto, un escenario vacío con el parquet viejo levantándose gris aquí y allá y cientos de motitas de polvo cayendo en espiral y ascendiendo en torno al espacio iluminado. Entonces ha de surgir, no cabe duda. Y mira al techo, una araña de cristal refleja destellos pero ya no se encenderá y lo sabe, pende del cielo inerte. El terciopelo de los asientos aún es agradable al tacto y un distante rumor de agua indica que está subiendo la marea en las cloacas. Todo está demasiado solo y demasiado quieto como para que yo me vaya a buscarte, ¿y por qué iba a hacerlo aunque quisiera?.Estoy en el lugar perfecto para echarte de menos.
Y se hace el silencio.
Y todo estalla en mil pedazos.

WeltschmerZ

Comienza con un pasaje muy rítmico, algo así como
-Tú, tú, tú sabes... tú sabes lo que estás haciendo ¿verdad?
Y prosigue. La cercanía del mañana nos invita a pasear por el borde del precipicio (sí, el precipicio, el abismo, la eterna caída) y si los ojos se nos van hacia el fondo nos encontramos con que ya estamos cayendo y no hay lugar al que asirse, solo la estúpida voluntad de caer más despacio. Así que de pronto ya es hoy otra vez, cosa que no dejará jamás de soprenderme, y seguimos cayendo noche tras noche, paso tras paso. No es una cuestión de vértigo, puede resumirse más bien en torno a las curvas de tus piernas y de tus hombros (son la clave, ¿sabes?). Habrá quien piense que esto no es mas que un mar de lágrimas, deleitarse en la tristeza (que error amigos, no hay sentimiento más bello y verdadero, mas lleno de absolutamente nada). Probad vosotros a desgarraros las muñecas contra las paredes forradas de falso granito, y aún no habréis sentido ni una infinitésima parte del dolor del mundo...

domingo, 16 de diciembre de 2007

Sopa de peces

Foto: Sin referencia confesable


Ingredientes:

  • 1.422 trillones de litros de agua
  • 50.000 billones de toneladas de sal
  • Peces al gusto, preferiblemente algunos cientos de billones de kilos.
  • Moluscos, Crustáceos, también en gran cantidad.
  • Algas y corales en abundancia.
Modo de preparación:

Verter el agua en un recipiente mineral, añandirle la sal y remover lentamente. Calentarlo a fuego lento. Cuando el calor suba y el fondo se quede fresco, verter las algas y los corales y esperar a que arraiguen; una vez esto suceda añadir despacio los peces el y resto de los tropezones. Dejar olear unos millones de años. Servir frío y presentarlo con unos chorritos de fuel entrecuzándolo y unos crujientes aderezados con apartamentos en primera línea de playa y guiris tostaditos.

lunes, 10 de diciembre de 2007

La mañana transfigurada

Foto: Pequeño microcosomos compuesto por tejado, ventana, generadores de aire acondicionado, gato callejero trepando y paloma aleteando (los animales salieron del plano justo antes de poder hacer la foto). Calle Los Moros en la confluencia con la Plaza del Camarín de San Martín. Valladolid.

Cuando abrí el ojo izquierdo el reloj marcaba las 5:30; cuando abrí el ojo derecho ya eran las 8:00. Así que había dormido dos horas y media, de modo que me levanté de mi cama estremecido por una tristeza prosaica, la del frío en los pies y la nostalgia de mi cama, tan cercana, tan prohibida la calidez de sus mantas - te dije que me dormiría más tarde que tú - y la sensación del desayuno era de angustia, un angustioso desayuno de leche con cereales y un buchito de coca cola para quitarme el reseco del tabaco nocturno y maldita la hora porque el ardor de estómago ya me estuvo acompañando todo el día. Traté de reencontrarme con la realidad con mis quince minutos de sofá matutino pero el bueno de Vicente Vallés me parecía un Bela Lugosi inquietante y no encontré la paz tampoco en ese momento habitaulmente tan grato. Cuando me encaminaba arastrando los pies por el pasillo de vuelta a mi cuarto para coger las llaves y mi bolso escuché unos arañazos en la puerta de casa; me asomé a la mirilla y divisé a los alborotadores, estaban encerando el suelo y la máquina hacía ruido y los enceradores gritaban mucho. Abrí la puerta, sorteé un trozo de papel de embalar que habían colocado muy profesionalmente al pie de la puerta para no rozar la madera (con ningún éxito) llegué al ascensor y mientras los escuchaba gritar mi mente semidormida trazó una teoría: para los trabajos ruidosos se suele contratar a personas que gritan mucho o que tienen un tono de voz alto y desagradable. Pensadlo: enceradores, albañiles, trabajadores agrícolas (en el campo no hay tanto ruido pero hay que comunicarse a grandes distancias). En los bares también hay ruido y se grita mucho; tal vez mi teoría tuviera poca base.

Saliendo a la calle lo primero que me sorprendió fué un frío intenso acompañado de un sol de justicia, altamente contraindicado para una persona destemplada y con fotofobia autoinducida por la falta de sueño. Una señora con chándal rosa avanzaba con paso decidido precedida por un perro espantoso, diminuto, azorrado (no se si existe la expresión), chato y feo, con el pelo cardado dándole forma de pompón gigante (a su pequeña escala) y el tren trasero descolocado de modo que andaba en diagonal (pobre esperpento de la naturaleza, sin duda fruto de siniestros experimentos científicos de empresas de suavizantes y diagonales). Sería este el primero de una serie de perros matutinos. Crucé la calle que llevo años cruzando a la altura de la plaza de Luis Braille, por fin han terminado la obra de la acera y sin embargo la atravesé tan suicida como cuando no la había y estuve a punto de ser arrollado por una furgoneta blanca: sería la primera de una serie de furgonetas blancas con malas intenciones.

Avanzando por la calle Renedo me sorprendió ver cola a la puerta del veterinario, colas más bien, porque tres perros enfermos con cara triste esperaban a su médico. Uno de ellos, un pastor alemán, llevaba uno de esos aparatos en el cuello con forma de megáfono que yo me pregunto si servirán para ayudar a los perros que ladran bajito; al menos en este caso actuaba como amplificador de unos alaridos perrunos que taladraban mi cráneo. Me percaté de que el portal de mi abuela estaba abierto y estuve tentado de entrar; para mi sorpresa observé que estaban encerándolo unos señores ruidosos, y en mi cabeza aturdida rondaba la absurda idea de si sería hoy Santa Cera o el Día del Pulimiento, que asocié a algún poso sedimentario de la cultura neolítica, poso que volví a plantearme ante la presencia furibunda de una anciana cubierta de pieles y de otra mujer de edad venerable con una estola atada de tan mala manera que parecía haber cogido propiamente al perro pompón antes mencionado y directamente habérselo enroscado en el cuello. Llegué hasta la calle de Colón, donde tuve la prudencia de mirar hacia la izquierda y de este modo evité que me llevaran por delante dos condenadas furgonetas blancas que aceleraban en paralelo como si estuvieran atravesando el túnel de Montecarlo, y proseguí tomando un desvío para pasar por la librería Alejandría. Recé por que estuviera cerrada, ya que de no ser así seguramente iba a acabar comprándome uno de los muchos libros que ahora no debo leer porque tengo que leer muchos otros. Mis ruegos fueron escuchados, de modo que continué mi camino adentrádome en la semipeatonal calle de Juan Mambrilla. Dos estudiantes de derecho me adelantaron y por su conversación deduje que eran idiotas y pensé en fin, carne fresca para Legalitas, y a continuación me situé a la espalda de dos señoras mayores (que no llevaban pieles de animal a la vista) y no pude dejar de escucharlas dialogar - Pues yo ahora me tengo que tomar tres pastillas por las mañanas. - ¿Por la tensión? - Si, la tengo alta - ¿Y por que la tienes alta? - Tomo tres pastillas todas las mañanas - ¿Pero por qué tienes la tensión alta? - Las mandó el médico - ¿Pero por qué tienes alta la tensión? - No lo se, siempre la he tenido así - ¿Y entonces por que te mandan ahora las pastillas? - Porque tengo la tensión alta.

Estaba en la plaza de los Oligastros (no la busquéis en el callejero, sólo yo la llamo así. Tiene que llamarse de algún modo) y girando a la derecha tomé la famosa calle de Los Moros, donde una vez participé en una épica batalla (no, no fue contra una croqueta). Me detuve para hacer fotos a una esquina pintoresca, un pequeño microcosomos compuesto por tejado, ventana, generadores de aire acondicionado, gato callejero trepando y paloma aleteando en un espacio tan pequeño que me apenó no poder quedarme a estudiarlo toda una mañana. San Martín (lo que le llega a todo su cerdo, como decíamos ayer), calle La Lira y esa otra estrechura tan bonita donde se encuentra la casa de Zorrilla (no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague: por fin la han reabierto, aunque demasiado tarde para enseñársela a mi kleine muse), tan bonita, digo, con ese fotomatón que prácticamente marca el pulso de mi vida, tan bonita sería, digo, de no estar emplazada en esa misma calle esa dichosa comisaría donde desde hace cinco años debería acudir a renovarme el DNI. La puerta del famoso garaje electrificado "Prohibido Orinar" se cerró a mi paso como si hubiera estado esperandóme para hacerlo, confiriendo a mi deambular aún mas reminescencias de Walter Ruttman. Desemboqué en Cadenas de San Gregorio, donde mis sensores semiletárgicos percibieron la presencia de una chica con piernas largas y poncho que desgraciadamente y con gracioso caminar se desvió hacia El Agujero Antes Conocido Como Calle Angustias, y yo puse rumbo hacia la estatua de Felipe II, ilustre pucelano que nos dejó una catedral la mar de poética como recuerdo de su estancia entre nosotros, y finalmente frente a ese ruinoso (y adorable) colegio El Salvador un despistado conductor de una furgoneta jodidamente blanca causó un divertido caos al atravesar por el carril bus-taxi para luego lanzarse en dirección prohibida de cabeza hacia El Agujero Antes Conocido Como Calle Angustias. Sit tibi terra levis, amigo.

El caos circulatorio en la confluencia de las calles Imperial y San Quirce suele ser fenomenal, y una ancianita lo evitaba emulando a Chita, caminando con endebles piececillos por encima del bordillo y asiéndose a la valla protectora de la curva por el lado de la carretera, primero con una mano, luego con la otra (como si no hubiera acera, mujer de Dios) y yo me planteaba, pasando junto a una gran tienda de chinos, que toda esa basura que vendían debía fabricarse en algún sitio, que había esforzados currantes en algún lugar recóndito que se dedicaban a fabricar esos jarrones espantosos y esas cabezas de dragón de plástico radiactivo, profunda disquisición interrumpida por una súbita lluvia de pelusas que procedían indudablemente de la alfombra que estaba sacudiendo alguna guarra individua (no lo comprobé y puede que mi comentario parezca sexista, pero díganme ustedes cuando han visto a un tío sacudir una alfombra que no fuera de del coche), ¿donde está la policía en esos casos? ¡Cuanta fuerza represora mal enfocada, eso si que es un delito contra la sanidad pública y no lo que yo fume para mi mismo y mis pulmones doloridos y mi cabeza flotante! Tragando el humo de los coches me consumió la cólera pensando cuanta hipocresía nos envuelve con total naturalidad.

Por fin la Plaza de la Trinidad, al fondo la hermosa Biblioteca Pública de Valladolid, y saludándome dos palomas que se echan a volar en canon (volvemos a Die Symphonie der Großstadt a escala humildemente pucelana). Mi casillero habitual está ocupado así que utilizo el 87 porque sus dos dígitos suman 15 y comienzo a ser consciente de que no recuerdo el nombre del autor del libro que tengo que buscar. Cannavaro es un futbolista, lo sé porque lo sabe Tyler, Caravaggio es el rey del claroscuro por mucho que le pese a Tintoretto, y el tipo este es una fusión de ambos. Sonrío cuando obtengo resultado por Canavaggio, entro en la biblioteca, busco 82.07 CAN y no encuentro nada aunque según el ordenador está disponible; de modo que vuelvo al ordenador, no se de donde he sacado esa signatura, la correcta es 86.09, busco de nuevo entre los libros 86.09 CAN y nada, estoy tan cansado que creo que me voy a dar por vencido pero la casualidad me descubre un libro de John Dos Passos sobre sus viajes por Europa en el periodo de entreguerras, lo cojo golosamente aunque de Dos Passos sólo sé que escribió Manhattan Transfer, una especia de Berlin Alexanderplatz a la yankee, y eso de nuevo entronca con Walter Ruttman y todo cobra sentido. Un último vistazo al ordenador, efectivamente la signatura es 86.09, pero no es CAN, sino HIS (Ya que Canavaggio sólo es el editor y se trata de una obra coral). Por fin lo encuentro, el Tomo IV dedicado a la literatura española del siglo XVIII resalta al ser mucho más delgado que cualquiera de los otros cinco tomos (deducción: poco hay aprovechable en la literatura española del siglo XVIII, le pese a quien le pese, Espronceda me perdone). Bajo orgulloso con mis dos presas de esta mañana y encuentro una fuerte marejada de niños de primaria que han venido a conocer la biblioteca. Salgo corriendo como alma que lleva el diablo, recupero mis bártulos tras tratar infructuosamente de abrir el casillero 15 con la llave del 87 y por fin entro en el refugio soñado, esa cafetería (no vo ya decir el nombre) con mesitas redondas, internet gratis y música barroca por las mañanas. Mi mesa está ocupada por uno de los bibliotecarios y una señorita veinte años más joven que él. Espero a que el camarero me atienda (un tio, todo sea dicho, bastante hosco). Finalmente repara en mi presencia y me dispara un agresivo "que quieres" apuntándome con su afilada barbilla de Habsburgo. Un...café...con leche... (mis primeras palabras del día). Tomo asiento en una mesa demasiado cercana a la barra para mi gusto y trato de escribir todo esto en un cuaderno pero tengo demasiado sueño y se me caen las palabras. Una oronda señora entra acompañada por una oronda joven cuyo tono de voz resulta de los más desagradables que he tenido el gusto de escuchar ese mañana, y dice "¡mira, si está ahí el Jose! ¡Hola Jose! - ¿Que pasa? (contesta incómodo el bibliotecario con jovencita) - Qué, tomando el café, ¿eh? - risa sardónica de la muchacha oronda. Sardón es un pueblo. Risa nerviosa de la jovencita acompañante de bibliotecarios. El Nervión es un río que a su paso por Bilbao se transexúa y se convierte en ría. También es un barrio de Sevilla. Todo está relacionado. - Si - responde cortante el bibliotecario -, ya ves (cosas que se usan para abrir puertas, o bien deidades hebráicas duplicadas)

Dejo de escuchar tan interesante duelo dialéctico porque a mi derecha una pareja gaymente amorosa comienza a discutir acaloradamente sobre a quien le toca pagar el café - Me toca a mi - No, me toca a mi - y fantaseo pensando en que el calvito coge una botella de cerveza, y la rompe contra la cara del camarero para luego amenazar con el filo cortante a su concubino. Amenazar es un verbo de la primera conjugación. Como Aznar. Yo azno, tú aznas, él azna... Hora de marcharse, pago a disgusto el carísimo 1'20 que cuesta un café (absurdo cuando el desayuno completo es 1'50), observo con curiosidad a los milicos de la oficina de reclutamiento que el Ejército de Tierra ha colocado en la ya comentada calle San Quirce (han puesto a un chico y a una chica rubia. El chico era moreno, creo. Los dos con uniforme de campaña y toda la pesca. Ella llevaba coleta) y por fin llego de nuevo a Cadenas de San Gregorio.

Un hombre canoso toca el acordeón con un deje porteño.
A mi derecha un perro de considerable tamaño reposa emulando a un león de la sabana.
A mi izquierda un hombrecillo pasea a un inquieto foxterrier
y yo en medio,
y las palomas vuelan
y el foxterrier se fija en el leonino chucho,
y las cigüeñas claquéan
"Hola, mi nombre es Chimo el Foxterrier, tu mataste a mi padre, prepárate para morir"
y yo presiento que está a punto de desatarse un infierno.

Pero no hay infierno, sólamente frío y granito. El perro leonado descansa a la puerta de la oficina de empleo cansado ya de luchar. Paso junto a la plaza de Relatores y recuerdo distante la cálida y sensual promesa de unos ojos verdes. Un tiovivo gira vacío mientras la gitana feriante contempla el polvo en suspensión y un pasteloso bolero desentona con el ruido sordo del inminiente invierno. Un cachorro de pinscher miniatura tiembla dentro de una caja de metacrilato. Debe tener días, y todo lo que ve es la Avenida Real de Burgos, con sus tres carriles y lo que eso conlleva, con los peatones desfilando ante él, golpeando el cristal para saludarlo. No agita la cola. Tiembla.
- Es como mi perro - me dice una mujer desdentada a la que no conozco de nada y que se ha parado delante del mismo escaparate - novecientos euros cuesta, nada menos.


En ese momento decido que lo que yo necesito es comprarme un jersey.
Y luego pasa la tarde, habiendo perdido su amor.
Y escribo esto.


Esas montañas estúpidas

Foto: Las montañas del Sistema Central vistas desde el pié de la muralla sur. Ávila.


El amante de las flores

En las montañas de Valkeri
entre los pavorreales que se pavonean
encontré una flor
tan grande como mi cabeza
y cuando me estiré
para olerla

perdí el lóbulo de la oreja
parte de la nariz
un ojo
y la mitad de la cajetilla
de cigarrillos

regresé
al siguiente día
con la intención de cortar
aquella maldita cosa
pero la encontré
tan hermosa
que en cambio
maté un
pavorreal.

Henry Charles Bukowsky



Viajan rápido en esta época, se encaminan hacia tierras más cálidas.

Huyen de las frías nubes de invierno que las pisan los talones.

Y ahora a pensar en el vuelo de las mariposas. Es tembloroso e inseguro, no fueron hechos para volar los gusanos. Había unas viejas murallas en blanco y negro y un fantasma sentado a los pies de mi cama, cambiando canales de forma automática. Estoy tan cansado, tenía mucho que contarte y tu no has venido... había algo en las montañas ¿sabes? El otro día, junto a las murallas. Y faltaba algo, también, faltabas tú de alguna manera de modo que las nubes parecían tan solas sin tí, parecían echarte de menos en forma de nubes. Yo sé donde nacen las nubes, algún día te lo contaré pero ahora mismo no puedo hacerlo porque he firmado tres cláusulas de confidencialidad y sólo me tranquiliza el polvo en mis ojos y el vuelo de un halcón, y las plumas de una paloma estallando en el aire con un suspiro de susto.
Se extendía frente a mis ojos una pradera llana y verdadera salpicada aquí y allá por árboles ornamentales y pequeños grupos de casas, y cuando el verde se tornaba azul se iba convirtiendo en masa de roca coronada de nieve nueva y en sus laderas, en sus azules laderas yo también oía como reían, yo también veía como todo el río eran las lágrimas de los peces. De pronto cruza frente a mi una ruidosa fiesta de jinetes con cintas rojas y no hay manera de que callen sus flautas para que me dejen escuchar la música del polvo y la duna. Ahí está de nuevo
el halcón
cerniéndose sobre vosotros, despreocupados transeuntes. Me deleitaré una vez más viéndolo cazar, rompiendo el aire con su violín de acero y ascendiendo en brazos del viento del sur. Tengo que enseñarte esto cuando estés aquí, aunque entonces seguro que no sabré donde encontrarlo pero al menos verás el agua brotar de entre los helechos en un secreto recoveco, y todas mis ruinas tristes; pero esas montañas tal como ese día me observaron se merecen una lección, merezco mi revancha y prometo que en menos de dos meses volveré a encararme a ellas todo un día y las devolveré sus carcajadas en forma de conjuros que cambien el curso de las corrientes y entonces podrás, seguramente, escuchar mi voz bajando por el valle y no darás crédito a tus oídos. Entonces tendrán que inclinarse hacia mí y ya no me costará subir cuesta arriba. Esas eminencias malparidas hijas del corrimiento…*


*La orogénesis es la formación o rejuvenecimiento de montañas y cordilleras que se produce por la deformación compresiva de regiones más o menos extensas de litosfera continental. Los materiales sufren diversas deformaciones tectónicas de carácter compresivo, incluido plegamiento, fallamiento y también el corrimiento de mantos..




jueves, 6 de diciembre de 2007

Niebla

Foto: Catedral engalanada de niebla. Valladolid.



De nuevo es de Sibelius

Mira a Louie. Se acerca al triste Jacques, al grisáceo Jacques, y le dice “Hola, Jack. He venido a buscarte, baila conmigo”. Y la música de las polillas y los murciélagos y el lento fluir del Sena, y los distantes ecos de los coches pasajeros, de los camiones de la basura, de los vagabundos y los borrachos sacudiendo sus pies plomizos contra el suelo de granito se convierten en orquesta y todo ese París, nuestro París, interpreta un vals triste y giramos a su son. Ella es, claro, más alta y brillante que él, pero mi esfuerzo trata de compensar al menos el cuadro para que no resulte ridículo y le calzo unas botas camperas con un tacón de casi cinco centímetros. Y cuando se encamina la mejor parte una risa nerviosa entrecruza, tal vez no pueden sostener sus miradas sin deslumbrarse de ese modo y es extraño pero es demasiado hermoso para no serlo. Yo, espectador casual, enciendo un cigarrillo que intercambié a un tirado el lunes pasado en la estación de autobuses de Madrid: el me pidió un euro para llamar por teléfono, y yo lo troqué por un cigarro que no fumé al considerar después que me había salido demasiado caro como para malgastarlo.

Hay un momento indeterminado en el que todas las luces se cruzan y señalan a una misma dirección y entonces se escucha el rumor del público que sospecha que está a punto de levantarse el telón de un modo u otro.

Jacques y Louie se sientan exhaustos en un banco de piedra, observan el reflejo cambiante de la Luna, los miro y secretamente envidio que sean dúctiles y maleables y yo no sepa aún domar los vientos para atarlos a mi espalda y que me conduzcan cerca de ti y aún así te deseo en silencio a mi lado, distante o más cerca quizás, quizás tras mi espejo, quizás tumbada a mi lado leyendo mis labios; y odio a mi alma por no ser sólo poesía, por no poder vivir vagando entre encabalgamientos y metáforas y otros tropos de nombre exótico y acercarme de este modo a ti en este estado sublimado, transfigurado, trascendente, sin que sea necesario que nuestros cuerpos se acerquen un milímetro más y por otro lado cuando la parte dramática del vals arranca con su aceleratto y su cescendo necesito girar alrededor de algún epicentro sintiendo veraz el tacto de tus manos y estrellar un vaso contra la pared y ser temible y admirable siervo de tu presencia arrullante.

Ululan los colores del arco iris de la noche, siempre ha de ser de noche excepto cuando saques las flores a la ventana,

ya sabes,

al balcón de Montmatre desde donde me ves pintando palabras rotas y uniéndolas mediante humo. Y espero entonces a que nadie mire, subo a un taburete del café (los mimbres deshilachados a penas se sostienen unos a otros) y grito y canto desafinado para que me oigas y bajes y todos acudan de nuevo y adivinen quién es el poeta cuyos versos tienen mejor destino. Entonces saben bien lo que va a suceder acto seguido: la ciudad se vuelve orquesta y giramos y el mundo se detiene en ese punto porque existen fuerzas que escapan a la razón e incluso al sueño de la.

Pero no son mas que marionetas, se baja el telón y sólo aplauden los que se han dormido antes del princpio, pues Los Despiertos conocen la terrible verdad: su tragedia es ser de madera y trapo, de barniz, y el titiritero se aleja con sus sueños metidos en una maleta vieja.

Y entonces resulta que se encuentra contigo.

lunes, 3 de diciembre de 2007

The Test

Foto: Estación del Barrio del Pilar, dirección Arganda del Rey. Madrid.


Il etáit une fois une jeunne femme que caminaba con paso decidido por una luminosa estación de metro. Los trenes avanzaban sin detenerse en el andén, atravesaban las vías dejando tras de sí un rastro blanco y azul. Un silbido era todo lo que se escuchaba a su paso, ni el traqueteo de los vagones, ni el bullicioso circular de los pasajeros, ni los metálicos anuncios de llegadas y partidas. Una joven mujer de cabellos dorados caminaba por la estación.
Sus pies dejaban una huella clara en el suelo que parecía tornarse arena marina cuando pisaba sobre las teselas del mosaico. El agua se filtraba entre los diminutos granos y formaba pequeños estanques de agua salada de la talla treinta y ocho. Por efecto de la eutrofización en ellos se generaban verdes cinobactérias que producían óxigeno para alimentar la cadena de la vida: florifacción (W) , floriscencia (F), frutigénesis (nah). Una joven mujer de cabellos dorados paseaba por la arena. A su paso brotaban flores de blanco azahar.
El camino que la conducía hacia delante no terminaba nunca. Los árboles se alzaban ya hacia la arbolescencia y pronto serían bosque, su sombra frondosa alumbraba los raíles. A los pies de sus raíces los papamoscas se dejaban caer siniestros, y las musas extendían sus verdes hojas y exhibian frutos amarillos que hacían las veces de pequeños soles constelados. En torno a cada uno orbitaban diminutos sistemas planetarios de diversa población, pero por influencia conspicua de rámeras inuesas todos acababan siendo devorados por las rotundifolias dróseras. Las drosófilas salian huyendo tan deprisa que un ejército de lucifersas se batía en su interior convirtiéndolas en luciérnagas. Una joven mujer de cabellos dorados caminaba en un bosque, el Universo giraba a su ritmo.
La bioluminiscencia es un fenómeno relativamente frecuente en bastantes especies marinas; las últimas estimaciones consideran que hasta un 90 % de los seres vivos que habitan en la porción media y abisal de los mares podrían ser capaces de producir luz de un modo u otro. En hábitats terrestres la bioluminiscencia no es tan común.
Cabellos dorados, joven mujer, resplandor.
Yo recogía los frutos, golpeaba y horadaba la tierra, excavaba y me llenaba de barro. El sudor danzaba con la arena en mi rostro trazando ocres barrotes de prisión y absorbiendo el aire en mi y en el mundo. Una joven mujer de cabellos dorados caminaba.
Levanté la vista, observando cómo se alejaba hasta que solo un aroma suave quedó como rastro. Acariciándolo se estremeció y tocó por fin su espalda. Se gira hacia mi, una joven mujer de cabellos dorados, su piel es tan blanca que absorbe la luz de las estrellas y sus ojos me bañan en azules nubes de cielo albino. Se recortan sus labios como pliegue carnoso y dulce de nieve batida. Ráfagas de viento portan su voz cristalina y los cortes en mis brazos y mejillas me bañan en sangre agria. Sustancias volátiles son liberadas y estimulan los receptores olfativos de mi nariz. Te acercas.
Una joven mujer de dorados cabellos. Una voz te llama a tu espalda, frente a mi. Tu gesto se transforma en sonrisa y las dilatadas pupilas escondidas tras los párpados entrecerrados se llenan de noche liviana. Te giras, te marchas, el andén se mustia y muere. Parpadea una polilla en los focos fluorescentes del techo. Hiede a humedad rancia y a óxido, la gente corre arrastrando pesadas maletas, charlan y el eco de sus voces se mezcla con las de los megáfonos que recorren los pasillos. Sobre el terrazo se pelean los chicles para emigrar adheridos a la suela de un zapato. La condensación en la bóveda produce una fina y poco densa lluvia. Senescencia vegetal: se debe a un proceso llamado apoptosis o Muerte celular, conocido también como suicidio celular por deberse a una serie de señales internas con las que la celula se induce a la Muerte de una forma limpia, sin desencadenar un proceso de necrosis o reaccion inflamatoria.

Este proceso también aparece en humanos (desaparicion de la cola de renacuajo para convertirse en rana).

Se va y yo busco bajo la herrumbre el nombre de la estación que ahora es cripta y viaje. El término “olor” se refiere a una mezcla compleja de gases, vapores, y polvo, donde la composición de la mezcla influye directamente en el aroma percibido por un mismo receptor.
Lejos balaban las cabras, entrechocaban sus cabezas.









sábado, 1 de diciembre de 2007

Seis años

Seis años después en el mismo sitio, en el mismo lugar, en la misma ciudad. Seis años después en la misma fecha. Piénsalo, la semana tiene siete días. El mismo día de hace seis años también era sábado. Eso es lo único bueno de recordar fechas. Por supuesto, nada tiene nada que ver. Yo soy otro. Y tu ya eras otra en aquel momento. Es irónico, por otro lado, que lo que podría significar cerrar un círculo sea sin embargo trazar un rombo. Ya sabes, en mi viaje a la reencarnación tiene que acompañarme siempre un poco de condenación. Mucho más que un poco, en realidad.

Ya he hablado de eso, por lo que no continuaré con el tema.

Era una noche negra como pocas, tan negra que a penas podía distinguir el pálido brillo de las verdosas estrellas. Hacía tiempo que bailaba en torno a una pira funeraria, pero esa noche fué la de la consumación. No habría otra parecida. En mi memoria - ya sabes como funcionan estas cosas- la falta de imágenes se suple con recuerdos a la luz del amanecer, de espaldas a mi, la suave curva de tus hombros encogidos. Una línea recta desciende desde el cuello y se detiene en un punto, de pronto se curva hacia arriba, hacia abajo, y desciende por tus brazos pudorosos. Recortada contra el amanecer te recuerdo esa noche negra. Había algo de prohibido, siempre lo hubo, y había algo de falso en todo aquello. Una tarde llevabas una blusa gris de finas rayas oscuras y mientras clamabas a los cielos o a donde clamen quienes no creen en castigos y recompensas (yo me he creado mi propia mitología) sólo podía pensar en lo bien que te quedaba la blusa gris de finas rayas oscuras, y como podría quedar mejor: en el suelo, a dos metros de tí.

Por la mañana pronto vino el sol y no recuerdo tu rostro, pero recuerdo tu albornoz, recuerdo tus pestañas entrecruzándose a escasos centímetros de mí la mañana de nuestro primer pecado, mientras Rachmaninnov hacía temblar las lámparas con su concierto número dos. Recuerdo que cogí un autobús, tenía que bajar para volver a subir y durante todo el camino solo pensaba en las vibraciones del motor (me había sentado al fondo). Cuando llegué al trabajo escribí en el ordenador lo que había ocurrido para asegurarme de que era real. Borré hace tiempo ese archivo. Lo borré esa misma mañana.

Cuando deambulaba por la ciudad dando tumbos y pensando en la salvación fácil de una botella - más acogedora que el frío filo de un puñal, y mucho más placentera - me detenía en las esquinas y deseaba que me encontraras así. Y cuando veía viejas películas de terror por las noche deseaba que estas fueran lo suficientemente buenas para servir de justificación a mis gritos.

Y ahora, seis años después, este momento anterior a la celebración es el único que quiero dedicar a aquellos otros. Como te digo, para cerrar el círculo debería visitar aquel santuario oculto entre la niebla yo sólo. Pero me acompaña otro círculo abierto , mas abierto, más grande, que consumirá de seguro toda la energía que puedo dedicar a la geometría vital.

En el fondo es, para qué engañarse, una especie de deferencia hacia ese chaval de hace seis años que sólo soñaba tu cintura envuelta en sus espirales de humo.
Y mientras, tanto tiempo después, las tormentas de aquel día en la memoria solo son sucios aguaceros de lluvia ácida y pútrida que no trascienden más allá de sus propios charcos.

viernes, 30 de noviembre de 2007

.1. Et lux perpetua luceat ei

Todos lo veían. Estaba preso de un ánimo funesto. Yo también lo sabía, y qué, no era la primera vez que me pasaba, ni sería la última. Carecía de impulso y de ritmo, estaba cansado y los cielos grises me parecían los más hermosos. Pero yo no era de los que creían (sigo sin serlo) que la tristeza es una especie de enfermedad, y que el estado natural y óptimo del ser humano es el de la felicidad: porque si la carencia de felicidad fuera un problema ¿no significaría eso que todos tenemos uno? Antes de que los optimistas vinieran a cerrarme la boca me había respondido a mi mismo y no necesitaba más interpelaciones. Lo que necesitaba era un viaje, cambiar de aires que se dice. Sentía una poderosa ansia de soledad, pero carecía del valor necesario para irme a un pueblo perdido, o al desierto, o a la cima de un monte. Necesitaba esa soledad acompañada de la ciudad, ser observador y evitar ser observado, necesitaba ese ambiente de film noir que me rescata de la monotonía de mi vida.

Se me presentaban varias opciones pero la más segura era Meditérrea, por ser una ciudad ni demasiado lejana ni demasiado próxima, ni demasiado de dentro ni de fuera, ni demasiado desconocida ni demasiado ajena. Tenía amigos allí a quienes podría llamar si necesitaba tomar un trago. Y el billete de tren era barato. El viaje en tren era parte del tratamiento (este es el motivo, amigos, por el que nunca podré escribir una novela: porque es más fuerte en mí el deseo de vivirla que el de crearla), a pesar de que ya no había vagones de fumadores, ya no había viudas negras (qué fué de Marlene Dietrich) y sólamente yo y un señor mayor que caminaba como una geisha llevábamos sombrero. Fué decepcionante que no hubiera mucho que mirar entre el pasaje, no había historias para inventar detrás de esos rostros, todo el mundo parecía perfectamente normal y yo debía ser el mas raro y enfermo de entre los que me reodeaban. Y aunque no lo creais incluso yo me acabo aburriendo de escribir sobre mi mismo, aún viéndome desde fuera.

¿El paisaje? No lo recuerdo muy bien, he consultado mis notas pero está claro que mi visión estaba entonces cubierta por esa lente de la que hablaba al mencionar antes los días grises: todo era tan poético como en un cuadro de El Greco rociado con aguarrás, e incluso anoté que llovía pero creo que me lo estaba inventando. Si queréis que hable del paisaje puedo suplir estas lagunas con conocimientos objetivos (aunque estos conocimientos no sean exactamente míos). Veréis como, además, consigo no desprenderme de la literariedad.

El Sistema Central es el resultado del choque de las placas correspondientes a la submeseta sur y a la submeseta norte, ambas pertenecientes a la Meseta Central de la península ibérica. El sistema se levantó durante la orogenia alpina (era Terciaria), aunque los materiales sobre los que se asienta (el zócalo granítico meseteño) sean anteriores (de la orogenia herciniana). Las rocas han sufrido una fuerte erosión, por lo que se han aplanado mucho tanto en las cumbres (conocidas por los montañeros como "cuerdas") como en las estribaciones septentrionales y meridionales. Por tanto, el Sistema Central es una cordillera más antigua que otras, como son los Pirineos, los Alpes, los Andes o el Himalaya.
La flora del Sistema Central se caracteriza por la abundancia de bosques de pino silvestre y piñonero, y la presencia de robledales y encinares en zonas más bajas. En las cumbres predominan los pastizales y arbustos de alta montaña. En la zona más baja de la cara sur de la Sierra de Gredos existen especies vegetales propias del clima mediterráneo típico gracias a las influencias climáticas que recibe de Extremadura. En cuanto a la fauna, abundan mamíferos como ciervos, jabalíes, corzos, gamos, tejones, varios mustélidos, gatos monteses, zorros, liebres, etc.; una gran cantidad de especies de aves acuáticas en los embalses, y grandes rapaces como el águila imperial o el buitre negro, entre otras.
La situación céntrica y divisoria del Sistema Central ha hecho que sea atravesado desde tiempos preromanos por varios puertos de montaña. Los principales pasos naturales entre ambas vertientes son el corredor de Béjar, el puerto de Tornavacas (Cáceres),el puerto del Pico (Ávila) con calzada romana, el puerto de la Paramera (Ávila) y los puertos de Somosierra, el Alto del León, el puerto de la Fuenfría con calzada romana y el de Navacerrada (entre Meditérrea y Segovia).

Recuerdo, eso sí, que cuando bajé del tren tuve la misma sensación que tengo cada vez que viajo a esa ciudad: tengo que mirar hacia arriba con susto porque ha crecido otro nuevo rascacielos. ¿Cuantos puede haber? ¿Unos ocho? Entonces he debido ir no más de seis veces en mi vida. Tal vez me sobre alguna - soy hipocondríaco, a un nivel leve, pero lo soy, acabo de ver luces al torcer la vista y sospecho una lesión cerebral. Destino infame. Oh, alma mía profética. - El aspecto general de la urbe, como siempre, resultaba decepcionante. Meditérrea es una capítal de la decepción, excepto para aquellos que la aman, pero creo yo - perdónenme ustedes - que los que aman esta ciudad es porque aman las decepciones. Yo soy un onironauta: estoy acostumbrado a la decepción, pero la detesto. De esto deduzco que esa primera noche debí estar muy borracho o que debí pasarme con el humeante néctar prohibido, porque anoté esto en mi libreta:

Ante mi se alzaba un monstruo de negras alas, un infierno dantesco que tenía sin embargo un magnetismo fascinante. Enormes edificios coronados por estilizadas agujas, iluminados en la temprana noche mediante gigantescos proyectores halógenos parecían desafiar al cielo. Olía a tallarines, o a sudor, nunca he sabido diferenciar esos olores. Olía a sexo, a vicio, olía a arte y a miedo, olía a cuero, a metal y a vino con un toque de fruta madura en la nariz. Olía a cervecerías llenas de humo, a cabaret, olía a alambre de espino y a árboles. La ciudad era, en fin, una orgía sugerente que sin embargo me abrumaba...

Amanecí pensando en un libro que había leído años atrás. No recordaba el título, pero recordaba el nombre del autor. Vencí a la pereza, salí de la cama del hostal (un hostal al uso) y decidí aprovechar la excursión para navegar entre las librerías de viejo preguntando por un libro de un tal Walter Lurudi. Al final, cuando mi problema pasó de ser encontrar un libro en una librería de viejo a encontrar una librería, entré en un ciber, accedí a Google y tecleé
www.iberlibro.com
Ninguno de los títulos que aparecieron relacionados con Lurudi me sonaban, pero apunté el nombre y la dirección de un par de tiendas. Cuando volví a la calle ya era demasiado tarde para vagar sin rumbo, así que entré en la primera taberna que me pareció lo suficientemente decadente.

Responso sobre el polvo

He estado esperando este momento.

Mírame. Esto no lo has visto nunca.
Mírame. Mira mis ojos.
Fíjate.
¿Qué ves en ellos?
Entonces mírate.
Desenfoca la vista, te he enseñado a hacerlo
¿Ahora qué ves en mis ojos?
Ya no te ves a tí. Mira dentro.

¿Ves ese frasco,
en la segunda estantería,
donde nunca limpio el polvo?
No te das cuenta. No miras bien. Míralo.
El polvo acumulado. No es polvo.
Es tiempo.

¿Sabes que guardo dentro?
No. Nunca te has parado a pensarlo.
Pero los frascos se han hecho
para guardar cosas dentro.
Mira dentro.

Es agua. De manantial.
Son mis lágrimas.
Son antiguas.
Como el polvo.

Mira mis manos. Ya las has visto,
vuelve a mirarlas.
Mira mis nudillos. Ya los has visto. Hay cicatrices. Ya las conoces.
Pero no te has fijado bien.
Son tus cicatrices.
Míralas.

Aún piensas que sueño
aún crees que esto es
un remedo de poesía
No lo has visto bien.
No has mirado dentro.
Mírame.

Es un testamento
vivo
de un hombre
muerto.

Sólo grita ya por las noches
de vez en cuando
No le hago mucho caso
Sólo creo en los fantasmas muertos
Pero me da lástima.
No quiero que se vaya tan solo
tan hueco.

Así que lo guardo, en un frasco
sobre la estantería cubierta de polvo
Lo acojo en el fondo
de mis ojos
Lo recuerdo en las cicatrices
de mis nudillos.

Esto nunca lo has visto
El tiempo engaña
Míralo,
no importa quién lo mató,
si fué homicidio
ya ha
preescrito.
Importa que está
ahí
quiero que lo
veas,
quiere verte,
quiero ver
ese encuentro
míralo.

Mírame.
Así no.
Mira dentro.




jueves, 29 de noviembre de 2007

Lecturatura

Extraído de la conferencia pronunciada por Henry Bandini la noche del 28 de noviembre en El Club, con el título de LA LECTURATURA:

"Hablemos, en principio, de las bases que constituyen este sistema, teniendo en cuenta que esta denominación la utilizamos por mera comodidad y en un ambiente almibarado y distendido. Existen una serie de elementos técnicos, tomemos por ejemplo uno y luego otro: al poner el uno sobre el otro vemos como ni se dan sombra ni tampoco destacan por su transparencia, solo que al unísiono resultan constituir algo diferente que vistos de forma individual. No hay que perder de vista la función rítmica del sonido ni tampoco hay que reflexionar en demasía sobre los aspectos menos luminosos del concepto en si, toda reducción conceptual implica una pérdida del sentido inherente. En base a esto y al saber acumulado de cada cual, la capacidad de comprensión más allá de toda duda nos resulta equívoca, confusa, falsa. Vemos, por ejemplo, el caso de las moscas del vinagre, invertebrados estúpidos que sin embargo son la clave de todo razonamiento que se precie de científico y positivista (descartando todas las connotaciones negativas que este término ha ido recogiendo con el devenir de los años y de las corrientes interpretativas). Y he ahí el quid de la cuestión, como la calidad no puede medirse per se, no existe un baremo comparado y aceptado de qué es lo que posee la calidad y que es lo que no, depende en gran parte de las cualidades interpretativas del autor-receptor. Suponed que Chopin escribe una balada, y para escucharla necesita ser tocada, y cada oyente debe hacer su propia interpretación musical, al piano, de la misma: habrá con seguridad muchos que, frustrados en su inoperancia, consideren que esta obra es pura basura; habrá algunos que sepan penetrar en ella y poner lo que falta, es decir, el propio toque del intérprete. Carecemos de referencias en este sentido y es por eso que resulta tan placentero y a la vez tan peligroso. Hagamos una puesta en práctica con este guegalo que tengo paga vosotgos. Luego me contáis que tal. El Club de las Almas Perdidas se digna en presentar esta noche al gran Julio Cortázar:

Las babas del diablo

Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda,
usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no
servirán de nada. Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna, o: nos me
duele el fondo de los ojos, y sobre todo así: tú la mujer rubia eran las
nubes que siguen corriendo delante de mis tus sus nuestros vuestros sus
rostros. Qué diablos.

Puestos a contar, si se pudiera ir a beber un bock por ahí y que la máquina
siguiera sola (porque escribo a máquina), sería la perfección. Y no es un
modo de decir. La perfección, sí, porque aquí el agujero que hay que contar
es también una máquina (de otra especie, una Contax 1. 1.2) y a lo mejor
puede ser que una máquina sepa más de otra máquina que yo, tú, ella-la mujer
rubia-y las nubes. Pero de tonto sólo tengo la suerte, y sé que si me voy,
esta Remington se quedará petrificada sobre la mesa con ese aire de
doblemente quietas que tienen las cosas movibles cuando no se mueven.
Entonces tengo que escribir. Uno de todos nosotros tiene que escribir, si es
que todo esto va a ser contado. Mejor que sea yo que estoy muerto, que estoy
menos comprometido que el resto; yo que no veo más que las nubes y puedo
pensar sin distraerme, escribir sin distraerme (ahí pasa otra, con un borde
gris) y acordarme sin distraerme, yo que estoy muerto (y vivo, no se trata
de engañar a nadie, ya se verá cuando llegue el momento, porque de alguna
manera tengo que arrancar y he empezado por esta punta, la de atrás, la del
comienzo, que al fin y al cabo es la mejor de las puntas cuando se quiere
contar algo).

De repente me pregunto por qué tengo que contar esto, pero si uno empezara a
preguntarse por qué hace todo lo que hace, si uno se preguntara solamente
por qué acepta una invitación a cenar (ahora pasa una paloma, y me parece
que un gorrión) o por qué cuando alguien nos ha contado un buen cuento, en
seguida empieza como una cosquilla en el estómago y no se está tranquilo
hasta entrar en la oficina de al lado y contar a su vez el cuento; recién
entonces uno está bien, está contento y puede volverse a su trabajo. Que yo
sepa nadie ha explicado esto, de manera que lo mejor es dejarse de pudores y
contar, porque al fin y al cabo nadie se averguenza de respirar o de ponerse
los zapatos; son cosas, que se hacen, y cuando pasa algo raro, cuando dentro
del zapato encontramos una araña o al respirar se siente como un vidrio
roto, entonces hay que contar lo que pasa, contarlo a los muchachos de la
oficina o al médico. Ay, doctor, cada vez que respiro... Siempre contarlo,
siempre quitarse esa cosquilla molesta del estómago..."

Para leer completo este cuento de Cortázar que inspiró el guión de BlowUp, pinchen en el enlace este y vayan descendiendo por el scroll de la página en cuestión.
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miércoles, 28 de noviembre de 2007

Comienzo

Foto: Brote de no se que planta en un solar junto al centro de ocio Parquesol Plaza. Valladolid.


Fuera soplan los vientos
rojos inviernos
confieso que he mentido



Buscando refugio en la nocturna esquina de un edificio artificioso, cubriéndose del viento, entrecerrando los ojos, apurando un cigarrillo antes de que termine el tiempo establecido. La vida es eterna en veinte minutos.

En realidad es la misma historia repetida una y otra vez, son variaciones sobre un tema divino o humano, si es que esos dos conceptos pueden disociarse. Hace mucho que no cuento una historia.

Dos personas caminaban a la luz de las estrellas, buscando la Luna. Se suponía que debía estar ahí, en su sitio, redonda y blanca, plena. Pero esa noche había decidido ocultarse de la vista de los hombres, estaba atendiendo sus propios asuntos. Pudorosa, envuelta en nubes, se asomaba lo justo para espiar los pasos de dos personas que caminaban a la luz de las estrellas buscándola. Cuando se cansaran y asumieran que esa noche la Luna no brillaría para ellos, se detendrían a contemplar las estrellas reflejadas en sus ojos, el uno en los ojos del otro, de modo que por fin lo que más refulgiera en la oscuridad fueran ellos mismos.

Y es que está ahí, aunque no la veas.

-¿Y la noche? - preguntó ella pensativa.
- La noche sólamente es un eclipse de Tierra.

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Eran las ocho de la mañana. El hombre de la inmobiliaria esperaba desde hacía quince minutos, exhalando vaho mezclado con el humo de un ducados del que se deshizo rápidamente cuando vió acercarse el Volvo plateado. Buscó de forma mecánica un chicle en el bolsillo interior de su chaqueta, pero sólo encontró envoltorios vacíos. No tuvo tiempo de sentirse contrariado, ya estaba esbozando una amplia sonrisa para saludar al inversor y al constructor. Si es que esos dos términos pueden disociarse.

- Buenos días, caballeros - su voz se quebró de forma ridícula hacia la mitad de la última palabra.
- Buenos días, como andamos... - la voz del constructor resbalaba por su garganta hasta las comisuras de sus labios agrietados.
- Hola, hola, que tal, que frío hace, coño - señaló atentamente el inversor.

El agente inmobiliario estrechó las manos calientes de sus dos clientes y sólo en ese momento se dió cuenta de que la suya estaba helada.
- Bien - dijo al fin - aquí está. Como pueden ver, la situación es inmejorable.
El constructor no hizo ningún gesto. Escrutaba con ojos expertos el solar, las palabras grandilocuentes le exasperaban.
- Un poco... en cuesta.
Los tres continuaron con la conversación durante unos minutos, pasearon por el solar y finalmente se marcharon a tomar un café para sellar el acuerdo.

Cuando se hubieron ido, el viento azotó los escombros, movió la gravilla. El Sol, aún pálido y débil, se fijó en un brote dorado que quería imitarlo, brillando. Desde ahí se divisaba el sur de la ciudad: Las grúas se alzaban entre la bruma como animales prehistóricos, el sonido del tráfico en hora punta recordaba a lejanos graznidos marismeños. El brote miraba hacia el cielo, temblaba de miedo y frío.

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Las ocho de la tarde. Lluvia fina pero persistente. Limpiaparabrisas danzando al son de Radio Gagá. Odiaba estos trabajos, pero no podía rechazarlos: eran los que me daban de comer. Por fin salió del portal con paso vivo. Una chica menuda, de unos cuarenta y cinco kilos y cerca del metro sesenta y dos, con el pelo rubio recogido bajo un gorro de invierno muy colorista. Los zapatos no eran los más adecuados para la lluvia, las gafas de sol no eran las más adecuadas para las ocho de la tarde de un día lluvioso de noviembre. Cuando apagué la colilla en el cenicero me dí cuenta de que no era consciente de estar fumando, me tengo prohibido fumar en el coche. Y sin embargo dentro había ya más humo que aire, por lo que bajé la ventanilla, tan sólo una rendija.

La mujer había subido a su vehículo y comencé a seguirla. Esa parte era la divertida. Perseguir es divertido, perseguirte sin que lo sepas. Lo duro es observar.

No era de extrañar que hubiera escogido una mesa en una esquina. Pero su jersey rojo a juego con su falda negra y su cabello rubio ahora suelto hacían que difícilmente pudiera pasar desapercibida. Dejó las gafas de sol sobre la mesa y me dirigió una mirada azul e hipnótica. ¿De verdad me había visto? Esbozó una débil sonrisa y me llamó con un gesto de la mano. - "Debo estas perdiendo práctica" - pensaba para mis adentros. Llegué hasta su mesa.

- ¿Me llamaba, señora? No soy el camarero.
Su rostro perfecto - Fidias, muérete de envidia - podía moverse, y lo hizo al hablar.
- Me preguntaba si no querría usted sentarse conmigo.
La pregunta me soprendió tanto como cabía esperar.
- ¿No espera usted a alguien?
Ahora la risa se hizo sonora, dulce.
- Claro, querido. Lo esperaba a usted.

Odiaba estos trabajos.

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El Valse Triste es de Jean Sibelius


Me levanté de mi silla sintiendo que había traicionado a mis planes nocturnos. Encendí una vela - tengo luz eléctrica, pero los más importante siempre es crear una atmósfera - y pasé mi mano por la pared rugosa. Las sombras eran nítidas ahora, tomé un carboncillo y proseguí con mi obra. Necesitaba una ventana, así que comencé a trabajar las líneas de un marco de madera, deteniéndome de vez en cuando para dar un sorbo de mi copa de vino. Se había calentado, pero no importaba. Lo importante era dibujar en la pared a la luz de la vela con una copa de vino cerca. Rematé las aristas y me puse con el cristal. Dibujar una ventana cerrada era absurdo, lo sé. Pero la ventana es mejor que un espejo por diversos motivos. En primer lugar, porque se trataba de una pared inclinada, una pared techo si lo prefieren, el techo-pared de una buhardilla. En una vieja maceta una planta mortecina me pedía que dibujase un rayo de Sol, así que lo dibujé. El Sol difuminaba aún más mi reflejo, mi plan inicial había sido dibujar un cielo nocturno. De este modo siempre sería de noche en mi salón. Tomé un paño húmedo y borré el rayo de sol.

- Luego te llevo al dormitorio y te dejo en el alféizar - le dije a mi planta.

Volví a la primera idea. Había que ser muy cuidadoso al dibujar a la noche. Cuando hube terminado todos los detalles, desenfoqué mi vista hsata encontrar el punto donde debería intuírse mi reflejo y tracé los contornos con el paño húmedo sobre el carboncillo. Me encendí un cigarrillo, me quité la camiseta. Hacía frío, pero lo importante era estar en una buhardilla fría sin camiseta, fumando un cigarrillo junto a una copa de vino y alumbrado por una vela. Tomé de nuevo el carboncillo para retratar el reflejo de mi rostro, y aunque a penas era un esbozo borroso me pareció encontrar en él un expresión de extraña felicidad. Los ojos que había dibujado observando hacia fuera no miraban hacia donde debían. Estaban fijos en un brazo que le abrazaba desde atrás. Sorprendido, seguí en mi retrato el camino de ese brazo, y encontré lo que parecía una cabeza apoyada sobre mi hombro. Solo podía distinguir a duras penas unos ojos entrecerrados y unos labios que besaban la piel de mi reflejo en la ventana.
Tus labios.
Tus ojos.
Dejé caer el trapo y el carboncillo, y rápidamente encendí la luz. Volví a mirar la ventana que había dibujado en mi pared, en mi techo.
Estaba abierta. Hacía frío.