Zwei Menschen gehn durch kahlen, kalten Hain;
der Mond läuft mit, sie schaun hinein.
Der Mond läuft über hohe Eichen,
kein Wölkchen trübt das Himmelslicht,
in das die schwarzen Zacken reichen...
(Richard Dehmel)
Es el tercer round. Tercer round. Ya me tumbaron aquella vez en Helsinki y luego una vez más en Stuttgart (pronúncialo otra vez. Con dulzura. ). Los dientes, mal. La primera vez que perdí uno me asusté bastante, pero luego pude quitarle importancia. Ahora ni siquiera me doy cuenta. Como los pelos que quedan en la almohada.
Aún conservo el juego de piernas para bailar con el hijoputa del calzón azul. Mis directos no son rápidos y la izquierda anda floja, pero me cubro como una roca y el gancho siempre es letal. Mido a mi rival, controlo sus fuerzas. Le engaño con las mias.
Aún así, hoy me he visto en el espejo y creo que de verdad me hago viejo.
Empieza con un sonido metálico, frecuencias inauditas para el oído humano. - Tómame de la mano y siente como se extiende la vibración eterna, de unos a otros pasa del suelo a la suela, de sólido a sublime.
Con el alma dormida, soñada azul verdosa, saboreada, con el gusto de una pila alcalina por el polo positivo. Todo es ahora.
Este sitio parece un buen lugar. Parece el lugar. Es un antro, dos viejos borrachos y tres viejas putas. No. No todas son viejas. Hay también dos viejos, sólo uno está borracho. El otro está tomando café. Nadie me mira, ni siquiera el camarero. La música. Nadie me ve.
Si me fuera ahora nadie sabría que he estado aquí.
Entonces entras tú, distraído, miras las paredes. No miras las paredes: miras el humo que flota. Llevas el ritmo de la música con tus dedos mientras agitas los hielos en el fondo de tu copa. De sólido a líquido. Agito los hielos en el fondo de mi copa, desprenden vapor cuando acerco mi mano. De sólido a gas.
Si me fuera ahora no sabrías que he estado aquí.
Necesito estar despierta. En el baño, un espejo. Un reflejo que huye. Sólo un poquito, para estar despierta. Dos ojos que brillan. El reflejo me espera. Soy yo la que está huyendo, salgo y te miro. Te detienes en mis ojos, en mi boca. No puedo marcharme.
Si me fuera ahora sabrías que he estado aquí y que me he ido.
Te he divisado entre las sombras y los vagos rumores de las gentes que consumen su tiempo apretando el paso, no estamos aquí, no existe el ahora, siempre ha sido así, – brillo resucitado, esencia primera, verbo - he estado en todos los lugares buscando tu tacto en mis entrañas, soñando cómo tu aliento acaricia el espacio vacío de vida que se esconde entre mis pulmones llenos de humo.
Rebuscó en los bolsillos agujereados de su largo chaquetón de paño un encendedor de gasolina con el que reanimó los restos de un cigarrillo de marihuana ennegrecido por el aceitoso humo. Por un momento cruzó por su mente la imagen de sus propios pulmones, teñidos de ese mismo color, impregnados por la misma pátina opaca. Sintió un escalofrío, seguido de una absurda carcajadita, acompañada por una irónica negación con la cabeza, y dio otra larga calada. La lluvia era ligera pero constante. Subió el cuello del abrigo y se refugió en él, como un cuervo arrebujado. La lluvia, sin embargo, tenía la maravillosa cualidad de limpiar el aire de impurezas y las calles de gente. Comenzó a pasear, siguiendo su reflejo en los húmedos adoquines de la acera. Sus pasos le guiaban seguros y decididos a un lugar aún por concretar, pero que sin duda alguna sería el indicado. Inspiró por última vez el humo con regusto a margarita chamuscada y despidió la colilla con un gesto ágil y elegante, siguiéndo su trayectoria con una mirada de nostalgia hasta que finalmente encontró eterno reposo en un sucio charco de alivio. Carraspeó ligeramente, pasó un pañuelo de papel por sus labios resecos, y fijó su vista cansada hacia el frente, apretando el paso. El reloj de la catedral ya había dado el tercer cuarto y no le quedaba tiempo que perder, ya había perdido todo su tiempo tiempo atrás, en una apuesta desdichada.
[...]
“Que va a ser de mi. Que va a ser de mi. Tanto estúpido, cobarde egoísmo. Mi vida ha sido como la de una caja de cartón. El cartón es cartón. Puede contener muchas cosas. A lo largo de los años he llegado a aprender bastantes cosas sobre el cartón. En origen está fabricado con pasta, como el papel, y su consistencia depende de la concentración de la pasta, y de las capas que lo componen. La más importante es la interior, la capa ondulada. Esa es la que le ofrece consistencia. Cuando el cartón cumple con su función le esperan dos posibles destinos: ser destruido, arrojado a la basura, o ser reciclado. Yo he sido recipiente de muchas cosas hermosas, un sólido recipiente con una buena capa ondulada. Cuando me convertí en una caja vacía estuve tirado en la calle, como basura. Pudo haber sido el fin, pero unas almas caritativas me recogieron y arrojaron en el contenedor del reciclaje. Ahora mi alma de cartón reciclado y reblandecido está a penas llena de recuerdos difusos.”
[...]
Un elegante compás que sólo él escuchaba parecía determinar el ritmo de sus pasos, los pasos de un vals no demasiado antiguo, cuyo eco aún resonaba en sus adormecidos oídos. El duelo era al alba, y no acostumbraba a madrugar, por lo que había decidido hacer tiempo durante la noche bebiendo de taberna en taberna. El resultado fué algo peor de lo esperado: si sobrevivía al duelo de esa mañana tendría otro dentro de dos días tras un lamentable malentendido con un señor de buena familia y la furcia a la que manoseaba. Tuvo otros altercados de menor importancia con señoritas de mayor alcurnia que se habían saldado, afortunadamente, con un par de golpes bien encajados en la mandíbula y su largo abrigo empapado. Así que tenía frío, y sueño, y hambre, pero aún sabía a donde tenía que dirigirse, nadie reprocharía nada a su honor a pesar de su mejorable aspecto. Las botas desgastadas pero con su suela intacta, los pantalones demasiado arrastrados por el suelo, la camisa manchada de vino, el pañuelo en torno a su cuello manchado de carmín, la barba descuidada y el cabello largo y revuelto, su piel pálida y macilenta decorada por la huella de nudillos ajenos, el sombrero inclinado hacia un lado e impregnado de barro. Esta era la guisa del contendiente cuando llegó al verde y fantasmagórico parque, hora crucial. No había conservado a ninguno de los padrinos que había reclutado entre copas y jarras durante la larga vela de armas.¿ - ¿Las armas del señor? – preguntó un pajarraco de mal agüero. A lo lejos el joven Conde de Algo realizaba estiramientos, espadín en mano, cortando un viento que no le había hecho nada. No parecía haber lugar para muchas esperanzas excepto por las negras nubes que anunciaban otra tormenta. - Tengo mi espada justo aquí – logró decir con voz ronca, mientras desprendía la vaina de caoba de su bastón de estoque, preciada reliquia familiar desde que él mismo lo sustrajera de joven al primogénito de alguna distinguida familia.Estiró brevemente los codos hacia atrás con un sonoro chasquido de articulaciones enmohecidas, enderezó el estoque hacia el joven y respondió al marcial saludo de este cerrando los ojos. Cuando los volvió a abrir la niebla hacía desaparecido de sus pupilas, ahora brillantes como el acero. Dirigiendo la vista hacia el cielo tomó aire. -¡Mira aquí, Marte! - Mil gotas de lluvia repicando contra el suelo respondieron a su voz temblorosa e imponente.Lo que sucedió después fué algo parecido a esto:
miércoles, 3 de diciembre de 2008
Es diciembre otra vez. Siempre es diciembre otra vez. He vuelto a perder los verbos.