
Continuarán las lluvias
repentinas*
la inestabilidad promete
una tensa calma de soles
y tormentos.
* Benditas lluvias repentinas
Zwei Menschen gehn durch kahlen, kalten Hain; der Mond läuft mit, sie schaun hinein. Der Mond läuft über hohe Eichen, kein Wölkchen trübt das Himmelslicht, in das die schwarzen Zacken reichen... (Richard Dehmel)
Desgarrador Maullido se enseñorea de las calles con su fenomenal grito desesperado, el fantasma que me persigue en las noches y que me llama asesino de gatos. Intervenir de manera absurda en el ciclo de la vida con el narcisismo inherente al ser humano consciente, que comete el error de asumirse por encima del instinto. Es la misma historia de Samuel Beckett y el erizo. Camino por la acera, pensando en mis pensamientos (profundos, ahora soy incapaz de recordarlos, seguro que en aquellos momentos me iba la vida y el alma en ello, volvía de su casa a la mía en los días moribundos de nuestra relación) y se atraviesa con total elegancia ese gato atigrado que había nacido en la calle y sobrevivido a la vida cruel de los felinos callejeros hasta ese día en el que el destino fatal se cruza en forma de torpe humano distraído y miedoso. Es de noche, ni un alma en la calle. Se dirige hacia la carretera, paso decidido, firme, calculado. Cometo la estupidez de sentirme en sintonía con ese animal, yo, proyecto de ratón de biblioteca, tan callejero como un Yorkshire con moño, jersey de rombos y lacito rosa. Detecto el leve ronquido de un motor que se acerca a mi espalda (estoy tan orgulloso de mi buen oído que me dejo guiar por él en muchas ocasiones, en estúpidas demostraciones de habilidad que sólo yo saboreo, feliz y confiado de mi sentido arácnido, cuantas veces habré cruzado la calle sin mirar, confiado en mis afinados sebtidos capaces de calcular por la intensidad del rumor la distancia del potencial peligro y su velocidad y trayectoria) y me siento en posición de advertir al gato callejero desde esa absurda posición de superioridad que me otorga mi cerebro racional. No sé comunicarme con los gatos (nunca he destacado por mi empatía animal, demasiado complejas las miradas de los animales para conectar con ellas sin una pizca de temor (incluso con los domésticos, presiento con eminente claridad la veta salvaje, irracional e instintiva que brilla en el fondo de sus pupilas, esa ilusión del control que es madre de todos mis temores) y ellos detectan sin dificultad lo que oculta el fondo de mi alma, ese miedo racional que atenaza mi espíritu inconsciente e irracional), por lo que entono un patético pero universal “Misi, misi, misi”.
El gato me observa sorprendido. Estoy seguro de que ya era perfectamente consciente de mi presencia y que (inocente) me había descartado como amenza, pero mi estúpida interjección sin duda no la había previsto. Los animales siempre deben sentirse sorprendidos y asustados de la incontrolable estupidez humana, de nuestra descorazonadora imprevisibilidad. Y se queda así, mirándome, mientras sus patas siguen avanzando elegantes, ágiles, ya está en medio de la carretera, los faros le iluminan, echa a correr corrigiendo desesperadamente la trayectoria. Sólo escucho un golpe seco, como el pasar de un coche sobre un bache acolchado. Aterrado cierro fuerte los ojos y con una profunda sensación de angustia aprieto el paso, llegando hasta el punto fatídico en el que el desdichado animal se cruzó en mi camino. Giro la cabeza sólo un segundo, un fotograma fugaz, subliminal, su elegante cuerpo aplastado y reventado sobre el asfalto. Miro hacia delante y me apresuro en llegar a casa.
Paso el mal trago con varios cigarros y mi mente voluble enseguida vuela hacia otras cosas. Cuando por fin me voy a la cama y apago la luz lo escucho por primera vez, ese chillido lastimoso, ese llanto de bebé cargado de rabia y fuerza. Otros gatos maúllan todas las noches, pero sólo cuando cae el frío y la niebla, por encima de todos ellos, por encima del ruido de los trenes y el rumor sordo de mis propios pensamientos divagantes, ese gato que imagino negro y espectral acusa a mi estúpido orgullo por encima de todos los demás. Y yo desearía ser una piedra idiota, sin oídos ni recuerdos.
Te he divisado entre las sombras y los vagos rumores de las gentes que consumen su tiempo apretando el paso, no estamos aquí, no existe el ahora, siempre ha sido así, – brillo resucitado, esencia primera, verbo - he estado en todos los lugares buscando tu tacto en mis entrañas, soñando cómo tu aliento acaricia el espacio vacío de vida que se esconde entre mis pulmones llenos de humo.
Ámame. Deséame. Destrózame.
Pero no
te quedes
a mi lado.
Hay que comenzar de nuevo (esto puede suceder más de una vez) para que ciertas cosas cobren algún sentido. Yo tenía una cita contigo el domingo a las once, ya sabes que no aparecí a la hora. Lo que harías tú en el tiempo en que me esperabas no lo se, ni a donde fuiste luego, y no tuve tiempo de pensar en eso en los días siguientes, ya sabes, lo de mi perrito y todo lo demás. Tal vez Julian tenía razón, tal vez cualquier otra persona hubiera vuelto al parque a buscar a su perrito, pero yo tenía, no se como decirlo, tenía una sensación, un sentimiento de repulsa a volver al parque, buscar a mi perrito, no encontrarlo. Que el guarda me recordara y me detuviera por agresión y por abandonar un animal en el parque, no se como llamarlo, tenía, tengo, no se, tal vez sea sólo miedo. Quizás sea sólo eso.
Tal vez Julian también tenía razón en otra cosa: debería trabajar y no abandonar mi plan bajo ningún concepto. Necesitaba escribir el siguiente artículo. Claro que para situaciones así, momentos de bloqueo o desgana, tengo guardadas historias que en algún momento he decidido no utilizar, o bien pistas que he decidido no seguir y que pueden dar nueva luz a una historia vieja. A la redacción de la revista llegan a menudo cartas y correos electrónicos (más lo primero que lo segundo, a mis lectores les asusta la falta de privacidad en Internet) donde me hacen partícipe de locas teorías sobre algunos de los temas de los que he hablado, o incluso aportan nuevas pruebas, ideas para futuras investigaciones. Como he dicho la mayor parte de mis seguidores son unos estúpidos ignorantes o están locos, o una mezcla de ambas cosas y sus ideas son de los más sugerentes
Si rescataba alguna historia vieja iba a tener la excusa perfecta para no salir de casa hasta el jueves. Así que precisamente por eso escogí seguir una pista nueva, volvería a las calles, buscaría una nueva historia. Y a mi perrito.
Extraído de http://www.apocatastatico.blogspot.com/
Y también hay momentos como este. Cuando sin querer (o eso quieres creer) echas la vista hacia el pasado y te preguntas ¿de verdad ese era yo? ¿quiés es ese tío?- Miras al presente. La sensación de irrealidad no desaparece. Lo sorprendente, al fin, es que el tiempo no se detuvo. Y ahora estás en algún momento de tu devenir errabundo, con la sensación de que no deberías estar ahí. Que esta no es tu vida...