lunes, 21 de enero de 2008

Gorecki




Una mota de polvo flotando, cayendo lentamente, ascendiendo en mitad de la sala. El humo de mil cigarros reflejado en la luz que se filtra por las rendijas de la persiana. Una voz lastimosa y desgarrada desafina de dolor junto a una guitarra triste. La cerveza está demasiado fría, el vino está demasiado amargo, y no tengo fuerzas para moverme, recostado, deseando que no venga nadie, que nadie llame, que nadie pregunte por mi, yo en mi panteón pintado de gotelet con sillones estampados. La televisión encendida y en silencio es el único contacto con la realidad que me permito, ver seres humanos moviendo los labios, y aún así no puedo dejar de cambiar de canal. Es verano y hace calor con las ventanas cerradas, pero yo necesito arroparme con una manta vieja para poder esconder la cabeza de vez en cuando. El aire parece pobre en oxígeno, no basta para respirar, y el movimiento mecánico y desacompasado de mis pulmones me produce un dolor indecible. Yo no deseo ningún dolor físico que interfiera en la percepción del dolor de mi alma...
A mi alrededor desciende un halo rojizo, el frío eterno, húmedo. Ojalá todo fuese negro ahora. Ojalá pudiera cerrar los ojos. Ojalá tuviera ojos. Trepa por mi garganta un grito de pánico envuelto en bilis, mis brazos se tensan y se retuercen mis dedos, quieren arrancar de mi esa roja mortaja que me ata al fondo del abismo. Ojalá tuviera boca. Ojalá tuviera brazos. Nauseabundo me inunda el olor a cemento y hormigón, y a kilos de arena fundida con barro y hojas muertas...

Inerte, sin esperanza, me castigo a repetir en mi memoria la imagen de tu rostro, el calor de una mirada que pentró en mí al instante y extendió por mi interior verdes brotes y flores blancas; el aroma de un aire nuevo, nunca más respirado, un aire tan dulce y tan delicioso que era mi alimento y mi adicción, la savia de tus labios y el perfume de tu aroma. Guardo en un cajón la cinta que recogía tu pelo aquella noche en que el firmamento se detuvo, aún encierra dentro de sí cabellos enamorados y parte de aquella esencia. Freno mi intención de ir a buscarla y limpiar con mis lágrimas todo rastro de tu presencia; hoy no tengo fuerzas para llorarte. Y todo aquello que no es tu piel se ha vuelto áspero...

El Sol se muestra inclemente por la mañana, luce débil y frío, los cristales empañados.
Es invierno.
Me dices "buenos días" y sonríes.
No estoy ahí.
Me dices "¿has dormido bien?" y te inclinas sobre mí.
No estoy ahí.
Y tus ojos son aún más verdes porque se bañan en los míos,
dejas en mi boca un beso y con eso ya he desayunado,
comido,
cenado,
reverdecen las hojas,
florecen de nuevo los lirios.

No se si he despertado o acabo de quedarme dormido. No quiero saberlo. Te abrazo y te digo "No te muevas ni un centímetro. Quédate aquí, junto a mí, y respira. -me miras dulce, extrañada- Tú sólo sigue respirando..."



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