martes, 18 de septiembre de 2007
Aquello que jamás estuvo escrito
Todo comienza con una chispa. Así debió ser también entonces. La primera vez.
Una chispa, y destello, el olor del fósforo ardiendo. Y luego la madera.
Abstraído en la llama, no se percataba de cómo esta trepaba hacia su mano, como un pequeño depredador con una vana esperanza de victoria, negada por un arrebato de consciencia, que le llevó a aproximar la diminuta antorcha al extremo de un cigarrillo. Una vez cumplida la función a la que esta explosión de energía estaba destinada, se desvaneció tras ser agitada de forma vehemente, hasta que solo restó una estela de humo.
El fuego, pensó, tiene tres estados: Potencial, cuando el elemento combustible está apagado, pero las circunstancias ambientales permiten su existencia, llegado el caso. Todo elemento combustible es, por tanto, y de forma lógica, fuego en potencia. El segundo estado es, a ojos inexpertos, el mas bello, cargado de fuerza, la combustión plena y rotunda. Finalmente, el tercer estado es un adagio maestuoso, donde el humo demuestra ser mejor danzarín que la llama, y se extiende juguetón y zigzagueante, hasta desvanecerse.
Dio una larga calada al cigarro, lo apoyó en el cenicero y después dejó que el humo fluyera libre y despacio desde sus labios. Por un segundo lo imaginó recorriendo sus pulmones rápidamente pero con elegante cadencia; sintió un escalofrío y lo expulsó con fuerza.
Se levantó de su silla, alejándose hasta quedar recostado en la cama. A su mente vino el recuerdo de las hipnóticas ondas que el humo producía en los hilos de luz que atravesaban las rendijas la persiana entrecerrada en las tardes de verano. Una sensación asociada con música. Se ladeó, con la cabeza apoyada en la almohada y pensó. El pensamiento se convirtió en fantasía, y esta, cada vez más vívida, se transformó en sueño. Sueño. Tenía tanto sueño...
Mientras el cigarrillo se consumía en el cenicero, y la pantalla del ordenador parpadeaba, soñó que escribía.
Finalmente, esa noche su único lector sería él mismo. Sus personajes emanarían de sus recuerdos, de los recuerdos de los que era consiente, de los recuerdos que no recordaba y de los chispazos sinápticos de su cerebro liberado de ataduras.
Soñar... soñar era sin duda mucho más egoísta que escribir. Porque aunque ella recorriera con desinhibición sus ensoñaciones, colándose en las escenas que no le correspondían y negando su propia condición de personaje, jamás sería consciente de ello. Ser consciente de ello. Ser consciente de si misma dentro de la mente de otro. Ser consciente de la intensidad con que su imagen, su recuerdo, su realidad, era recreada por la mente dormida de aquél que quería escribir para ella, para estar cerca de ella, para convertirse también en imagen dentro de ella. La última forma de intimidad a la que tenía acceso.
- Mientras lees estas líneas, puedes imaginarme escribiendo, puedes sentir como la emoción se codifica en pensamiento, este en palabra, y esta llega hasta a ti, se descodifica en pensamiento y vuelve a su estado original de emoción. Como haces tuyas mis palabras, que son un reflejo de ti, de mi emoción de ti, mi sentimiento por ti, este es procesado y transformado en algo muy distinto, el algo tuyo. De este modo, muy poco de mi puede llegarte. Se pierde por el camino tanto, tanto...energía viajando a través de un conductor de elevada resistividad.
Pero si no recordaba mal, junto a él ella tenía, o había tenido, la innata capacidad de dejarse llevar a las mil maravillas. Habrían sido una excelente pareja de baile. De haber sabido bailar.
...Un tango a media luz...
Confió, pues, en que nuevamente supiera hacerlo. Y entornara sus ojos. Y respirara suavemente, como cuando sabes que no tienes nada que temer, que quien te conduce sabe lo que hace y no hay margen de error. Y entonces, solo entonces, puedes sentirte libre de disfrutar sin mas de la sensación de ser llevado, guiado, conducido, dirigido, encontrado. De este modo deseó que ella, en este momento, en esta noche o esta mañana, en este instante, recordara que en aquel otro momento estuvo en sus sueños. Y fue suya, sin miedo, sin vacilaciones, fue libre de si misma y no fue prisionera de nadie. Él no la había invocado, ella llegó hasta él por propia voluntad. Acudió sin ser llamada. Por propia voluntad le miró directo a los ojos, por propia voluntad se recostó sobre su pecho, por propia voluntad fue llama.
Y por pura realidad, fue humo. Y sin ningún reparo, sin el menor miramiento (qué sentido tendría...) se alejó, como era su deber, como estaba impreso en su naturaleza, danzando juguetona, zigzagueante.
Inconscientemente, lo llenó todo y se fundió con todo.
Hasta el punto de llegar a parecer, a ojos inexpertos, poco mas que nada.
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