viernes, 28 de septiembre de 2007

Teoría del Impacto

Foto: Chimenea de la antigua fábrica de Eloy Silió, coronada por un ejemplar de Ciconia ciconia, reflejada en una ventana de la calle Silió. Valladolid.



¿Y yo cómo iba a saberlo? Seguía una ruta habitual, no había ningún dato atmosférico que indicase un cambio respecto a cualquier otra mañana, excepto el frío, claro, y las nubes. Pero ninguna prueba de que ese día se diferenciase de cualquier otro día claro con nubes y frío. Mi paso no era ni más rápido ni más lento de lo habitual en esas situaciones, es decir, era más bien rápido porque llegaba con retraso, y a la vez no lo suficientemente rápido, es decir, podía haber ido más rápido; sin embargo estaba lo que había dicho Vasily, el 110% del reactor era posible, pero no recomendable. Así que ¿para qué andar forzando la máquina?. La mañana era aparentemente plácida y más tarde aún había llegado otras veces. La ignorancia confiere valor al hombre. O más bien, la ignorancia del hombre es fácilmente confundida con el valor. El verdadero valor consiste en asumir el mismo riesgo a sabiendas no de las posibles consecuencias, sino de la realidad. Y la realidad, en este caso, era el impacto.

La posibilidad del impacto.

Bueno, el impacto siempre es posible, sin embargo el destino no está escrito, nuestra voluntad y el entorno que nos rodea pueden modificar el futuro ("Difícil de decir es, cambiando el futuro siempre está", Yoda dixit). En primer lugar, yo puedo llegar al mismo sitio por diversos caminos. Es curioso (me he dado cuenta hace un rato y estaba deseando ya señalarlo) que generalmente siempre voy por el mismo camino, pero acostumbro a volver por caminos distintos. Para evitar la rutina, quizás, pero en realidad no creo que piense en eso cuando echo a andar de vuelta. No es que no coja el mismo camino de vuelta que el que he hecho de ida, a veces lo hago. Sólo que no tengo un camino de vuelta definido, varía según que pie apoye primero al bajar el escalón, supongo; entonces me giro hacia la derecha o hacia la izquierda y a partir de ahí todo está por decidir, voy pensando en mis cosas y no soy consciente de por donde voy, sólo de que voy y de que por ahí llego igual de bien que por el otro lado. Bueno, no voy, vuelvo. Cuando voy siempre voy por el mismo camino. En ese momento (cuando voy) no pienso tanto en mis cosas, pienso en que voy, en que voy tarde y que tengo que ir por ahí porque a priori parece el camino más corto aunque ya comprobé empíricamente que se tarda lo mismo por los diferentes caminos; así que para rechazar el empirismo hago trampas y cuando voy por el camino corto ando más deprisa. Pero puedo llegar al mismo sitio por diversos caminos.

En segundo lugar, no suelo llegar siempre igual de tarde, depende de como de sucio tenga el pelo esa mañana, de cuan interesante sea lo que dice el tertuliano x o el tertuliano y, de que lo que se me ocurra a última hora buscar en el ordenador, de si encuentro o no las llaves y el tabaco, y el mechero; si pillo los semáforos (de peatones, obviamente) en verde o no, y si está en rojo, del tráfico que haya ese día.

En tercer lugar, siempre cabe la posibilidad de lo inesperado. Inesperadamente hay obras en esa acera (bueno, eso es casi de esperar, pero no me suelo dar cuenta de que era esperable hasta que me lo encuentro), inesperadamente me encuentro con alguien, inesperadamente piso una caca de perro y me detengo a restregar el pie contra un bordillo.

Finalmente, la esencia pura del libre albedrío, es decir, lo irracional y/o absurdo. Puedo pararme en mitad de la calle por que sí. A leer un cartel, o a sacar una foto a otro edificio al que le asoman las vergüenzas o a algo curioso. Puedo quedarme embobado mirando algo extraño, alguna de esas cosas tan extrañamente comunes que nunca te fijas en ellas.

Por otro lado, están los demás. Una gigantesca mezcla de albedríos, tan abrumadora que piensas cuanta memoria ram tendría que tener el Universo para mover tanta inteligencia artificiosa.

Pero la realidad era el impacto. El hombre viaja en el tiempo como los peones del ajedrez, siempre hacia delante, al principio dos casillas a la vez si quieres y puedes, luego de una en una y de vez en cuando capturas en diagonal y eso ya define el resto de tu recorrido, excepto si puedes volver a capturar. Y si tu no eres el peón capturado o sacrificado por el bien de los demás y tienes suerte y el otro lo hace muy mal, llegas al final y te haces reina y entonces puedes moverte todo lo que quieras en todas las direcciones. Debe ser como el Nirvana de los peones. Así que eso no lo podemos evitar, eso se escapa del albedrío, avanzamos hacia un punto que nos es desconocido pero que en el fondo sospechamos que está ahí.

Yo avanzaba hacia el impacto mirando hacia la izquierda, nada, hacia la derecha, tampoco, ya que el sentido del tráfico en esta calle es unidireccional; pero de todos modos miro no vaya a ser que suceda algo extraordinario como que uno vaya marcha atrás o un madrileño se haya despistado (un saludo afectuoso para los madrileños despistados). Y si no sucede algo extraño, al menos ensayo para no morir atropellado en algún país de la Commonwealth.
Cruzo.
La siguiente calle gira hacia la derecha,
una especie de "L" invertida (visto en cenital)
un giro de 90º,
una curva ciega.
Así que me abro ligeramente a la izquierda como me ha enseñado la experiencia, no sea que alguien llegue tarde en dirección contraria y yo cegado por la curva embista contra ella (ahora sonrío al ver como me ha traicionado el subconsciente) y sí, efectivamente, allí esta ella, yo no sé quíen es, no la he visto en mi vida, y si la he visto no me he fijado. Todo lo que nos une es que yo voy y ella viene, y ella debe tener un talento similar al mío porque también ha tomado la curva con precauciones a pesar de llevar prisa, hemos evitado el choque, ahora debemos cruzarnos, y como es aquí costumbre me decanto por el lado derecho para que ella pase por mi izquierdo que es así mismo su derecha; pero la joven está confusa, o bien proviene de una cultura diferente y toma la decisión de pasar por la izquierda, esto es, mi derecha, y como dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio a la vez a no ser que sean una histérica alumna irlandesa de colegio de mojas y el vil demonio que la posee, comienzo a alarmarme y trato de evitar la colisión lanzándome a la vez a la izquierda mientras ella corrige también su rumbo con fatales consecuencias. Veo la escena a cámara lenta ¿no es sorprendente lo difícil que resulta pararse en tales circunstancias, no es llamativo ver como algo nos impulsa a seguir hacia delante y hay que hacer un esfuerzo tremendo para frenar?. Y entonces plaf. El impacto.

Instintivamente, ya que recibí una buena educación, brota de mis labios un "perdona", aunque yo bien sé que la culpa en última instancia (a parte de toda la serie de factores anteriormente enumerados) es de ella por no haber respetado las convenciones sociales establecidas en el ámbito del viandante. Pero me mira y sonríe. Y entonces sucede lo verdadermente singular. Nos colocamos de lado, mi espalda hacia la carretera anteriomente situada a mi izquierda, su espalda hacia el edificio anteriormente situado a mi derecha. Es casi como una danza, y esto resuelve el conflicto. El Sol que sabiamente sale por el este y se esconde por el oeste dirige cuatro o cinco rayos majos hacia sus iris verdosos que, agradecidos, devuelven el resplandor al astro y de rebote a mi mismo, y me alegro mucho de no ser causante de un eclipse. Ahora sí que la he visto, y me he fijado. Otro paso de minué y por fin dejamos de andar como cangrejos y volvemos a un entorno tridimensional, para seguir apresuradamente nuestros respectivos caminos.

No voy a entrar a analizar los motivos que me hicieron controlar mucho más el "timing" de mi recorrido habitual al día siguiente, pero he de decir que aunque mis afanes no tuvieran un fruto inmediato, decidí ser tenaz y finalmente obtuve mi premio.

Ella sí que es puntual, y ahora, cuando nos cruzamos, en función a ese punto del recorrido en que nos encontramos puedo calcular como (¿cuanto?) de tarde llego.

Y además ahora tengo una sonrisa extra de lunes a viernes. Y con eso me da para escribir líneas y líneas.


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