Allí se alza un nuevo bloque, y por allá florecen margaritas silvestres en forma de viviendas unifamiliares, todas iguales, todas esperando a ser deshojadas. Y por la noche duermen vacíos los pisos aún inhabitados y aquellos en los que ya no habita nadie. Yo colecciono postales de fantasmas de ladrillo, donde antes vivía alguien ahora no queda sino barro, escombro, basura. Pero me emociono cuando descubro un fragmento de papel de la pared, algunos azulejos de la cocina o el baño, la marca de una escalera que ya no sube a ningún sitio; como quien descubiró las ruinas de Pompeya o quien se adentra entre los frescos visigóticos de una antigua ermita. O más aún, porque esto es infinitamente más triste, infinitamente más real, y está más vivo, desnudo, ahora, en la muerte y el olvido.
martes, 4 de septiembre de 2007
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