Mostrando entradas con la etiqueta ruinas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ruinas. Mostrar todas las entradas

lunes, 4 de febrero de 2008

Ruinas II

Foto: Solar en construcción. Esquina de la calle Nicasio Pérez con la Plaza de San Juan. Valladolid.



En la negra y suave noche de mi cautiverio, dejé volar hasta ti mis pensamientos una vez más. Nunca te perderás si no tienes un lugar al que ir, no te perderás si no hay un destino confuso que te espere delante. Siempre hay destino, me dirías, con sonrisa irónica, y yo te diría no mi amor, no mi vida no hay un destino, no existe este destino, ha sido desechado, habrá otros, pero no el destino que nos prometíamos antes, no el destino que el amor nos debía. Como tantas veces he encontrado triste consuelo en el fondo de un vaso y en el humo de un cigarro cargado de la materia de la que se fabrican los sueños, la verdadera materia, abramos las puertas de la percepción una vez más a ver que sucede.

Sin embargo hay cosas que nunca te dije, he dicho tanto, pero tantas cosas equivocadas, nubladas por la ira los celos el alcohol que no eran verdad, que no eran yo, y tantas cosas reales, serenas, quedaron en el aire. Ahora estoy sereno y ebrio, ebrio de tristeza y sereno de rabia, cargado solo con el peso del espacio que dejaste en mi alma, espacio que no reclamarás, espacio que quedará desocupado, espacio especulado, invertido sin temor a obtener pérdidas y ahora lleno de nada, solo ruina y huecos y paredes desnudas. Me recuerda a esos edificios derruidos que te encuentras por la ciudad, el progreso, el tiempo, todo avanza, todo cambia, y donde antes vivió alguien ahora solo queda un solar siniestro y una pared fantasma, puedes ver los azulejos y decir “ahí estaba la cocina” puedes ver aún un espejo en lo que fue el baño, puedes ver el papel de las paredes arrancado a tiras y la huella de una escalera que ya no existe, que ya no sube ni baja a ningún sitio. Cuando voy por la calle y veo esas tristes ruinas, las fotografío y pienso quién corrió por los pasillos que han quedado sepultados bajo los escombros, quién amó entre esas paredes, quién sufrió quién lloró y qué se veía desde esa ventana, como cuando visitas Pompeya y ves los hornos con sus panes y piensas alguien amasó ese pan, como hacía todos los días, desde hace tantos años, sin saber que esos serían los últimos que saldrían de sus manos. Los vestigios del pasado que quedan sepultados por una catástrofe natural llamada tiempo, espera, detente a pensarlo, no hay tiempo, no se puede aferrar, no se puede detener, solo se puede contar, contar incesantemente, siempre hacia delante.

Voy a decirte algo que quedó soterrado en el olvido. Una noche sopesaba el dolor y el gozo y encontré el gozo demasiado doloroso por la consciencia del futuro. Es un mecanismo contra natura, en contra de la propia supervivencia, en contra del propio interés de la especie, el prohibirse disfrutar de la felicidad temiendo por el dolor venidero, de esa forma duele dos veces, cuando lo prevés y cuando de hecho lo vives. Pero no era esto lo que quería decir. Tu estabas apoyada en un radiador del luminoso edificio en el que trabajabas y yo estaba ahí también, no se por qué, no te conocía, no te buscaba, de hecho ni siquiera te había encontrado aún. Solo eras la mujer de cabello rubio y piel blanca como el mármol y ojos azules como el Universo que solía apoyarse en ese radiador a fumar un cigarrillo melancólico. Y yo, feliz en mi ignorancia, pensaba, que lástima, que chica tan triste, si tan siquiera pudiera iluminar su rostro con la luz de mi felicidad, como puede haber gente triste en el mundo si la vida es tan hermosa, si el simple hecho de vivir es en sí un milagro maravilloso, si solo tenemos una vida y está llena de colores de sabores de futuro y de ilusión. Nuestras miradas se cruzaron en el aire, la mía arrojando todos esos pensamientos gozosos y la tuya cargada de infinita tristeza y de sueños rotos y de desengaño y de cicatrices y entonces pensé ella debe creer que soy un idiota, con mi sonrisa de idiota, con mi infantil alegría, cielos que rumor de mar sereno en su eterna beatitud, en su incesante batir de olas y vueltas y remolinos y horadar tierra, golpear roca, una vez, otra, otra, desde siempre hasta el final.

Fue entonces cuando comencé a pensar en la felicidad como freno de una búsqueda que debería ser infinita, no, es demasiado fácil darse por satisfecho cuando aún no has vivido, no has vivido nada, demasiado joven, demasiado estúpido, demasiado estático. Rápidamente rechacé esas ideas sombrías y me maldije a mi mismo por ser tan voluble y tan influenciable cuando mediaban miradas como la tuya.

Y cuando te conocí y recordé tu mirada triste y por un momento creí verla iluminarse con la brillante veta de la felicidad, entonces sonreí hacia mis adentros, tenía razón, tenía razón, la felicidad se alcanza y puede transmitirse, y es buena, y no hay motivo para renegar de ella, tan sólo se está más o menos cerca de ella, se la añora mas o menos o trae mas o menos recuerdos dolorosos. Pero, como había predicho en ese momento de iluminación que tu me brindaste, me apagué, me volví cómodo, dejé de buscar, para qué buscar si ya te había encontrado, y te amaba y nos amábamos y así sería para siempre, cuando de pronto como el panadero de Pompeya caí de bruces contra la realidad de que solo somos pequeños segmentos de tiempo que nada permanece y que todo cambia, que vivimos sobre un volcán y podemos llegar a ser tan idiotas de vanagloriarnos de que precisamente ese accidente geográfico es lo que me permite tener agua caliente y que mis tierras sean fértiles, y al día siguiente estalla, y mis tierras, y yo estallo, y tu explotas y te marchas y ya solo soy ceniza y polvo o menos aún, el hueco que mi cuerpo deja cuando la lava se solidifica y yo desaparezco pero mi hueco sigue estando allí a la espera de que alguien lo encuentre y lo rellene con escayola y haga una estatua para que todo el mundo pueda ver donde morí y en que ridícula posición quedé diciendo Dios mío, mi horno mis panes, y este mediodía nadie comerá pan y para esto tanto tiempo preocupándome por cultivar el trigo y molerlo y transformarlo en harina y adquirir la levadura y amasar con agua y sal, y leña al fuego, y dejar que cueza y vigilarlo atentamente y esperar a que suba y dejar que fermente. Cuantos segundos consumidos. Un zorro que daba consejos de jardinería dijo una vez “el tiempo que dedicas a tu rosa hace que tu rosa sea importante”. El pobre animal se equivocaba, cuidado vienen los jinetes y sus sabuesos, vete corriendo y deja de decir bobadas y de dedicarme tiempo a mi o acabarás en forma de estola decorando el cuello de una gorda paleta. El tiempo dedicado solo es una colección de flashes, de instantáneas insípidas que no reflejan nada y que se acumulan como el polvo en los estantes o como las entradas de cine, para que las mires y veas la fecha y la película y recuerdes si la viste con esta o aquella persona, y si te gustó y la anécdota del día o qué llevaba ella puesto o como vestías tú o si en la oscuridad rozaste su mano o ella juntaba su rodilla a la tuya, o lo peor, lo peor de todo, encontrarte con esa entrada y no recordar que película es esa “yo no la he visto” y piensas y no das con ello y entonces buscas y recuerdas vagamente, pero no sabes por qué irías a ver esa mierda de película, si no es de tu estilo, ni siquiera era del suyo, por qué iríais a ver esa y no otra, tal vez no hubiera otra, tal vez llegarais tarde a la que queríais ver realmente y decidisteis probar suerte, no lo sabes, no sabes si intercambiasteis miradas cómplices horrorizados por ese muermo que desfilaba ante vuestros ojos o no pudisteis reprimir una risa casi de vergüenza ajena y el de la butaca contigua os miraba amenazadoramente y los dos poníamos cara de niños buenos y reíamos aún mas, conteniendo la carcajada y entonces yo te hacía cosquillas en la pierna para que estallaras y tu te ponías roja y decías entre risas “para”. Horrorizado comprendes que el tiempo dedicado no le hace importante, lo importante es disfrutar de cada segundo de ese tiempo antes de que se quede en polvo escombros y no haya nada ya que vivir y los recuerdos no son nada, no significan nada, y no se acumulan, solo son trazos vagos que te han llevado a este momento, al momento de las siluetas y los marcos de cuadros colgando de la ruina desnuda, a la vista de todo viandante, sólo otra casa derrumbada, no se, ¿tu sabes lo que van a hacer en ese solar? Probablemente otro supermercado o un bloque de apartamentos caros con garaje y trastero.

lunes, 10 de diciembre de 2007

La mañana transfigurada

Foto: Pequeño microcosomos compuesto por tejado, ventana, generadores de aire acondicionado, gato callejero trepando y paloma aleteando (los animales salieron del plano justo antes de poder hacer la foto). Calle Los Moros en la confluencia con la Plaza del Camarín de San Martín. Valladolid.

Cuando abrí el ojo izquierdo el reloj marcaba las 5:30; cuando abrí el ojo derecho ya eran las 8:00. Así que había dormido dos horas y media, de modo que me levanté de mi cama estremecido por una tristeza prosaica, la del frío en los pies y la nostalgia de mi cama, tan cercana, tan prohibida la calidez de sus mantas - te dije que me dormiría más tarde que tú - y la sensación del desayuno era de angustia, un angustioso desayuno de leche con cereales y un buchito de coca cola para quitarme el reseco del tabaco nocturno y maldita la hora porque el ardor de estómago ya me estuvo acompañando todo el día. Traté de reencontrarme con la realidad con mis quince minutos de sofá matutino pero el bueno de Vicente Vallés me parecía un Bela Lugosi inquietante y no encontré la paz tampoco en ese momento habitaulmente tan grato. Cuando me encaminaba arastrando los pies por el pasillo de vuelta a mi cuarto para coger las llaves y mi bolso escuché unos arañazos en la puerta de casa; me asomé a la mirilla y divisé a los alborotadores, estaban encerando el suelo y la máquina hacía ruido y los enceradores gritaban mucho. Abrí la puerta, sorteé un trozo de papel de embalar que habían colocado muy profesionalmente al pie de la puerta para no rozar la madera (con ningún éxito) llegué al ascensor y mientras los escuchaba gritar mi mente semidormida trazó una teoría: para los trabajos ruidosos se suele contratar a personas que gritan mucho o que tienen un tono de voz alto y desagradable. Pensadlo: enceradores, albañiles, trabajadores agrícolas (en el campo no hay tanto ruido pero hay que comunicarse a grandes distancias). En los bares también hay ruido y se grita mucho; tal vez mi teoría tuviera poca base.

Saliendo a la calle lo primero que me sorprendió fué un frío intenso acompañado de un sol de justicia, altamente contraindicado para una persona destemplada y con fotofobia autoinducida por la falta de sueño. Una señora con chándal rosa avanzaba con paso decidido precedida por un perro espantoso, diminuto, azorrado (no se si existe la expresión), chato y feo, con el pelo cardado dándole forma de pompón gigante (a su pequeña escala) y el tren trasero descolocado de modo que andaba en diagonal (pobre esperpento de la naturaleza, sin duda fruto de siniestros experimentos científicos de empresas de suavizantes y diagonales). Sería este el primero de una serie de perros matutinos. Crucé la calle que llevo años cruzando a la altura de la plaza de Luis Braille, por fin han terminado la obra de la acera y sin embargo la atravesé tan suicida como cuando no la había y estuve a punto de ser arrollado por una furgoneta blanca: sería la primera de una serie de furgonetas blancas con malas intenciones.

Avanzando por la calle Renedo me sorprendió ver cola a la puerta del veterinario, colas más bien, porque tres perros enfermos con cara triste esperaban a su médico. Uno de ellos, un pastor alemán, llevaba uno de esos aparatos en el cuello con forma de megáfono que yo me pregunto si servirán para ayudar a los perros que ladran bajito; al menos en este caso actuaba como amplificador de unos alaridos perrunos que taladraban mi cráneo. Me percaté de que el portal de mi abuela estaba abierto y estuve tentado de entrar; para mi sorpresa observé que estaban encerándolo unos señores ruidosos, y en mi cabeza aturdida rondaba la absurda idea de si sería hoy Santa Cera o el Día del Pulimiento, que asocié a algún poso sedimentario de la cultura neolítica, poso que volví a plantearme ante la presencia furibunda de una anciana cubierta de pieles y de otra mujer de edad venerable con una estola atada de tan mala manera que parecía haber cogido propiamente al perro pompón antes mencionado y directamente habérselo enroscado en el cuello. Llegué hasta la calle de Colón, donde tuve la prudencia de mirar hacia la izquierda y de este modo evité que me llevaran por delante dos condenadas furgonetas blancas que aceleraban en paralelo como si estuvieran atravesando el túnel de Montecarlo, y proseguí tomando un desvío para pasar por la librería Alejandría. Recé por que estuviera cerrada, ya que de no ser así seguramente iba a acabar comprándome uno de los muchos libros que ahora no debo leer porque tengo que leer muchos otros. Mis ruegos fueron escuchados, de modo que continué mi camino adentrádome en la semipeatonal calle de Juan Mambrilla. Dos estudiantes de derecho me adelantaron y por su conversación deduje que eran idiotas y pensé en fin, carne fresca para Legalitas, y a continuación me situé a la espalda de dos señoras mayores (que no llevaban pieles de animal a la vista) y no pude dejar de escucharlas dialogar - Pues yo ahora me tengo que tomar tres pastillas por las mañanas. - ¿Por la tensión? - Si, la tengo alta - ¿Y por que la tienes alta? - Tomo tres pastillas todas las mañanas - ¿Pero por qué tienes la tensión alta? - Las mandó el médico - ¿Pero por qué tienes alta la tensión? - No lo se, siempre la he tenido así - ¿Y entonces por que te mandan ahora las pastillas? - Porque tengo la tensión alta.

Estaba en la plaza de los Oligastros (no la busquéis en el callejero, sólo yo la llamo así. Tiene que llamarse de algún modo) y girando a la derecha tomé la famosa calle de Los Moros, donde una vez participé en una épica batalla (no, no fue contra una croqueta). Me detuve para hacer fotos a una esquina pintoresca, un pequeño microcosomos compuesto por tejado, ventana, generadores de aire acondicionado, gato callejero trepando y paloma aleteando en un espacio tan pequeño que me apenó no poder quedarme a estudiarlo toda una mañana. San Martín (lo que le llega a todo su cerdo, como decíamos ayer), calle La Lira y esa otra estrechura tan bonita donde se encuentra la casa de Zorrilla (no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague: por fin la han reabierto, aunque demasiado tarde para enseñársela a mi kleine muse), tan bonita, digo, con ese fotomatón que prácticamente marca el pulso de mi vida, tan bonita sería, digo, de no estar emplazada en esa misma calle esa dichosa comisaría donde desde hace cinco años debería acudir a renovarme el DNI. La puerta del famoso garaje electrificado "Prohibido Orinar" se cerró a mi paso como si hubiera estado esperandóme para hacerlo, confiriendo a mi deambular aún mas reminescencias de Walter Ruttman. Desemboqué en Cadenas de San Gregorio, donde mis sensores semiletárgicos percibieron la presencia de una chica con piernas largas y poncho que desgraciadamente y con gracioso caminar se desvió hacia El Agujero Antes Conocido Como Calle Angustias, y yo puse rumbo hacia la estatua de Felipe II, ilustre pucelano que nos dejó una catedral la mar de poética como recuerdo de su estancia entre nosotros, y finalmente frente a ese ruinoso (y adorable) colegio El Salvador un despistado conductor de una furgoneta jodidamente blanca causó un divertido caos al atravesar por el carril bus-taxi para luego lanzarse en dirección prohibida de cabeza hacia El Agujero Antes Conocido Como Calle Angustias. Sit tibi terra levis, amigo.

El caos circulatorio en la confluencia de las calles Imperial y San Quirce suele ser fenomenal, y una ancianita lo evitaba emulando a Chita, caminando con endebles piececillos por encima del bordillo y asiéndose a la valla protectora de la curva por el lado de la carretera, primero con una mano, luego con la otra (como si no hubiera acera, mujer de Dios) y yo me planteaba, pasando junto a una gran tienda de chinos, que toda esa basura que vendían debía fabricarse en algún sitio, que había esforzados currantes en algún lugar recóndito que se dedicaban a fabricar esos jarrones espantosos y esas cabezas de dragón de plástico radiactivo, profunda disquisición interrumpida por una súbita lluvia de pelusas que procedían indudablemente de la alfombra que estaba sacudiendo alguna guarra individua (no lo comprobé y puede que mi comentario parezca sexista, pero díganme ustedes cuando han visto a un tío sacudir una alfombra que no fuera de del coche), ¿donde está la policía en esos casos? ¡Cuanta fuerza represora mal enfocada, eso si que es un delito contra la sanidad pública y no lo que yo fume para mi mismo y mis pulmones doloridos y mi cabeza flotante! Tragando el humo de los coches me consumió la cólera pensando cuanta hipocresía nos envuelve con total naturalidad.

Por fin la Plaza de la Trinidad, al fondo la hermosa Biblioteca Pública de Valladolid, y saludándome dos palomas que se echan a volar en canon (volvemos a Die Symphonie der Großstadt a escala humildemente pucelana). Mi casillero habitual está ocupado así que utilizo el 87 porque sus dos dígitos suman 15 y comienzo a ser consciente de que no recuerdo el nombre del autor del libro que tengo que buscar. Cannavaro es un futbolista, lo sé porque lo sabe Tyler, Caravaggio es el rey del claroscuro por mucho que le pese a Tintoretto, y el tipo este es una fusión de ambos. Sonrío cuando obtengo resultado por Canavaggio, entro en la biblioteca, busco 82.07 CAN y no encuentro nada aunque según el ordenador está disponible; de modo que vuelvo al ordenador, no se de donde he sacado esa signatura, la correcta es 86.09, busco de nuevo entre los libros 86.09 CAN y nada, estoy tan cansado que creo que me voy a dar por vencido pero la casualidad me descubre un libro de John Dos Passos sobre sus viajes por Europa en el periodo de entreguerras, lo cojo golosamente aunque de Dos Passos sólo sé que escribió Manhattan Transfer, una especia de Berlin Alexanderplatz a la yankee, y eso de nuevo entronca con Walter Ruttman y todo cobra sentido. Un último vistazo al ordenador, efectivamente la signatura es 86.09, pero no es CAN, sino HIS (Ya que Canavaggio sólo es el editor y se trata de una obra coral). Por fin lo encuentro, el Tomo IV dedicado a la literatura española del siglo XVIII resalta al ser mucho más delgado que cualquiera de los otros cinco tomos (deducción: poco hay aprovechable en la literatura española del siglo XVIII, le pese a quien le pese, Espronceda me perdone). Bajo orgulloso con mis dos presas de esta mañana y encuentro una fuerte marejada de niños de primaria que han venido a conocer la biblioteca. Salgo corriendo como alma que lleva el diablo, recupero mis bártulos tras tratar infructuosamente de abrir el casillero 15 con la llave del 87 y por fin entro en el refugio soñado, esa cafetería (no vo ya decir el nombre) con mesitas redondas, internet gratis y música barroca por las mañanas. Mi mesa está ocupada por uno de los bibliotecarios y una señorita veinte años más joven que él. Espero a que el camarero me atienda (un tio, todo sea dicho, bastante hosco). Finalmente repara en mi presencia y me dispara un agresivo "que quieres" apuntándome con su afilada barbilla de Habsburgo. Un...café...con leche... (mis primeras palabras del día). Tomo asiento en una mesa demasiado cercana a la barra para mi gusto y trato de escribir todo esto en un cuaderno pero tengo demasiado sueño y se me caen las palabras. Una oronda señora entra acompañada por una oronda joven cuyo tono de voz resulta de los más desagradables que he tenido el gusto de escuchar ese mañana, y dice "¡mira, si está ahí el Jose! ¡Hola Jose! - ¿Que pasa? (contesta incómodo el bibliotecario con jovencita) - Qué, tomando el café, ¿eh? - risa sardónica de la muchacha oronda. Sardón es un pueblo. Risa nerviosa de la jovencita acompañante de bibliotecarios. El Nervión es un río que a su paso por Bilbao se transexúa y se convierte en ría. También es un barrio de Sevilla. Todo está relacionado. - Si - responde cortante el bibliotecario -, ya ves (cosas que se usan para abrir puertas, o bien deidades hebráicas duplicadas)

Dejo de escuchar tan interesante duelo dialéctico porque a mi derecha una pareja gaymente amorosa comienza a discutir acaloradamente sobre a quien le toca pagar el café - Me toca a mi - No, me toca a mi - y fantaseo pensando en que el calvito coge una botella de cerveza, y la rompe contra la cara del camarero para luego amenazar con el filo cortante a su concubino. Amenazar es un verbo de la primera conjugación. Como Aznar. Yo azno, tú aznas, él azna... Hora de marcharse, pago a disgusto el carísimo 1'20 que cuesta un café (absurdo cuando el desayuno completo es 1'50), observo con curiosidad a los milicos de la oficina de reclutamiento que el Ejército de Tierra ha colocado en la ya comentada calle San Quirce (han puesto a un chico y a una chica rubia. El chico era moreno, creo. Los dos con uniforme de campaña y toda la pesca. Ella llevaba coleta) y por fin llego de nuevo a Cadenas de San Gregorio.

Un hombre canoso toca el acordeón con un deje porteño.
A mi derecha un perro de considerable tamaño reposa emulando a un león de la sabana.
A mi izquierda un hombrecillo pasea a un inquieto foxterrier
y yo en medio,
y las palomas vuelan
y el foxterrier se fija en el leonino chucho,
y las cigüeñas claquéan
"Hola, mi nombre es Chimo el Foxterrier, tu mataste a mi padre, prepárate para morir"
y yo presiento que está a punto de desatarse un infierno.

Pero no hay infierno, sólamente frío y granito. El perro leonado descansa a la puerta de la oficina de empleo cansado ya de luchar. Paso junto a la plaza de Relatores y recuerdo distante la cálida y sensual promesa de unos ojos verdes. Un tiovivo gira vacío mientras la gitana feriante contempla el polvo en suspensión y un pasteloso bolero desentona con el ruido sordo del inminiente invierno. Un cachorro de pinscher miniatura tiembla dentro de una caja de metacrilato. Debe tener días, y todo lo que ve es la Avenida Real de Burgos, con sus tres carriles y lo que eso conlleva, con los peatones desfilando ante él, golpeando el cristal para saludarlo. No agita la cola. Tiembla.
- Es como mi perro - me dice una mujer desdentada a la que no conozco de nada y que se ha parado delante del mismo escaparate - novecientos euros cuesta, nada menos.


En ese momento decido que lo que yo necesito es comprarme un jersey.
Y luego pasa la tarde, habiendo perdido su amor.
Y escribo esto.


lunes, 3 de diciembre de 2007

The Test

Foto: Estación del Barrio del Pilar, dirección Arganda del Rey. Madrid.


Il etáit une fois une jeunne femme que caminaba con paso decidido por una luminosa estación de metro. Los trenes avanzaban sin detenerse en el andén, atravesaban las vías dejando tras de sí un rastro blanco y azul. Un silbido era todo lo que se escuchaba a su paso, ni el traqueteo de los vagones, ni el bullicioso circular de los pasajeros, ni los metálicos anuncios de llegadas y partidas. Una joven mujer de cabellos dorados caminaba por la estación.
Sus pies dejaban una huella clara en el suelo que parecía tornarse arena marina cuando pisaba sobre las teselas del mosaico. El agua se filtraba entre los diminutos granos y formaba pequeños estanques de agua salada de la talla treinta y ocho. Por efecto de la eutrofización en ellos se generaban verdes cinobactérias que producían óxigeno para alimentar la cadena de la vida: florifacción (W) , floriscencia (F), frutigénesis (nah). Una joven mujer de cabellos dorados paseaba por la arena. A su paso brotaban flores de blanco azahar.
El camino que la conducía hacia delante no terminaba nunca. Los árboles se alzaban ya hacia la arbolescencia y pronto serían bosque, su sombra frondosa alumbraba los raíles. A los pies de sus raíces los papamoscas se dejaban caer siniestros, y las musas extendían sus verdes hojas y exhibian frutos amarillos que hacían las veces de pequeños soles constelados. En torno a cada uno orbitaban diminutos sistemas planetarios de diversa población, pero por influencia conspicua de rámeras inuesas todos acababan siendo devorados por las rotundifolias dróseras. Las drosófilas salian huyendo tan deprisa que un ejército de lucifersas se batía en su interior convirtiéndolas en luciérnagas. Una joven mujer de cabellos dorados caminaba en un bosque, el Universo giraba a su ritmo.
La bioluminiscencia es un fenómeno relativamente frecuente en bastantes especies marinas; las últimas estimaciones consideran que hasta un 90 % de los seres vivos que habitan en la porción media y abisal de los mares podrían ser capaces de producir luz de un modo u otro. En hábitats terrestres la bioluminiscencia no es tan común.
Cabellos dorados, joven mujer, resplandor.
Yo recogía los frutos, golpeaba y horadaba la tierra, excavaba y me llenaba de barro. El sudor danzaba con la arena en mi rostro trazando ocres barrotes de prisión y absorbiendo el aire en mi y en el mundo. Una joven mujer de cabellos dorados caminaba.
Levanté la vista, observando cómo se alejaba hasta que solo un aroma suave quedó como rastro. Acariciándolo se estremeció y tocó por fin su espalda. Se gira hacia mi, una joven mujer de cabellos dorados, su piel es tan blanca que absorbe la luz de las estrellas y sus ojos me bañan en azules nubes de cielo albino. Se recortan sus labios como pliegue carnoso y dulce de nieve batida. Ráfagas de viento portan su voz cristalina y los cortes en mis brazos y mejillas me bañan en sangre agria. Sustancias volátiles son liberadas y estimulan los receptores olfativos de mi nariz. Te acercas.
Una joven mujer de dorados cabellos. Una voz te llama a tu espalda, frente a mi. Tu gesto se transforma en sonrisa y las dilatadas pupilas escondidas tras los párpados entrecerrados se llenan de noche liviana. Te giras, te marchas, el andén se mustia y muere. Parpadea una polilla en los focos fluorescentes del techo. Hiede a humedad rancia y a óxido, la gente corre arrastrando pesadas maletas, charlan y el eco de sus voces se mezcla con las de los megáfonos que recorren los pasillos. Sobre el terrazo se pelean los chicles para emigrar adheridos a la suela de un zapato. La condensación en la bóveda produce una fina y poco densa lluvia. Senescencia vegetal: se debe a un proceso llamado apoptosis o Muerte celular, conocido también como suicidio celular por deberse a una serie de señales internas con las que la celula se induce a la Muerte de una forma limpia, sin desencadenar un proceso de necrosis o reaccion inflamatoria.

Este proceso también aparece en humanos (desaparicion de la cola de renacuajo para convertirse en rana).

Se va y yo busco bajo la herrumbre el nombre de la estación que ahora es cripta y viaje. El término “olor” se refiere a una mezcla compleja de gases, vapores, y polvo, donde la composición de la mezcla influye directamente en el aroma percibido por un mismo receptor.
Lejos balaban las cabras, entrechocaban sus cabezas.









sábado, 1 de diciembre de 2007

Seis años

Seis años después en el mismo sitio, en el mismo lugar, en la misma ciudad. Seis años después en la misma fecha. Piénsalo, la semana tiene siete días. El mismo día de hace seis años también era sábado. Eso es lo único bueno de recordar fechas. Por supuesto, nada tiene nada que ver. Yo soy otro. Y tu ya eras otra en aquel momento. Es irónico, por otro lado, que lo que podría significar cerrar un círculo sea sin embargo trazar un rombo. Ya sabes, en mi viaje a la reencarnación tiene que acompañarme siempre un poco de condenación. Mucho más que un poco, en realidad.

Ya he hablado de eso, por lo que no continuaré con el tema.

Era una noche negra como pocas, tan negra que a penas podía distinguir el pálido brillo de las verdosas estrellas. Hacía tiempo que bailaba en torno a una pira funeraria, pero esa noche fué la de la consumación. No habría otra parecida. En mi memoria - ya sabes como funcionan estas cosas- la falta de imágenes se suple con recuerdos a la luz del amanecer, de espaldas a mi, la suave curva de tus hombros encogidos. Una línea recta desciende desde el cuello y se detiene en un punto, de pronto se curva hacia arriba, hacia abajo, y desciende por tus brazos pudorosos. Recortada contra el amanecer te recuerdo esa noche negra. Había algo de prohibido, siempre lo hubo, y había algo de falso en todo aquello. Una tarde llevabas una blusa gris de finas rayas oscuras y mientras clamabas a los cielos o a donde clamen quienes no creen en castigos y recompensas (yo me he creado mi propia mitología) sólo podía pensar en lo bien que te quedaba la blusa gris de finas rayas oscuras, y como podría quedar mejor: en el suelo, a dos metros de tí.

Por la mañana pronto vino el sol y no recuerdo tu rostro, pero recuerdo tu albornoz, recuerdo tus pestañas entrecruzándose a escasos centímetros de mí la mañana de nuestro primer pecado, mientras Rachmaninnov hacía temblar las lámparas con su concierto número dos. Recuerdo que cogí un autobús, tenía que bajar para volver a subir y durante todo el camino solo pensaba en las vibraciones del motor (me había sentado al fondo). Cuando llegué al trabajo escribí en el ordenador lo que había ocurrido para asegurarme de que era real. Borré hace tiempo ese archivo. Lo borré esa misma mañana.

Cuando deambulaba por la ciudad dando tumbos y pensando en la salvación fácil de una botella - más acogedora que el frío filo de un puñal, y mucho más placentera - me detenía en las esquinas y deseaba que me encontraras así. Y cuando veía viejas películas de terror por las noche deseaba que estas fueran lo suficientemente buenas para servir de justificación a mis gritos.

Y ahora, seis años después, este momento anterior a la celebración es el único que quiero dedicar a aquellos otros. Como te digo, para cerrar el círculo debería visitar aquel santuario oculto entre la niebla yo sólo. Pero me acompaña otro círculo abierto , mas abierto, más grande, que consumirá de seguro toda la energía que puedo dedicar a la geometría vital.

En el fondo es, para qué engañarse, una especie de deferencia hacia ese chaval de hace seis años que sólo soñaba tu cintura envuelta en sus espirales de humo.
Y mientras, tanto tiempo después, las tormentas de aquel día en la memoria solo son sucios aguaceros de lluvia ácida y pútrida que no trascienden más allá de sus propios charcos.

viernes, 30 de noviembre de 2007

Responso sobre el polvo

He estado esperando este momento.

Mírame. Esto no lo has visto nunca.
Mírame. Mira mis ojos.
Fíjate.
¿Qué ves en ellos?
Entonces mírate.
Desenfoca la vista, te he enseñado a hacerlo
¿Ahora qué ves en mis ojos?
Ya no te ves a tí. Mira dentro.

¿Ves ese frasco,
en la segunda estantería,
donde nunca limpio el polvo?
No te das cuenta. No miras bien. Míralo.
El polvo acumulado. No es polvo.
Es tiempo.

¿Sabes que guardo dentro?
No. Nunca te has parado a pensarlo.
Pero los frascos se han hecho
para guardar cosas dentro.
Mira dentro.

Es agua. De manantial.
Son mis lágrimas.
Son antiguas.
Como el polvo.

Mira mis manos. Ya las has visto,
vuelve a mirarlas.
Mira mis nudillos. Ya los has visto. Hay cicatrices. Ya las conoces.
Pero no te has fijado bien.
Son tus cicatrices.
Míralas.

Aún piensas que sueño
aún crees que esto es
un remedo de poesía
No lo has visto bien.
No has mirado dentro.
Mírame.

Es un testamento
vivo
de un hombre
muerto.

Sólo grita ya por las noches
de vez en cuando
No le hago mucho caso
Sólo creo en los fantasmas muertos
Pero me da lástima.
No quiero que se vaya tan solo
tan hueco.

Así que lo guardo, en un frasco
sobre la estantería cubierta de polvo
Lo acojo en el fondo
de mis ojos
Lo recuerdo en las cicatrices
de mis nudillos.

Esto nunca lo has visto
El tiempo engaña
Míralo,
no importa quién lo mató,
si fué homicidio
ya ha
preescrito.
Importa que está
ahí
quiero que lo
veas,
quiere verte,
quiero ver
ese encuentro
míralo.

Mírame.
Así no.
Mira dentro.




miércoles, 28 de noviembre de 2007

Comienzo

Foto: Brote de no se que planta en un solar junto al centro de ocio Parquesol Plaza. Valladolid.


Fuera soplan los vientos
rojos inviernos
confieso que he mentido



Buscando refugio en la nocturna esquina de un edificio artificioso, cubriéndose del viento, entrecerrando los ojos, apurando un cigarrillo antes de que termine el tiempo establecido. La vida es eterna en veinte minutos.

En realidad es la misma historia repetida una y otra vez, son variaciones sobre un tema divino o humano, si es que esos dos conceptos pueden disociarse. Hace mucho que no cuento una historia.

Dos personas caminaban a la luz de las estrellas, buscando la Luna. Se suponía que debía estar ahí, en su sitio, redonda y blanca, plena. Pero esa noche había decidido ocultarse de la vista de los hombres, estaba atendiendo sus propios asuntos. Pudorosa, envuelta en nubes, se asomaba lo justo para espiar los pasos de dos personas que caminaban a la luz de las estrellas buscándola. Cuando se cansaran y asumieran que esa noche la Luna no brillaría para ellos, se detendrían a contemplar las estrellas reflejadas en sus ojos, el uno en los ojos del otro, de modo que por fin lo que más refulgiera en la oscuridad fueran ellos mismos.

Y es que está ahí, aunque no la veas.

-¿Y la noche? - preguntó ella pensativa.
- La noche sólamente es un eclipse de Tierra.

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

Eran las ocho de la mañana. El hombre de la inmobiliaria esperaba desde hacía quince minutos, exhalando vaho mezclado con el humo de un ducados del que se deshizo rápidamente cuando vió acercarse el Volvo plateado. Buscó de forma mecánica un chicle en el bolsillo interior de su chaqueta, pero sólo encontró envoltorios vacíos. No tuvo tiempo de sentirse contrariado, ya estaba esbozando una amplia sonrisa para saludar al inversor y al constructor. Si es que esos dos términos pueden disociarse.

- Buenos días, caballeros - su voz se quebró de forma ridícula hacia la mitad de la última palabra.
- Buenos días, como andamos... - la voz del constructor resbalaba por su garganta hasta las comisuras de sus labios agrietados.
- Hola, hola, que tal, que frío hace, coño - señaló atentamente el inversor.

El agente inmobiliario estrechó las manos calientes de sus dos clientes y sólo en ese momento se dió cuenta de que la suya estaba helada.
- Bien - dijo al fin - aquí está. Como pueden ver, la situación es inmejorable.
El constructor no hizo ningún gesto. Escrutaba con ojos expertos el solar, las palabras grandilocuentes le exasperaban.
- Un poco... en cuesta.
Los tres continuaron con la conversación durante unos minutos, pasearon por el solar y finalmente se marcharon a tomar un café para sellar el acuerdo.

Cuando se hubieron ido, el viento azotó los escombros, movió la gravilla. El Sol, aún pálido y débil, se fijó en un brote dorado que quería imitarlo, brillando. Desde ahí se divisaba el sur de la ciudad: Las grúas se alzaban entre la bruma como animales prehistóricos, el sonido del tráfico en hora punta recordaba a lejanos graznidos marismeños. El brote miraba hacia el cielo, temblaba de miedo y frío.

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -


Las ocho de la tarde. Lluvia fina pero persistente. Limpiaparabrisas danzando al son de Radio Gagá. Odiaba estos trabajos, pero no podía rechazarlos: eran los que me daban de comer. Por fin salió del portal con paso vivo. Una chica menuda, de unos cuarenta y cinco kilos y cerca del metro sesenta y dos, con el pelo rubio recogido bajo un gorro de invierno muy colorista. Los zapatos no eran los más adecuados para la lluvia, las gafas de sol no eran las más adecuadas para las ocho de la tarde de un día lluvioso de noviembre. Cuando apagué la colilla en el cenicero me dí cuenta de que no era consciente de estar fumando, me tengo prohibido fumar en el coche. Y sin embargo dentro había ya más humo que aire, por lo que bajé la ventanilla, tan sólo una rendija.

La mujer había subido a su vehículo y comencé a seguirla. Esa parte era la divertida. Perseguir es divertido, perseguirte sin que lo sepas. Lo duro es observar.

No era de extrañar que hubiera escogido una mesa en una esquina. Pero su jersey rojo a juego con su falda negra y su cabello rubio ahora suelto hacían que difícilmente pudiera pasar desapercibida. Dejó las gafas de sol sobre la mesa y me dirigió una mirada azul e hipnótica. ¿De verdad me había visto? Esbozó una débil sonrisa y me llamó con un gesto de la mano. - "Debo estas perdiendo práctica" - pensaba para mis adentros. Llegué hasta su mesa.

- ¿Me llamaba, señora? No soy el camarero.
Su rostro perfecto - Fidias, muérete de envidia - podía moverse, y lo hizo al hablar.
- Me preguntaba si no querría usted sentarse conmigo.
La pregunta me soprendió tanto como cabía esperar.
- ¿No espera usted a alguien?
Ahora la risa se hizo sonora, dulce.
- Claro, querido. Lo esperaba a usted.

Odiaba estos trabajos.

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -


El Valse Triste es de Jean Sibelius


Me levanté de mi silla sintiendo que había traicionado a mis planes nocturnos. Encendí una vela - tengo luz eléctrica, pero los más importante siempre es crear una atmósfera - y pasé mi mano por la pared rugosa. Las sombras eran nítidas ahora, tomé un carboncillo y proseguí con mi obra. Necesitaba una ventana, así que comencé a trabajar las líneas de un marco de madera, deteniéndome de vez en cuando para dar un sorbo de mi copa de vino. Se había calentado, pero no importaba. Lo importante era dibujar en la pared a la luz de la vela con una copa de vino cerca. Rematé las aristas y me puse con el cristal. Dibujar una ventana cerrada era absurdo, lo sé. Pero la ventana es mejor que un espejo por diversos motivos. En primer lugar, porque se trataba de una pared inclinada, una pared techo si lo prefieren, el techo-pared de una buhardilla. En una vieja maceta una planta mortecina me pedía que dibujase un rayo de Sol, así que lo dibujé. El Sol difuminaba aún más mi reflejo, mi plan inicial había sido dibujar un cielo nocturno. De este modo siempre sería de noche en mi salón. Tomé un paño húmedo y borré el rayo de sol.

- Luego te llevo al dormitorio y te dejo en el alféizar - le dije a mi planta.

Volví a la primera idea. Había que ser muy cuidadoso al dibujar a la noche. Cuando hube terminado todos los detalles, desenfoqué mi vista hsata encontrar el punto donde debería intuírse mi reflejo y tracé los contornos con el paño húmedo sobre el carboncillo. Me encendí un cigarrillo, me quité la camiseta. Hacía frío, pero lo importante era estar en una buhardilla fría sin camiseta, fumando un cigarrillo junto a una copa de vino y alumbrado por una vela. Tomé de nuevo el carboncillo para retratar el reflejo de mi rostro, y aunque a penas era un esbozo borroso me pareció encontrar en él un expresión de extraña felicidad. Los ojos que había dibujado observando hacia fuera no miraban hacia donde debían. Estaban fijos en un brazo que le abrazaba desde atrás. Sorprendido, seguí en mi retrato el camino de ese brazo, y encontré lo que parecía una cabeza apoyada sobre mi hombro. Solo podía distinguir a duras penas unos ojos entrecerrados y unos labios que besaban la piel de mi reflejo en la ventana.
Tus labios.
Tus ojos.
Dejé caer el trapo y el carboncillo, y rápidamente encendí la luz. Volví a mirar la ventana que había dibujado en mi pared, en mi techo.
Estaba abierta. Hacía frío.


viernes, 9 de noviembre de 2007

Psique

Foto: Calíope. Lapicera, lápiz.



Poema de Kierkegaard

Sonido entrechocante de metal
y escombros

dolorosa viga, quebrada luna
y cristal

Temblorosa puerta blasonada
vetusta

Descenso profundo y prohibído

Lo fácil es salir del Infierno

La ruina te acontece
al volver la vista atrás.

lunes, 15 de octubre de 2007

Ladrillos con azucar glassé

¡Vendimia racimos de lluvia!

Lo supe desde el dia que lo conocí. Tenía una de esas caras que te dan malas vibraciones, una de esas caras que puedes visualizar tal como era en un pasado no demasiado lejano, cuando tenía diecisiete o deciocho años. La clase de imbécil con el que no querrías tener nada que ver.
Hacía tiempo que no entraba en la cafetería, que por un tiempo fué mi cafetería; no en el sentido estricto de la palabra, pero si en ese sentido en que algo es tuyo cuando pasa a formar parte de tu rutina, de tu vida. Era mi cafetería, nuestra cafetería. Muchas cosas fueron desapareciendo con los años, como esa camarera que nos miraba con complicidad cuando su jefe le echaba la bronca, o cuando le tiraba el té encima a una vieja recubierta de armiños o visones o alguna otra pobre alimaña. Nosotros mismos hemos desaparecido.
Cuando entré esa mañana (había salido antes de casa para tener tiempo de entrar, me apetecía desde hacía tiempo) me sorprendió un aroma frío en el aire que me decía que faltaba algo. Algo más. Me senté en nuestra esquina, nuestra esquina, bajo nuestro cuadro de Gauguin, junto a nuestro saco de café, saqué mi libro y me puse a leer. Había pedido un café sólo. Me lo hicieron pagar antes de llevarlo a la mesa, a lo que respondí con un encogimiento de hombros. ¿Cuanto es? Pregunté. Un euro con cinco céntimos, contestó. Un euro con cinco céntimos. ¿se puede ser más rata? Pagué, dejé de leer y volqué mi furia sobre una hoja de cuaderno. Por ahí lo tengo escrito, toda una disertación sobre que hay que joderse con como es la gente. Pero bueno, al menos estaba en mi mesa, con mi Gauguin, con mi saco de café.
Volví varias veces, después de ese día. Cada vez me resultaba más desagradable el tipo, pero al menos las camareras eran medianamente simpáticas y una de ellas me recordaba a otra de las de entonces. Seguía teninendo mi esquinita. Mi Gauguin. Mi saco de café.
El primer día que lo vi cerrado no lo comprendí. "Vacaciones", pensé. Al dia siguiente vi la verdad. Reformas.
Se han cargado mi esquinita. Ya no hay Gauguin, ni saco de café, ya no están esos ladrillos que parecían bizcochos recubiertos de azucar glasse o que recordaban a las pastas de tu tía: los han cambiado por un collage cutre de los que ahora ponen en todas partes. Se han cargado nuestra esquinita, nena. Sólo quedan nuestra mesa y nuestras sillas, a saber, las habrán movido mil veces, pero están en lo que fue nuestra esquinita, envueltas en ruinas, como testigos mudos de que esa era nuestra esquina y ya no existe, pero nosotros estuvimos ahí y de qué sirven los testigos si son mudos...

A veces el mundo se cae a pedazos y bueno, así debe ser para ver otros mundos. No tienen por qué ser peores, aunque son menos fáciles. Puede incluso que sean mejores, al menos para algunas de las partes contratantes. Es natural.
Pero esa era mi esquinita. Ese idiota no lo sabía, no podía saberlo, y seguramente le hubiera dado igual saberlo. Ya no volveré a entrar a ese lugar, no lo conozco, está muerto, ya no existe. Otro pedazo que se va volando. A veces son otros los que sin saberlo pasan por encima de nosotros y de un plumazo nos borran.

A veces hay que hacer trizas

el papel

Y arrojarlo al suelo

Dejar que el viento

Se lleve los pedazos

Las mentiras

ajenas y

propias

los futuros rotos

y

los

futuros

falsos.

La papelera es un destino injusto

Romper el papel

Y dejar que el viento

Y la lluvia, y los pasos

De la gente

Y los gorriones

urbanos

Y los gatos

Callejeros y

Los perros caseros,

Y los borrachos

Tan

Sabios y

los barrenderos

tan fríos

decidan

donde irán a morir los sueños.

J. Percipied

sábado, 8 de septiembre de 2007

Anotaciones de Percipied sobre las anotaciones de Benjamin sobre Baudelaire

Foto: Das Passagen-Werk (Libro de los Pasajes), Walter Benjamin. Ejemplar anonatado por Jacques Percipied.

Estaba paseando por los Pasajes de Walter Benjamin, en la parte dedicada a sus apuntes sobre Baudelaire, cuando se me han caído varias notas al margen. Cuatro en total. Es curioso, porque deseaba ciertamente anotar, pero me parecía que la lectura aún no era lo suficientemente profunda y el libro era demasiado caro (y demasiado ajeno) para ser anotado. Sin embargo, han brotado de mi cabeza (no brotaron ahora, brotaron hace ya tiempo) y se han desprendido estas cuatro anotaciones que aportan a la comprensión de de la obra varios finos rizos castaño oscuro. Quedan, pues, para mayor enriquecimiento intelectual del próximo lector de este ejemplar.


Symptômes de ruine. Bâtiments immenses. Plusieurs, l’un sur l’autre. Des appartements, des chambres, des temples, des galeries, des escaliers, des coecums, des belvédères, des lanternes, des fontaines, des statues. - fissures. Lézardes, humidité provenant d’un réservoir situé près du ciel. - Comment avertir les gens, les nations ? Avertissons à l’oreille les plus intelligents.
Tout en haut, une colonne craque et ses deux extrémités se déplacent. Rien n’a encore croulé. Je ne peux plus retrouver l’issue. Je descends, puis je remonte. Une tour labyrinthe. Je n’ai jamais pu sortir. J’habite pour toujours un bâtiment qui va crouler, un bâtiment travaillé par une maladie secrète. - Je calcule, en moi-même, pour m’amuser, si une si prodigieuse masse de pierres, de marbres, de statues, de murs, qui vont se choquer réciproquement seront très souillés par cette multitude de cervelles, de chairs humaines et d’ossements concassés. - Je vois de si terribles choses en rêve, que je voudrais quelquefois ne plus dormir, si j'étais sûr de n'avoir trop de fatigue.

Síntomas de ruinas. Edificios inmensos, pelásgicos, uno tras otro. Apartamentos, habitaciones, templos, galerías, escaleras, senderos sin salida, miradores, linternas, fuentes, estatuas.
Grietas, resquebrajaduras. Humedad procedente de un depósito situado cerca del cielo
¿Cómo advertir a la gente, a las naciones? Advirtamos al oído a los más inteligentes.
En lo alto, una columna cruje y sus dos extremidades se desplazan. Todavía no se ha derrumbado nada. No puedo encontrar la salida. Bajo, después subo. Una vuelta.
Laberinto
Nunca he podido salir. Vivir para siempre en un edificio que va a derrumbarse, en un edificio aquejado de una enfermedad secreta.
Calculo para mí mismo, para entretenerme, si una masa tan enorme de piedras, de mármoles, de estatuas, d emuros que van a chocar entre sí, no se verán ensuciados por esta multitud de sesos, de carne humana y huesos triturados. En sueños veo cosas tan terribles que a veces querría no dormir nunca más, si estuviera seguro de no tener demasiado cansancio.

Charles Baudelaire, Oneirocricias. Citado por Walter Benjamin en el Libro de los Pasajes.

La realidad es la muerte de la intención. - Walter Benjamin.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Noche transfigurada

Foto: Solar en obras en la calle Los Moros. Trasera de un edificio de la calle Angustias. Valladolid.

A veces ocurre. La luz ilumina las pálidas ruinas y tras ellas hay ventanas que miran hacia dentro y te dicen "se ha hecho de día. Aún hoy es hoy, y siempre será así, de un modo u otro". Que todos lo sepan, aunque nadie lo sabe. Y así será, de cualquier modo.

Es hermoso este amor que siento por ti,
desprovisto de carne pero ansioso de alma,
con rostro de letra y perfume de poesía,
este amor como ya nostálgico de lo que fué,
sin haber sido nunca mas que aire en mis pulmones
y sonrisa en mis labios
y paseos secretos a la luz de la Luna.

Que hermoso es amarte sabiendo que nunca serás mía
que siempre serás nada,
pero que eres y estás
y existes,
y estamos juntos sin que nadie lo sepa,
y todos los otros sólo son tus amantes o tus amados,
pero no son yo y tu eres así mía sin serlo, y aún así.

Es hermoso saberte.

martes, 4 de septiembre de 2007

Ruinas

Foto: Solar en obras en la Bajada de la Libertad. Valladolid.

Allí se alza un nuevo bloque, y por allá florecen margaritas silvestres en forma de viviendas unifamiliares, todas iguales, todas esperando a ser deshojadas. Y por la noche duermen vacíos los pisos aún inhabitados y aquellos en los que ya no habita nadie. Yo colecciono postales de fantasmas de ladrillo, donde antes vivía alguien ahora no queda sino barro, escombro, basura. Pero me emociono cuando descubro un fragmento de papel de la pared, algunos azulejos de la cocina o el baño, la marca de una escalera que ya no sube a ningún sitio; como quien descubiró las ruinas de Pompeya o quien se adentra entre los frescos visigóticos de una antigua ermita. O más aún, porque esto es infinitamente más triste, infinitamente más real, y está más vivo, desnudo, ahora, en la muerte y el olvido.