lunes, 4 de febrero de 2008

Ruinas II

Foto: Solar en construcción. Esquina de la calle Nicasio Pérez con la Plaza de San Juan. Valladolid.



En la negra y suave noche de mi cautiverio, dejé volar hasta ti mis pensamientos una vez más. Nunca te perderás si no tienes un lugar al que ir, no te perderás si no hay un destino confuso que te espere delante. Siempre hay destino, me dirías, con sonrisa irónica, y yo te diría no mi amor, no mi vida no hay un destino, no existe este destino, ha sido desechado, habrá otros, pero no el destino que nos prometíamos antes, no el destino que el amor nos debía. Como tantas veces he encontrado triste consuelo en el fondo de un vaso y en el humo de un cigarro cargado de la materia de la que se fabrican los sueños, la verdadera materia, abramos las puertas de la percepción una vez más a ver que sucede.

Sin embargo hay cosas que nunca te dije, he dicho tanto, pero tantas cosas equivocadas, nubladas por la ira los celos el alcohol que no eran verdad, que no eran yo, y tantas cosas reales, serenas, quedaron en el aire. Ahora estoy sereno y ebrio, ebrio de tristeza y sereno de rabia, cargado solo con el peso del espacio que dejaste en mi alma, espacio que no reclamarás, espacio que quedará desocupado, espacio especulado, invertido sin temor a obtener pérdidas y ahora lleno de nada, solo ruina y huecos y paredes desnudas. Me recuerda a esos edificios derruidos que te encuentras por la ciudad, el progreso, el tiempo, todo avanza, todo cambia, y donde antes vivió alguien ahora solo queda un solar siniestro y una pared fantasma, puedes ver los azulejos y decir “ahí estaba la cocina” puedes ver aún un espejo en lo que fue el baño, puedes ver el papel de las paredes arrancado a tiras y la huella de una escalera que ya no existe, que ya no sube ni baja a ningún sitio. Cuando voy por la calle y veo esas tristes ruinas, las fotografío y pienso quién corrió por los pasillos que han quedado sepultados bajo los escombros, quién amó entre esas paredes, quién sufrió quién lloró y qué se veía desde esa ventana, como cuando visitas Pompeya y ves los hornos con sus panes y piensas alguien amasó ese pan, como hacía todos los días, desde hace tantos años, sin saber que esos serían los últimos que saldrían de sus manos. Los vestigios del pasado que quedan sepultados por una catástrofe natural llamada tiempo, espera, detente a pensarlo, no hay tiempo, no se puede aferrar, no se puede detener, solo se puede contar, contar incesantemente, siempre hacia delante.

Voy a decirte algo que quedó soterrado en el olvido. Una noche sopesaba el dolor y el gozo y encontré el gozo demasiado doloroso por la consciencia del futuro. Es un mecanismo contra natura, en contra de la propia supervivencia, en contra del propio interés de la especie, el prohibirse disfrutar de la felicidad temiendo por el dolor venidero, de esa forma duele dos veces, cuando lo prevés y cuando de hecho lo vives. Pero no era esto lo que quería decir. Tu estabas apoyada en un radiador del luminoso edificio en el que trabajabas y yo estaba ahí también, no se por qué, no te conocía, no te buscaba, de hecho ni siquiera te había encontrado aún. Solo eras la mujer de cabello rubio y piel blanca como el mármol y ojos azules como el Universo que solía apoyarse en ese radiador a fumar un cigarrillo melancólico. Y yo, feliz en mi ignorancia, pensaba, que lástima, que chica tan triste, si tan siquiera pudiera iluminar su rostro con la luz de mi felicidad, como puede haber gente triste en el mundo si la vida es tan hermosa, si el simple hecho de vivir es en sí un milagro maravilloso, si solo tenemos una vida y está llena de colores de sabores de futuro y de ilusión. Nuestras miradas se cruzaron en el aire, la mía arrojando todos esos pensamientos gozosos y la tuya cargada de infinita tristeza y de sueños rotos y de desengaño y de cicatrices y entonces pensé ella debe creer que soy un idiota, con mi sonrisa de idiota, con mi infantil alegría, cielos que rumor de mar sereno en su eterna beatitud, en su incesante batir de olas y vueltas y remolinos y horadar tierra, golpear roca, una vez, otra, otra, desde siempre hasta el final.

Fue entonces cuando comencé a pensar en la felicidad como freno de una búsqueda que debería ser infinita, no, es demasiado fácil darse por satisfecho cuando aún no has vivido, no has vivido nada, demasiado joven, demasiado estúpido, demasiado estático. Rápidamente rechacé esas ideas sombrías y me maldije a mi mismo por ser tan voluble y tan influenciable cuando mediaban miradas como la tuya.

Y cuando te conocí y recordé tu mirada triste y por un momento creí verla iluminarse con la brillante veta de la felicidad, entonces sonreí hacia mis adentros, tenía razón, tenía razón, la felicidad se alcanza y puede transmitirse, y es buena, y no hay motivo para renegar de ella, tan sólo se está más o menos cerca de ella, se la añora mas o menos o trae mas o menos recuerdos dolorosos. Pero, como había predicho en ese momento de iluminación que tu me brindaste, me apagué, me volví cómodo, dejé de buscar, para qué buscar si ya te había encontrado, y te amaba y nos amábamos y así sería para siempre, cuando de pronto como el panadero de Pompeya caí de bruces contra la realidad de que solo somos pequeños segmentos de tiempo que nada permanece y que todo cambia, que vivimos sobre un volcán y podemos llegar a ser tan idiotas de vanagloriarnos de que precisamente ese accidente geográfico es lo que me permite tener agua caliente y que mis tierras sean fértiles, y al día siguiente estalla, y mis tierras, y yo estallo, y tu explotas y te marchas y ya solo soy ceniza y polvo o menos aún, el hueco que mi cuerpo deja cuando la lava se solidifica y yo desaparezco pero mi hueco sigue estando allí a la espera de que alguien lo encuentre y lo rellene con escayola y haga una estatua para que todo el mundo pueda ver donde morí y en que ridícula posición quedé diciendo Dios mío, mi horno mis panes, y este mediodía nadie comerá pan y para esto tanto tiempo preocupándome por cultivar el trigo y molerlo y transformarlo en harina y adquirir la levadura y amasar con agua y sal, y leña al fuego, y dejar que cueza y vigilarlo atentamente y esperar a que suba y dejar que fermente. Cuantos segundos consumidos. Un zorro que daba consejos de jardinería dijo una vez “el tiempo que dedicas a tu rosa hace que tu rosa sea importante”. El pobre animal se equivocaba, cuidado vienen los jinetes y sus sabuesos, vete corriendo y deja de decir bobadas y de dedicarme tiempo a mi o acabarás en forma de estola decorando el cuello de una gorda paleta. El tiempo dedicado solo es una colección de flashes, de instantáneas insípidas que no reflejan nada y que se acumulan como el polvo en los estantes o como las entradas de cine, para que las mires y veas la fecha y la película y recuerdes si la viste con esta o aquella persona, y si te gustó y la anécdota del día o qué llevaba ella puesto o como vestías tú o si en la oscuridad rozaste su mano o ella juntaba su rodilla a la tuya, o lo peor, lo peor de todo, encontrarte con esa entrada y no recordar que película es esa “yo no la he visto” y piensas y no das con ello y entonces buscas y recuerdas vagamente, pero no sabes por qué irías a ver esa mierda de película, si no es de tu estilo, ni siquiera era del suyo, por qué iríais a ver esa y no otra, tal vez no hubiera otra, tal vez llegarais tarde a la que queríais ver realmente y decidisteis probar suerte, no lo sabes, no sabes si intercambiasteis miradas cómplices horrorizados por ese muermo que desfilaba ante vuestros ojos o no pudisteis reprimir una risa casi de vergüenza ajena y el de la butaca contigua os miraba amenazadoramente y los dos poníamos cara de niños buenos y reíamos aún mas, conteniendo la carcajada y entonces yo te hacía cosquillas en la pierna para que estallaras y tu te ponías roja y decías entre risas “para”. Horrorizado comprendes que el tiempo dedicado no le hace importante, lo importante es disfrutar de cada segundo de ese tiempo antes de que se quede en polvo escombros y no haya nada ya que vivir y los recuerdos no son nada, no significan nada, y no se acumulan, solo son trazos vagos que te han llevado a este momento, al momento de las siluetas y los marcos de cuadros colgando de la ruina desnuda, a la vista de todo viandante, sólo otra casa derrumbada, no se, ¿tu sabes lo que van a hacer en ese solar? Probablemente otro supermercado o un bloque de apartamentos caros con garaje y trastero.

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