Siempre le habían dado miedo las alturas. No por verlo todo muy lejano, o pequeño, sino por el más simple miedo a caerse. Y ahora estaba ahí, arriba, viendo todo muy muy pequeñito y haciendo un cálculo aproximado de la distancia que le separaba hasta el suelo, la velocidad a la que caería y la aceleración. La gravedad es la fuerza de atracción mutua que generan dos cuerpos con masa. Sin duda, su cuerpo tenía masa cuerpo tenía masa (quizás un exceso de masa), e indudablemente
La fuerza de atracción mutua entre doe caería y la aceleración. La gravedad es la fuerza de atracción mutua que generan dos cuerpos con masa. Sin duda, sus objetos con masa es directamente proporcional al producto de las masas de cada uno, e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa. Eso le hizo sentirse aliviado. Tal vez, la distancia que le separaba de
La aceleración era otro cantar. La aceleración de la gravedad (g), es decir, la aceleración que el campo gravitatorio imprime sobre un cuerpo bajo su influencia, es de 9.8 m/ s, en la superficie de
En la teoría cuántica, la gravedad aparece como fuerza fundamental que liga a todas las partículas con masa con otras a través de otra partícula, un bosón transmisor del campo gravitatorio denominado gravitón. Comenzaba a entrar en el campo de la fé, donde cosas como los bosones existen y saludan con una simpática reverencia al viajero, una sonriente y amable partícula de espín entero (0,1,2...). Esta propiedad (el poseer espín entero) confiere a los bosones unas características especiales. Se comportan de acuerdo a la estadística de Bose - Einstein e incumplen el principio de exclusión de Pauli. Son bosones los fotones y los nucleidos con un número par de nucleones, como las partículas alfa.
Por un momento deseó que los bosones que le envolvían incumplieran con algún principio mas que la mera exclusión de Pauli, que en esto momentos no le resultaba para nada útil. Pauli, Pauli, ¿quién demonios era Pauli? Newton. Romper con los principios de Newton, eso si que tendría mérito. Por un momento le dio la impresión de escuchar miles de diminutas carcajadas bosónicas.
Una conclusión, a fin de cuentas: si estamos cayéndonos de forma constante, y lo único que nos salvaba del inevitable trompazo era la firme tierra bajo nuestros pies, el único problema de la caída sería la ausencia de suelo, hasta que se llegara al punto en que el verdadero conflicto lo produjera, precisamente, la presencia de suelo en demasía. Las cosas de la vida. Todo puede ser siempre una ventaja, hasta que se convierte en un problema o como dirían los químicos "si no eres parte de la solución , eres parte del precipitado"
Eternamente cayendo, eternamente cayendo... la expectativa tampoco era mucho más atractiva. Bien, quizás estamparse contra el pavimento no estaría tan mal. Pensar en caer eternamente le estaba empezando a causar mareos, y por lo menos sería una caída con un principio y un final, como todo lo que en este mundo es y debe ser.
Bien, ya estaba listo. Estaba preparado. Estaba mentalizado. Pronto se iba a convertir en una constante, se iba a convertir en una prueba más de la fiabilidad de la ciencia, infalibilidad que se basaba en experiencias empíricas y demostrables, como la que él iba a vivir. No existen en la vida de un ser humano, provisto de libre albedrío y azotado por un océano de incertidumbres, muchas certezas carentes de miles de variables, por lo que iba a experimentar algo que le está negado al común de los mortales. Allá iba. Con decisión.
¡Espera, espera, espera un momento! ¿Y después, qué? Espera ¿Como iba a tomar una decisión tan importante sin medir las posibles consecuencias? Sin duda la experiencia sería nueva, pero, ¿cual sería su utilidad? ¿El mero disfrute fútil y fugaz? Eso carecía de toda lógica. Caer era una certeza, pero el resultado de tal hecho era completamente incierto, más allá de un simple "haber caído". Sin duda habría caído, pero ¿moriría, se rompería algo, los bosones que mantenían ligadas sus piezas dejarían escapar alguna parte vital de su frágil estructura ósea, su propio, personal e intransferible campo gravitatorio sería ignorado por alguna de las partículas que se encontraban hasta cierto punto felizmente ligadas a él?
¡Oh, la sombra de la duda, que provoca que grandes empresas tuerzan su rumbo para nunca volver a merecer el nombre de la acción...!
Decidió, pues, no caer.
Cerró los ojos y con firmeza renovada, y profunda convicción, deslizó su pié hacia abajo hasta encontrar el siguiente escalón.
Tras lograr su propósito con aparente facilidad, hizo lo propio con el siguiente pie. Repitió este gesto en cinco ocasiones, hasta que sintió el suelo bajo sus pies. Por un momento dudó que este fuera capaz de soportar toda esa fuerza que su masa producía, ese impulso hacia la rotunda bajidad. Sin embargo, se mostró estable e imperturbable.
Poco a poco se alejó de la escalera, sintiéndose en cierto modo culpable por haberse negado la oportunidad única de convertirse en una muestra cayente del incuestionable poder de la ciencia.
Cerró con reverencial respeto la temible escalera de aluminio y la guardó un en un rincón.
Bien, nunca se sabe. Tendría una nueva oportunidad el día en que hubiera que descolgar el espumillón y las bolas de cristal que decoraban el frondoso árbol de fiable plástico, cuya ojival copa se extendía por los etéreos espacios del salón, perdiéndose en las altas cumbres de la escayola del techo. Allí, solitaria y desafiante, una estrella cubierta de purpurina, estratégicamente iluminada con una pequeña bombillita azul, servía de faro para evitar que miles de partículas flotantes impactaran sin remedio contra ese cuerpo extraño en la habitualmente vacía sala, que no aparecía en ningún mapa, plano o carta de navegación celeste.
Se sentó en su silla, encendió el monitor del ordenador y, cuando estuvo seguro de que nadie le miraba, respiró aliviado.
Después felicitó
Fleiz Navidad a todos.
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