He tardado veintiséis años en darme cuenta: estoy torcido. Mi rostro está torcido. Hacia la derecha. Y el resto de mi cuerpo lo acompaña. Marco las doce y cinco. Soy más bajo de un lado que del otro, y eso está bien, porque tiene que ver con mi tono elevado y mi tono bajo. Ayer me dijeron que tenía que encontrar mi yo poético, pero ahora tendré que buscarme dos yos. Los tengo, de hecho. Jacques Percipied está retirado en un ático parisino, pero no de Montmatre, cerca de allí, del Barrio Latino, practicando qué habría pasado si Rimbaud hubiera decidido comenzar a los veinte años. Huele a kebab y hay fulares. Mientras, más bajito y feo, Goyo Graco frecuenta tabernas llenas de humo y juega con muertos a las cartas, bebe bourbon a morro y se va con esa y esa otra que están (para su desgracia) más borrachas que él.
Me fijé esta tarde, las gafas me quedaban torcidas, y el pelo también, aunque eso fuera diferente. Sonreí con media cara con franqueza, con la otra media con sarcasmo. Y lo ví claro.
Otra vez el Mito del Doble se aplica a Caín y Abel. Soy dos en uno. Desde esta noche, queda invitado Goyo Graco (soy yo, Percipied, quien pasea con las musas) a escribir en este blog.
En estado semiletárgico, escuhí a las marmopas caer y obisé pequéñas pétulas de polvo suspendidas sobre el parnasio .
Esas cosas dice.
Me fijé esta tarde, las gafas me quedaban torcidas, y el pelo también, aunque eso fuera diferente. Sonreí con media cara con franqueza, con la otra media con sarcasmo. Y lo ví claro.
Otra vez el Mito del Doble se aplica a Caín y Abel. Soy dos en uno. Desde esta noche, queda invitado Goyo Graco (soy yo, Percipied, quien pasea con las musas) a escribir en este blog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario