Nada de lo que ha sido volverá.
Así, fiebre del tiempo, signo de un largo sacrificio.
Mas, callada la plegaria en la piel,
Mientras la ruina cuenta su fábula, el día ¿qué
gloria evocará?
Desierta aurora de exilio.
Manuel Álvarez Ortega
Heredad en la sombra
Donde mueren de encontrarte tardía los días y las horas, en taciturno silencio acompaño a la voz que te llega y con mis latidos pienso tus palabras. Te siento oscura cuando, cayéndote del mar nocturno, se apagan los segundos, marcando la espera de encontrarnos letras de arena, polvo que produce adioses de Luna creciente y olas de recuerdo. Así sueño, embebido de Cielo, manando del sobrio remanso de un eclipse negro y rojo, en los días aún por encontrar.
Entiendo las circunstancias que atañen ciertos verbos y acciones: Cuando busco flores vomito pétalos de azahar y no encuentro pañuelo con que enjugar el sudor del amanecer. Esta noche va a helar y luego vendrá la lluvia, dulce lluvia, dulce lluvia, traes contigo el aroma de su piel blanca: llévame de vuelta a los días grises en los que navegaba por costas misteriosas. Los espejos han dejado de funcionar y de nuevo siento la presencia de palabras ocultas que me acechan en las sombras y en las yemas de los dedos, que se esconden al borde de páginas amarillas o me evitan disfrazadas de música. Por favor, por favor, vuelve a mi y sella con tus labios frescos versos e historias que no hiedan a muerte. Tengo habre y sed, no deseo más bebida sin espíritu, y no hay comida que alimente mi alma. Hasta el humo, mi fiel compañero, me sabe ya a nada.
Correr hasta el fin del mundo, consumirte hasta ver al Sol desgarrar tu negro manto de pudor y poseerte sin tregua y dormir toda la mañana sueños de aguas pausadas. Escalar muros de palabras con el único fin de dejarme caer desde lo más alto y sentir estallar contra el suelo el mismo misterioso embriago de náusea y perfume...
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