Se me presentaban varias opciones pero la más segura era Meditérrea, por ser una ciudad ni demasiado lejana ni demasiado próxima, ni demasiado de dentro ni de fuera, ni demasiado desconocida ni demasiado ajena. Tenía amigos allí a quienes podría llamar si necesitaba tomar un trago. Y el billete de tren era barato. El viaje en tren era parte del tratamiento (este es el motivo, amigos, por el que nunca podré escribir una novela: porque es más fuerte en mí el deseo de vivirla que el de crearla), a pesar de que ya no había vagones de fumadores, ya no había viudas negras (qué fué de Marlene Dietrich) y sólamente yo y un señor mayor que caminaba como una geisha llevábamos sombrero. Fué decepcionante que no hubiera mucho que mirar entre el pasaje, no había historias para inventar detrás de esos rostros, todo el mundo parecía perfectamente normal y yo debía ser el mas raro y enfermo de entre los que me reodeaban. Y aunque no lo creais incluso yo me acabo aburriendo de escribir sobre mi mismo, aún viéndome desde fuera.
¿El paisaje? No lo recuerdo muy bien, he consultado mis notas pero está claro que mi visión estaba entonces cubierta por esa lente de la que hablaba al mencionar antes los días grises: todo era tan poético como en un cuadro de El Greco rociado con aguarrás, e incluso anoté que llovía pero creo que me lo estaba inventando. Si queréis que hable del paisaje puedo suplir estas lagunas con conocimientos objetivos (aunque estos conocimientos no sean exactamente míos). Veréis como, además, consigo no desprenderme de la literariedad.
El Sistema Central es el resultado del choque de las placas correspondientes a la submeseta sur y a la submeseta norte, ambas pertenecientes a la Meseta Central de la península ibérica. El sistema se levantó durante la orogenia alpina (era Terciaria), aunque los materiales sobre los que se asienta (el zócalo granítico meseteño) sean anteriores (de la orogenia herciniana). Las rocas han sufrido una fuerte erosión, por lo que se han aplanado mucho tanto en las cumbres (conocidas por los montañeros como "cuerdas") como en las estribaciones septentrionales y meridionales. Por tanto, el Sistema Central es una cordillera más antigua que otras, como son los Pirineos, los Alpes, los Andes o el Himalaya.
La flora del Sistema Central se caracteriza por la abundancia de bosques de pino silvestre y piñonero, y la presencia de robledales y encinares en zonas más bajas. En las cumbres predominan los pastizales y arbustos de alta montaña. En la zona más baja de la cara sur de
La situación céntrica y divisoria del Sistema Central ha hecho que sea atravesado desde tiempos preromanos por varios puertos de montaña. Los principales pasos naturales entre ambas vertientes son el corredor de Béjar, el puerto de Tornavacas (Cáceres),el puerto del Pico (Ávila) con calzada romana, el puerto de la Paramera (Ávila) y los puertos de Somosierra, el Alto del León, el puerto de
Recuerdo, eso sí, que cuando bajé del tren tuve la misma sensación que tengo cada vez que viajo a esa ciudad: tengo que mirar hacia arriba con susto porque ha crecido otro nuevo rascacielos. ¿Cuantos puede haber? ¿Unos ocho? Entonces he debido ir no más de seis veces en mi vida. Tal vez me sobre alguna - soy hipocondríaco, a un nivel leve, pero lo soy, acabo de ver luces al torcer la vista y sospecho una lesión cerebral. Destino infame. Oh, alma mía profética. - El aspecto general de la urbe, como siempre, resultaba decepcionante. Meditérrea es una capítal de la decepción, excepto para aquellos que la aman, pero creo yo - perdónenme ustedes - que los que aman esta ciudad es porque aman las decepciones. Yo soy un onironauta: estoy acostumbrado a la decepción, pero la detesto. De esto deduzco que esa primera noche debí estar muy borracho o que debí pasarme con el humeante néctar prohibido, porque anoté esto en mi libreta:
Ante mi se alzaba un monstruo de negras alas, un infierno dantesco que tenía sin embargo un magnetismo fascinante. Enormes edificios coronados por estilizadas agujas, iluminados en la temprana noche mediante gigantescos proyectores halógenos parecían desafiar al cielo. Olía a tallarines, o a sudor, nunca he sabido diferenciar esos olores. Olía a sexo, a vicio, olía a arte y a miedo, olía a cuero, a metal y a vino con un toque de fruta madura en la nariz. Olía a cervecerías llenas de humo, a cabaret, olía a alambre de espino y a árboles. La ciudad era, en fin, una orgía sugerente que sin embargo me abrumaba...
Amanecí pensando en un libro que había leído años atrás. No recordaba el título, pero recordaba el nombre del autor. Vencí a la pereza, salí de la cama del hostal (un hostal al uso) y decidí aprovechar la excursión para navegar entre las librerías de viejo preguntando por un libro de un tal Walter Lurudi. Al final, cuando mi problema pasó de ser encontrar un libro en una librería de viejo a encontrar una librería, entré en un ciber, accedí a Google y tecleé
Ninguno de los títulos que aparecieron relacionados con Lurudi me sonaban, pero apunté el nombre y la dirección de un par de tiendas. Cuando volví a la calle ya era demasiado tarde para vagar sin rumbo, así que entré en la primera taberna que me pareció lo suficientemente decadente.