viernes, 30 de noviembre de 2007

.1. Et lux perpetua luceat ei

Todos lo veían. Estaba preso de un ánimo funesto. Yo también lo sabía, y qué, no era la primera vez que me pasaba, ni sería la última. Carecía de impulso y de ritmo, estaba cansado y los cielos grises me parecían los más hermosos. Pero yo no era de los que creían (sigo sin serlo) que la tristeza es una especie de enfermedad, y que el estado natural y óptimo del ser humano es el de la felicidad: porque si la carencia de felicidad fuera un problema ¿no significaría eso que todos tenemos uno? Antes de que los optimistas vinieran a cerrarme la boca me había respondido a mi mismo y no necesitaba más interpelaciones. Lo que necesitaba era un viaje, cambiar de aires que se dice. Sentía una poderosa ansia de soledad, pero carecía del valor necesario para irme a un pueblo perdido, o al desierto, o a la cima de un monte. Necesitaba esa soledad acompañada de la ciudad, ser observador y evitar ser observado, necesitaba ese ambiente de film noir que me rescata de la monotonía de mi vida.

Se me presentaban varias opciones pero la más segura era Meditérrea, por ser una ciudad ni demasiado lejana ni demasiado próxima, ni demasiado de dentro ni de fuera, ni demasiado desconocida ni demasiado ajena. Tenía amigos allí a quienes podría llamar si necesitaba tomar un trago. Y el billete de tren era barato. El viaje en tren era parte del tratamiento (este es el motivo, amigos, por el que nunca podré escribir una novela: porque es más fuerte en mí el deseo de vivirla que el de crearla), a pesar de que ya no había vagones de fumadores, ya no había viudas negras (qué fué de Marlene Dietrich) y sólamente yo y un señor mayor que caminaba como una geisha llevábamos sombrero. Fué decepcionante que no hubiera mucho que mirar entre el pasaje, no había historias para inventar detrás de esos rostros, todo el mundo parecía perfectamente normal y yo debía ser el mas raro y enfermo de entre los que me reodeaban. Y aunque no lo creais incluso yo me acabo aburriendo de escribir sobre mi mismo, aún viéndome desde fuera.

¿El paisaje? No lo recuerdo muy bien, he consultado mis notas pero está claro que mi visión estaba entonces cubierta por esa lente de la que hablaba al mencionar antes los días grises: todo era tan poético como en un cuadro de El Greco rociado con aguarrás, e incluso anoté que llovía pero creo que me lo estaba inventando. Si queréis que hable del paisaje puedo suplir estas lagunas con conocimientos objetivos (aunque estos conocimientos no sean exactamente míos). Veréis como, además, consigo no desprenderme de la literariedad.

El Sistema Central es el resultado del choque de las placas correspondientes a la submeseta sur y a la submeseta norte, ambas pertenecientes a la Meseta Central de la península ibérica. El sistema se levantó durante la orogenia alpina (era Terciaria), aunque los materiales sobre los que se asienta (el zócalo granítico meseteño) sean anteriores (de la orogenia herciniana). Las rocas han sufrido una fuerte erosión, por lo que se han aplanado mucho tanto en las cumbres (conocidas por los montañeros como "cuerdas") como en las estribaciones septentrionales y meridionales. Por tanto, el Sistema Central es una cordillera más antigua que otras, como son los Pirineos, los Alpes, los Andes o el Himalaya.
La flora del Sistema Central se caracteriza por la abundancia de bosques de pino silvestre y piñonero, y la presencia de robledales y encinares en zonas más bajas. En las cumbres predominan los pastizales y arbustos de alta montaña. En la zona más baja de la cara sur de la Sierra de Gredos existen especies vegetales propias del clima mediterráneo típico gracias a las influencias climáticas que recibe de Extremadura. En cuanto a la fauna, abundan mamíferos como ciervos, jabalíes, corzos, gamos, tejones, varios mustélidos, gatos monteses, zorros, liebres, etc.; una gran cantidad de especies de aves acuáticas en los embalses, y grandes rapaces como el águila imperial o el buitre negro, entre otras.
La situación céntrica y divisoria del Sistema Central ha hecho que sea atravesado desde tiempos preromanos por varios puertos de montaña. Los principales pasos naturales entre ambas vertientes son el corredor de Béjar, el puerto de Tornavacas (Cáceres),el puerto del Pico (Ávila) con calzada romana, el puerto de la Paramera (Ávila) y los puertos de Somosierra, el Alto del León, el puerto de la Fuenfría con calzada romana y el de Navacerrada (entre Meditérrea y Segovia).

Recuerdo, eso sí, que cuando bajé del tren tuve la misma sensación que tengo cada vez que viajo a esa ciudad: tengo que mirar hacia arriba con susto porque ha crecido otro nuevo rascacielos. ¿Cuantos puede haber? ¿Unos ocho? Entonces he debido ir no más de seis veces en mi vida. Tal vez me sobre alguna - soy hipocondríaco, a un nivel leve, pero lo soy, acabo de ver luces al torcer la vista y sospecho una lesión cerebral. Destino infame. Oh, alma mía profética. - El aspecto general de la urbe, como siempre, resultaba decepcionante. Meditérrea es una capítal de la decepción, excepto para aquellos que la aman, pero creo yo - perdónenme ustedes - que los que aman esta ciudad es porque aman las decepciones. Yo soy un onironauta: estoy acostumbrado a la decepción, pero la detesto. De esto deduzco que esa primera noche debí estar muy borracho o que debí pasarme con el humeante néctar prohibido, porque anoté esto en mi libreta:

Ante mi se alzaba un monstruo de negras alas, un infierno dantesco que tenía sin embargo un magnetismo fascinante. Enormes edificios coronados por estilizadas agujas, iluminados en la temprana noche mediante gigantescos proyectores halógenos parecían desafiar al cielo. Olía a tallarines, o a sudor, nunca he sabido diferenciar esos olores. Olía a sexo, a vicio, olía a arte y a miedo, olía a cuero, a metal y a vino con un toque de fruta madura en la nariz. Olía a cervecerías llenas de humo, a cabaret, olía a alambre de espino y a árboles. La ciudad era, en fin, una orgía sugerente que sin embargo me abrumaba...

Amanecí pensando en un libro que había leído años atrás. No recordaba el título, pero recordaba el nombre del autor. Vencí a la pereza, salí de la cama del hostal (un hostal al uso) y decidí aprovechar la excursión para navegar entre las librerías de viejo preguntando por un libro de un tal Walter Lurudi. Al final, cuando mi problema pasó de ser encontrar un libro en una librería de viejo a encontrar una librería, entré en un ciber, accedí a Google y tecleé
www.iberlibro.com
Ninguno de los títulos que aparecieron relacionados con Lurudi me sonaban, pero apunté el nombre y la dirección de un par de tiendas. Cuando volví a la calle ya era demasiado tarde para vagar sin rumbo, así que entré en la primera taberna que me pareció lo suficientemente decadente.

Responso sobre el polvo

He estado esperando este momento.

Mírame. Esto no lo has visto nunca.
Mírame. Mira mis ojos.
Fíjate.
¿Qué ves en ellos?
Entonces mírate.
Desenfoca la vista, te he enseñado a hacerlo
¿Ahora qué ves en mis ojos?
Ya no te ves a tí. Mira dentro.

¿Ves ese frasco,
en la segunda estantería,
donde nunca limpio el polvo?
No te das cuenta. No miras bien. Míralo.
El polvo acumulado. No es polvo.
Es tiempo.

¿Sabes que guardo dentro?
No. Nunca te has parado a pensarlo.
Pero los frascos se han hecho
para guardar cosas dentro.
Mira dentro.

Es agua. De manantial.
Son mis lágrimas.
Son antiguas.
Como el polvo.

Mira mis manos. Ya las has visto,
vuelve a mirarlas.
Mira mis nudillos. Ya los has visto. Hay cicatrices. Ya las conoces.
Pero no te has fijado bien.
Son tus cicatrices.
Míralas.

Aún piensas que sueño
aún crees que esto es
un remedo de poesía
No lo has visto bien.
No has mirado dentro.
Mírame.

Es un testamento
vivo
de un hombre
muerto.

Sólo grita ya por las noches
de vez en cuando
No le hago mucho caso
Sólo creo en los fantasmas muertos
Pero me da lástima.
No quiero que se vaya tan solo
tan hueco.

Así que lo guardo, en un frasco
sobre la estantería cubierta de polvo
Lo acojo en el fondo
de mis ojos
Lo recuerdo en las cicatrices
de mis nudillos.

Esto nunca lo has visto
El tiempo engaña
Míralo,
no importa quién lo mató,
si fué homicidio
ya ha
preescrito.
Importa que está
ahí
quiero que lo
veas,
quiere verte,
quiero ver
ese encuentro
míralo.

Mírame.
Así no.
Mira dentro.




jueves, 29 de noviembre de 2007

Lecturatura

Extraído de la conferencia pronunciada por Henry Bandini la noche del 28 de noviembre en El Club, con el título de LA LECTURATURA:

"Hablemos, en principio, de las bases que constituyen este sistema, teniendo en cuenta que esta denominación la utilizamos por mera comodidad y en un ambiente almibarado y distendido. Existen una serie de elementos técnicos, tomemos por ejemplo uno y luego otro: al poner el uno sobre el otro vemos como ni se dan sombra ni tampoco destacan por su transparencia, solo que al unísiono resultan constituir algo diferente que vistos de forma individual. No hay que perder de vista la función rítmica del sonido ni tampoco hay que reflexionar en demasía sobre los aspectos menos luminosos del concepto en si, toda reducción conceptual implica una pérdida del sentido inherente. En base a esto y al saber acumulado de cada cual, la capacidad de comprensión más allá de toda duda nos resulta equívoca, confusa, falsa. Vemos, por ejemplo, el caso de las moscas del vinagre, invertebrados estúpidos que sin embargo son la clave de todo razonamiento que se precie de científico y positivista (descartando todas las connotaciones negativas que este término ha ido recogiendo con el devenir de los años y de las corrientes interpretativas). Y he ahí el quid de la cuestión, como la calidad no puede medirse per se, no existe un baremo comparado y aceptado de qué es lo que posee la calidad y que es lo que no, depende en gran parte de las cualidades interpretativas del autor-receptor. Suponed que Chopin escribe una balada, y para escucharla necesita ser tocada, y cada oyente debe hacer su propia interpretación musical, al piano, de la misma: habrá con seguridad muchos que, frustrados en su inoperancia, consideren que esta obra es pura basura; habrá algunos que sepan penetrar en ella y poner lo que falta, es decir, el propio toque del intérprete. Carecemos de referencias en este sentido y es por eso que resulta tan placentero y a la vez tan peligroso. Hagamos una puesta en práctica con este guegalo que tengo paga vosotgos. Luego me contáis que tal. El Club de las Almas Perdidas se digna en presentar esta noche al gran Julio Cortázar:

Las babas del diablo

Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda,
usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no
servirán de nada. Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna, o: nos me
duele el fondo de los ojos, y sobre todo así: tú la mujer rubia eran las
nubes que siguen corriendo delante de mis tus sus nuestros vuestros sus
rostros. Qué diablos.

Puestos a contar, si se pudiera ir a beber un bock por ahí y que la máquina
siguiera sola (porque escribo a máquina), sería la perfección. Y no es un
modo de decir. La perfección, sí, porque aquí el agujero que hay que contar
es también una máquina (de otra especie, una Contax 1. 1.2) y a lo mejor
puede ser que una máquina sepa más de otra máquina que yo, tú, ella-la mujer
rubia-y las nubes. Pero de tonto sólo tengo la suerte, y sé que si me voy,
esta Remington se quedará petrificada sobre la mesa con ese aire de
doblemente quietas que tienen las cosas movibles cuando no se mueven.
Entonces tengo que escribir. Uno de todos nosotros tiene que escribir, si es
que todo esto va a ser contado. Mejor que sea yo que estoy muerto, que estoy
menos comprometido que el resto; yo que no veo más que las nubes y puedo
pensar sin distraerme, escribir sin distraerme (ahí pasa otra, con un borde
gris) y acordarme sin distraerme, yo que estoy muerto (y vivo, no se trata
de engañar a nadie, ya se verá cuando llegue el momento, porque de alguna
manera tengo que arrancar y he empezado por esta punta, la de atrás, la del
comienzo, que al fin y al cabo es la mejor de las puntas cuando se quiere
contar algo).

De repente me pregunto por qué tengo que contar esto, pero si uno empezara a
preguntarse por qué hace todo lo que hace, si uno se preguntara solamente
por qué acepta una invitación a cenar (ahora pasa una paloma, y me parece
que un gorrión) o por qué cuando alguien nos ha contado un buen cuento, en
seguida empieza como una cosquilla en el estómago y no se está tranquilo
hasta entrar en la oficina de al lado y contar a su vez el cuento; recién
entonces uno está bien, está contento y puede volverse a su trabajo. Que yo
sepa nadie ha explicado esto, de manera que lo mejor es dejarse de pudores y
contar, porque al fin y al cabo nadie se averguenza de respirar o de ponerse
los zapatos; son cosas, que se hacen, y cuando pasa algo raro, cuando dentro
del zapato encontramos una araña o al respirar se siente como un vidrio
roto, entonces hay que contar lo que pasa, contarlo a los muchachos de la
oficina o al médico. Ay, doctor, cada vez que respiro... Siempre contarlo,
siempre quitarse esa cosquilla molesta del estómago..."

Para leer completo este cuento de Cortázar que inspiró el guión de BlowUp, pinchen en el enlace este y vayan descendiendo por el scroll de la página en cuestión.
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miércoles, 28 de noviembre de 2007

Comienzo

Foto: Brote de no se que planta en un solar junto al centro de ocio Parquesol Plaza. Valladolid.


Fuera soplan los vientos
rojos inviernos
confieso que he mentido



Buscando refugio en la nocturna esquina de un edificio artificioso, cubriéndose del viento, entrecerrando los ojos, apurando un cigarrillo antes de que termine el tiempo establecido. La vida es eterna en veinte minutos.

En realidad es la misma historia repetida una y otra vez, son variaciones sobre un tema divino o humano, si es que esos dos conceptos pueden disociarse. Hace mucho que no cuento una historia.

Dos personas caminaban a la luz de las estrellas, buscando la Luna. Se suponía que debía estar ahí, en su sitio, redonda y blanca, plena. Pero esa noche había decidido ocultarse de la vista de los hombres, estaba atendiendo sus propios asuntos. Pudorosa, envuelta en nubes, se asomaba lo justo para espiar los pasos de dos personas que caminaban a la luz de las estrellas buscándola. Cuando se cansaran y asumieran que esa noche la Luna no brillaría para ellos, se detendrían a contemplar las estrellas reflejadas en sus ojos, el uno en los ojos del otro, de modo que por fin lo que más refulgiera en la oscuridad fueran ellos mismos.

Y es que está ahí, aunque no la veas.

-¿Y la noche? - preguntó ella pensativa.
- La noche sólamente es un eclipse de Tierra.

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Eran las ocho de la mañana. El hombre de la inmobiliaria esperaba desde hacía quince minutos, exhalando vaho mezclado con el humo de un ducados del que se deshizo rápidamente cuando vió acercarse el Volvo plateado. Buscó de forma mecánica un chicle en el bolsillo interior de su chaqueta, pero sólo encontró envoltorios vacíos. No tuvo tiempo de sentirse contrariado, ya estaba esbozando una amplia sonrisa para saludar al inversor y al constructor. Si es que esos dos términos pueden disociarse.

- Buenos días, caballeros - su voz se quebró de forma ridícula hacia la mitad de la última palabra.
- Buenos días, como andamos... - la voz del constructor resbalaba por su garganta hasta las comisuras de sus labios agrietados.
- Hola, hola, que tal, que frío hace, coño - señaló atentamente el inversor.

El agente inmobiliario estrechó las manos calientes de sus dos clientes y sólo en ese momento se dió cuenta de que la suya estaba helada.
- Bien - dijo al fin - aquí está. Como pueden ver, la situación es inmejorable.
El constructor no hizo ningún gesto. Escrutaba con ojos expertos el solar, las palabras grandilocuentes le exasperaban.
- Un poco... en cuesta.
Los tres continuaron con la conversación durante unos minutos, pasearon por el solar y finalmente se marcharon a tomar un café para sellar el acuerdo.

Cuando se hubieron ido, el viento azotó los escombros, movió la gravilla. El Sol, aún pálido y débil, se fijó en un brote dorado que quería imitarlo, brillando. Desde ahí se divisaba el sur de la ciudad: Las grúas se alzaban entre la bruma como animales prehistóricos, el sonido del tráfico en hora punta recordaba a lejanos graznidos marismeños. El brote miraba hacia el cielo, temblaba de miedo y frío.

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Las ocho de la tarde. Lluvia fina pero persistente. Limpiaparabrisas danzando al son de Radio Gagá. Odiaba estos trabajos, pero no podía rechazarlos: eran los que me daban de comer. Por fin salió del portal con paso vivo. Una chica menuda, de unos cuarenta y cinco kilos y cerca del metro sesenta y dos, con el pelo rubio recogido bajo un gorro de invierno muy colorista. Los zapatos no eran los más adecuados para la lluvia, las gafas de sol no eran las más adecuadas para las ocho de la tarde de un día lluvioso de noviembre. Cuando apagué la colilla en el cenicero me dí cuenta de que no era consciente de estar fumando, me tengo prohibido fumar en el coche. Y sin embargo dentro había ya más humo que aire, por lo que bajé la ventanilla, tan sólo una rendija.

La mujer había subido a su vehículo y comencé a seguirla. Esa parte era la divertida. Perseguir es divertido, perseguirte sin que lo sepas. Lo duro es observar.

No era de extrañar que hubiera escogido una mesa en una esquina. Pero su jersey rojo a juego con su falda negra y su cabello rubio ahora suelto hacían que difícilmente pudiera pasar desapercibida. Dejó las gafas de sol sobre la mesa y me dirigió una mirada azul e hipnótica. ¿De verdad me había visto? Esbozó una débil sonrisa y me llamó con un gesto de la mano. - "Debo estas perdiendo práctica" - pensaba para mis adentros. Llegué hasta su mesa.

- ¿Me llamaba, señora? No soy el camarero.
Su rostro perfecto - Fidias, muérete de envidia - podía moverse, y lo hizo al hablar.
- Me preguntaba si no querría usted sentarse conmigo.
La pregunta me soprendió tanto como cabía esperar.
- ¿No espera usted a alguien?
Ahora la risa se hizo sonora, dulce.
- Claro, querido. Lo esperaba a usted.

Odiaba estos trabajos.

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El Valse Triste es de Jean Sibelius


Me levanté de mi silla sintiendo que había traicionado a mis planes nocturnos. Encendí una vela - tengo luz eléctrica, pero los más importante siempre es crear una atmósfera - y pasé mi mano por la pared rugosa. Las sombras eran nítidas ahora, tomé un carboncillo y proseguí con mi obra. Necesitaba una ventana, así que comencé a trabajar las líneas de un marco de madera, deteniéndome de vez en cuando para dar un sorbo de mi copa de vino. Se había calentado, pero no importaba. Lo importante era dibujar en la pared a la luz de la vela con una copa de vino cerca. Rematé las aristas y me puse con el cristal. Dibujar una ventana cerrada era absurdo, lo sé. Pero la ventana es mejor que un espejo por diversos motivos. En primer lugar, porque se trataba de una pared inclinada, una pared techo si lo prefieren, el techo-pared de una buhardilla. En una vieja maceta una planta mortecina me pedía que dibujase un rayo de Sol, así que lo dibujé. El Sol difuminaba aún más mi reflejo, mi plan inicial había sido dibujar un cielo nocturno. De este modo siempre sería de noche en mi salón. Tomé un paño húmedo y borré el rayo de sol.

- Luego te llevo al dormitorio y te dejo en el alféizar - le dije a mi planta.

Volví a la primera idea. Había que ser muy cuidadoso al dibujar a la noche. Cuando hube terminado todos los detalles, desenfoqué mi vista hsata encontrar el punto donde debería intuírse mi reflejo y tracé los contornos con el paño húmedo sobre el carboncillo. Me encendí un cigarrillo, me quité la camiseta. Hacía frío, pero lo importante era estar en una buhardilla fría sin camiseta, fumando un cigarrillo junto a una copa de vino y alumbrado por una vela. Tomé de nuevo el carboncillo para retratar el reflejo de mi rostro, y aunque a penas era un esbozo borroso me pareció encontrar en él un expresión de extraña felicidad. Los ojos que había dibujado observando hacia fuera no miraban hacia donde debían. Estaban fijos en un brazo que le abrazaba desde atrás. Sorprendido, seguí en mi retrato el camino de ese brazo, y encontré lo que parecía una cabeza apoyada sobre mi hombro. Solo podía distinguir a duras penas unos ojos entrecerrados y unos labios que besaban la piel de mi reflejo en la ventana.
Tus labios.
Tus ojos.
Dejé caer el trapo y el carboncillo, y rápidamente encendí la luz. Volví a mirar la ventana que había dibujado en mi pared, en mi techo.
Estaba abierta. Hacía frío.


lunes, 26 de noviembre de 2007

Fútil

Hay cosas por las que merece la pena llorar. Otras no. Si te ayuda, si te libera, bien, entonces llora. Si te emocionas, si se te cierra un nudo en el pecho y lo necesitas, llora. Pero no llores por no poder complacer a esos cabrones.

Cuando la gente trata a otros individuos como basura, como números y piezas del Tetris a las que podemos mover aquí y allá, darles la vuelta a ver donde me encajan, y si no encajan ya me cargaré esa línea y lloverán más piezas... Entonces me hierve la sangre. Entiéndanme ustedes, para mi ellos no son los demiurgos que con mano etérea controlan el rumbo de mi vida: yo los veo como otras piezas del Tetris que se creen más importantes porque se extienden a lo largo de más líneas, ignorantes de que ellos mismos desaparecerán cuando se completen todos los huequitos. Enfundados en su trajes y extrangulados por sus corbatas, con su aroma pastoso a Gucci o Armani, intentando cubrir las incipientes entradas con peinados inverosímiles. Compréndanme, no tengo nada en contra de quienes llevan traje y disimulan su edad, todos lo hacemos, todos podemos ponernos un traje. Sólo que algunos comprendemos en que situaciones resulta acertado y en que situaciones resulta ridículo. Jugando a ser ejecutivos a sus años, caballeros... se que debe ser muy triste que sus sueños se hayan visto reducidos a eso, que tengan que gastar más de la mitad de su salario en mostrar una apariencia de digna prosperidad para poder levantarse de la cama cada día. Y porque es triste lo respeto.

Pero respeten ustedes a aquellos que aún están lejos de sus cotas de amargura, a aquellos que ponen ilusión por un trabajo bien hecho, aunque el trabajo sea absurdo, aunque la única gratificación que ofrezca este sea, precisamente, la dignidad de desempeñarlo con ilusión, con seriedad.

Quién sabe, quizás ustedes, seres grises y tristes, estén haciéndonos un favor con su patético ejemplo: si esto sirve para que un ser luminoso no siga sus pasos, aleluya.

Al menos yo saco en limpio de todo esto un número de teléfono, un mensaje sincero, y unos ojos verdes que han refulgido como nunca, una mirada envuelta en lágrimas que me acompañará esta noche en mis sueños mas castos.

Y todo lo demás es fútil.

Disfraces

Foto: Fotograma de Vivre sa vie, Jean-Luc Godard, 1962.



Ya antes de entonces nos unía, secretamente, un pasado común. Ella fué Anne, quien en otro lugar fué Alison, cuando yo era Nicholas Urfé y antes de visitar Bourani, en la isla de Phraxos. Incluso durante la visita, cuando nos citamos en Atenas para emprender un viaje que nos llevaría a escalar el Parnaso y pasar una noche ahí ¿hay mas que decír para explicar que, ciertamente, dormí con una musa?

Ahora se llamaba Anna. Tenía el cabello oscuro y reluciente, los ojos de un dulce marrón claro: Hubo un tiempo en que lloraban cuando veían La pasión de Juana de Arco, hubo un tiempo en que apoyaba su cabeza en mi hombro y me cogía fuertemente la mano y me decía sin palabras "nunca me dejes". Ahora podía verla, desde mi mesa, con sus ojos enmarcados en una profusa y negra sombra de ojos, bajo el gorrito gris stracciatella inclinado graciosamente hacia un lado el pelo liso con un sugerente flequillo cayendo sobre sus cejas como un telón que abría paso al espectáculo de su boca y su mirada. Entre sus dedos finos se apretaba el filtro de un cigarrillo que dejaba volar el humo. El ambiente parecía perfecto, azul y rojo flotando en una neblina pesada, una fiesta de disfraces en El Club de las Almas Perdidas. Yo iba (providencialmente) de Lemmy Caution; tu ibas de tí misma en cualquiera de tus películas, con un jersey de cuello alto azul y una falda marrón de tablas hasta los tobillos. Se te advinaba jugueteando a ponerte y quitarte las bailarinas debajo de la mesa, primero con un pie, luego con otro. A tu acompañante no podía verlo pero debía ser Edward James en su versión de Magritte, porque no le adivinaba del rostro más que la nuca pulcra y aseada.

Tomé mi sombrero y me levanté de la silla. Me dirigí a las escaleras de caracol, bajando de la balconada a las selectas mesas junto a la pista de baile. Dejé la gabardina caer sobre la bandeja de una camarera reluciente que la atrapó con habilidad y luego la lanzó a la tercera base mientras me acercaba a tu mesa. Sabía que no me reconocerías, aunque cerca de tí me sentía de nuevo como el de antes, pero había cambiado tanto desde entonces que no podrías encontrarme y menos aún con la mirada turbia llena de ron La Pinta. Saludé a la nuca amablemente, respondió esta gentilmente con una voz que venía como de muy lejos y luego te miré a tí para pedirte un baile. Cortesmente liberaste en mi rostro un nuevo humo para la historia de los que recorren vagabundos este club añorando los labios de quien los expulsó, dibujaste una O perfecta tras una N rotunda.

Me encendí un cigarrillo prendiendo el fósforo con la uña, y, cuando la lumbre refulgía en mi cara, levanté los ojos. Entonces me miraste extraña y profundamente caíste en el sueño laberinto de setos en que la meta es encontrar donde habías visto antes esa mirada esa persona y por qué un escalofrío recorría cada suave curva que en tu piel trazaba la columna vertebral. Tendí la mano y la cogiste sin pensar de nuevo, mientras la nuca trataba de fruncir el ceño infructuosamente.

Salimos a la pista y con el primer paso te atraje hacia mí
y sentí tu aliento tan cerca de mi oído
de nuevo.
Cada vez que
con la cadencia de la danza yo
te llevaba hacia
atrás
el hechizo se hacía mas fuerte,
el brillo en la pupila dilatada más intenso,
el rubor acudiendo a tus blancas mejillas competía
con el color de tus labios húmedos y entreabiertos que
se
aproximaban
a los míos
y los acariciaban de forma
imperceptible,
a un nivel
cuántico.

Con un suave giro a la izquierda finalmente te incliné hacia atrás al finalizar la canción y los aplausos que eran para Connie parecieron para nosotros.

Entonces se encendió la luz.
Viste mi rostro.
Una nube de tristeza acudió a tu frente.
Y te marchaste sin mirar hacia atrás,
para ser siempre ya Señora de Nuca.
y nunca volver a ser mía .

Para lo último

(Inspirado en sucesos reales)

Foto: Puente de Sancti Spiritus. Cuba. Fotografía de 1925.



El puente parecía hecho para conducir los pasos decididos y conscientemente concupiscentes de las tres hermanas, las tres tan rubias, las tres tan blancas, las tres tan ojiazules. Los tobillos descansaban al aire, y el resto de su cuerpo lo enfundaban vestidos a la moda de la época, largos y nada escotados, con sus vuelos y sus bordados. Las graciosas pamelas jugaban con el viento, y abrazaban sus cabellos dorados. El Sol se recreaba en la fresca sonrisa y los labios de carmín. Las tres tan hermosas, las tres tan leídas y resabidas. Las tres tan amadas, tan deseadas, y en el brillo de sus ojos y en el fondo de su sonrisa se ocultaba el ligero destello, el orgullo de saberse observadas. Parecen flotar sobre el suelo, sobre los demás, ellas princesas en el Nuevo Mundo, sueños triples para el ojo ajeno.

Esa tarde, en su paseo, endulzaban sus bocas con una golosina, tal vez regalo uno de los pretendientes (¡tres Penélopes en el mismo palacio! Pocos sabían que Ítaca estaba en Cuba). Una de ellas saboreaba el chocolate poco a poco, disfrutando primero de esto y para pasar luego a lo otro. Siempre fué una mujer muy organizada.

- ¡Yo me dejo el manisito para lo último! - decía sonriente a sus dos hermanas, que ya habían dado cuenta con placer irracional de todo el delicioso bombón.

Resultó ser un cacahuete kafkiano. Desde ese día la hermosa Carmen, princesa de Sancti Spiritus, siempre odió las cucarachas.

sábado, 24 de noviembre de 2007

Hielo

Foto: Una bola de discoteca parecida a un lisoma. Algún bar. Valladolid.





Se sienta en una esquina oscura
- todas las esquinas son oscuras, si bien no todas las esquinas son esquinas tal y como las concebimos en el mundo exterior – jugueteando con los cubitos de una copa de hielo con cola. El agua sabe cantar al son que ella le marca, y tiene comprobado que tres o más hielos en un vaso estrecho entonan madrigales de Orlando di Lasso o poemas sinfónicos de Schönberg; dos hielos componen una fuga de Bach, y uno solo arranca los acordes minimalistas de Eric Satie, las cristalinas notas de Sigur Ros o tristes baladas de Jeff Buckley; cuando comienzan a tornarse líquidos coquetean con Danny Elfman y Ravi Shankar.

La vida de una musa es dura, tienen que acompañar a artistas neuróticos y elegir muy bien a quien le conceden sus favores, puesto que son muy pocas y los artistas son muchos y muy diversos. Casi nunca trabaja cuando está en el Club, resulta muy inadecuado interpelar a una musa cuando está de copas; eso es un alivio, por un lado, pero tiene como contrapartida que las musas se sienten siempre un poco solas: nadie quiere parecer maleducado y muy poca gente les da conversación, porque después de todo hablar con una de ellas suele producir el mismo efecto que recibir sus dones. Entre los parroquianos del Club, por cierto, abundan los artistas, y muchos las miran con ira o despecho. Y es verdad que son caprichosas, que son volubles, que su gracia es eterna y efímera. Otros temen no estar a la altura. Sea como fuere, ella hace cantar a los hielos y escribe en un libro de hojas otoñales que guarda celosamente en un bolso fabricado con tela de juicio. Muchos querrían saber que escribe, seguros de que se trata de una obra pura e insuperable. Yo, personalmente, creo que no. Creo que escribe sobre cosas sencillas, sueños y anhelos de una adolescente demasiado madura para tener ilusiones y esperanzas para si misma. Es tímida y siempre quiere bailar, pero le aterra salir sola a la pista y que las bailarinas traten de atesorar para si sus coreografías y la observen e imiten; tampoco puede salir acompañada, porque eso despertaría los celos de todos los demás de una forma demasiado evidente. A parte de todo eso, lleva tantos años pisar la pista que el mero hecho de que decidiera hacerlo llamaría la atención de todo el mundo y se sentiría ahogada bajo la responsabilidad y el peso de tanto curioso observador. Así que se sienta sola, se siente sola y juega con los hielos. Su cabello es negro y flota ingrávido sobre sus hombros, sus ojos tal vez sean marrones, sin duda brillantes y su pupila, como la de todas las musas, es un eclipse negro, un hermoso espejo que muestra a quien la mira lo que realmente desea ver: su propio rostro.

Y yo, que me contento con contemplarla, soy el centro de las envidias de los demás: me acerco a ella cuando ya debe de ser tarde – es imposible saber que hora es en el Club de las Almas Perdidas – me siento a su lado, sin haber cruzado jamás palabra con ella; me mira cansada y, nostálgica de algo que aun no ha sido escrito, deja caer su cabeza sobre mi hombro, llora en silencio y yo le concedo el don del Sueño.

Conozco un secreto, su secreto de musa nocturna. Quiere unas alas. Por eso la amo.

Pero si le diera lo que ansía, volaría lejos de mi.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Huellas

Foto: Silueta bastante perfecta, impresa en el suelo por efecto de la lluvia, de lo que debió ser una hoja de Platanus x hispánica. No confundir con el arce. Aunque también se llama "plátano" al Acer pseudoplátanus, o las plantas del género Musa, donde aparece nuestra Musa x paradisiaca, platanero de Canarias farbuloso. Lo de la esquina inferior oriental es mi pié derecho. Y si mi pie esrá sobre Nueva Zelanda y la hojita de al lado es Australia, viene a demostrar como, de forma inconsciente, el enfoque de esta foto es cosa del mediterráneocentrismo imbuído al autor por un sistema educativo adolcescente de infinidad de carencias. Paseo del Cauce. Valladolid


Sabeis de que va esto ¿verdad? El Viaje. Sabéis a donde nos conduce ¿verdad? Al olvido.


Al encontrar la huella inocente del otoño que va quedando atrás, cuando todo se conjura en tu contra, cuando el frío cala hasta los huesos y aún más adentro, te detienes a pensar que has estado haciendo, cual es el error que has cometido al trazar la ruta. Curiosamente los caminos equivocados son los que, al parecer, te llevan a los destinos más evidentes: los planes bien trazados te sorprenden con inconcebidos giros en el guión; los planes improvisados o ligeramente esbozados suelen ser tan malos como cabría esperar. Muchas de las veces. Pero todos recordamos aquel día en que nada salió como estaba previsto y nos alegramos por ello, todos tenemos ese recuerdo que nos da esperanza. Si hubiera hecho lo que debía, o lo que quería, jamás habría tenido la suerte de...

Casi nunca es así. Pero en ocasiones es así.

Así funciona el Viaje. Hay reglas, también, reglas impuestas, impedimentos. Tener el valor de no cumplirlas es demasiado complicado, especialmente si no quieres dar un disgusto a la familia. Navegamos como vikingos, por fiordos cubiertos por la bruma, disparando flechas de fuego para tratar de descubrir los salientes rocosos y gritando muy fuerte a Odín para que nos proteja y nos avise, con el eco de su nombre, del inminente hundimiento. Eran buenos navegantes, los vikingos.

La filosofía del triunfador dice "créate tu propia suerte". Está claro que podemos, con nuestro esfuerzo, tratar de compensar una fortuna adversa. Eso debe de ser muy reconfortante. Pero creo que es mejor tener buena suerte. Es más seguro, duele menos, te da calidad de vida. Eso sería, para mi, el verdadero Estado del Bienestar: aquel que pueda garantizar igualdad en la buena fortuna a sus habitantes (no voy a hablar de política, aunque hace mucho que no lo hago, en este blog aún no he escupido en la cara de esos mamarrachos que juegan a guiarnos y a la democracia. No digo más, pues, al respecto). Aquí se habla de otras cosas, se habla de ruinas tristes y herrumbrosas, a penas escombros diurnos en los que corren libres las ratas y los gatos callejeros que las persiguen, lugares donde los yonkis no quieren ni parar para picarse. Habla de ruinas, habla de barro, habla de basura y restos orgánicos. Pero a estas ruinas jóvenes la Noche las transfigura, las imbuye de una propiedad mágica: Lo vulgar se hace drama, los fantasmas reclaman su parcela y susurran sus historias. Ellos eran como nosotros. La poesía del escombro, la lágrima de la tubería rota, las escaleras que suben hacia ninguna parte, el papel de las paredes a la vista de todos, el espejo que refleja el Vacío. La deconstrucción de lo que antes era real y firme, el cambio de estado, de casa a ruina, de realidad a recuerdo y ensoñación. Y de las musas que producen ese efecto mágico sobre las ruinas. Y habla también de sueños en los que te ves sumergido por obra de ellas, de sueños rotos por breves espacios de consciencia.

No se si la culpa la tiene el Estado liberal, o la moral judeocristiana tamizada por el protestantismo (si es que no son la misma cosa). No me voy a meter en camisas de once varas (tuve la asignatura de antropología del capitalismo, pero admito que sólo fuí a las dos primeras clases), no domino ni las teorías ni me fío de los teóricos. Lo que se es que fué cruel quien decidiera dotarnos de un espíritu crítico que no sirve para nada en absoluto: los que somos críticos adolecemos del mismo pecado que la socialdemocracia tal como fué definida en su momento por el KOMINTERN: estamos demasiado atrapados en el sistema para creer en una alternativa real, solo podemos aspirar a obtener migajas. No existe una alternativa creíble. El eterno retorno nos lleva de nuevo al Pesimismo, al Existencialismo, al Nihilismo...y más allá de todo eso, el verdadero dolor, el Dolor del Mundo, weltschmerz, como dijo Jean Paul el bayreuther (¿se escribe así?). Un dolor que no admite adorno. Lástima no haberme detenido en el hedonismo, es probablemente la postura más lógica y beneficiosa. A corto plazo.

De modo que esperamos, como aves carroñeras, el final inevitable (¿alguien más tiene en la mente la clara idea de que todo esto va a acabar, de un modo u otro, antes de que nuestra vida se agote?), esperamos un final que está solo esbozado, un final improvisado. De esos que la mayoría de las veces salen tal y como cabe esperar: mal.

Mucha suerte a todos.


miércoles, 21 de noviembre de 2007

Conjugaciones



Corrías roja sobre el asfalto negro y yo verde y azul persiguíendote sobre los adoquines mojados, con las motoclicletas circulando en torno y a través de nosotros. No podías ser más prototípica: boina roja, cabello rubio, ojos azules, camiseta de rayas blancas y rojas, falda roja, botitas rojas reluciendo bajo la lluvia gris, gris como yo, el lobo que caza la niña (¿no hablé de tu bolso, tu hermosa billetera?). Los ojos fijados en los ojos y nada más, nuestra mirada extranjera se encuentra y la sonrisa que se eleva en tus labios es tan dulce que me trae aroma de sándalo. Hay una certeza en todo esto. No observé como las escaleras que escalabas con pasos ágiles, salpicando mi rostro miope nos llevaban a un punto más alto y cuando quise darme cuenta ya estaba cayendo y había perdido las gafas y había engordado tres kilos. Pero cuando bajaba encontré la certeza de tus ojos y me detuve a pensar si lo correcto sería fulminarse con el suelo o fundirse con él. Conseguí fundirme fulminado.

Quise ser un ángel caído, pero sólo llegaba a santo varón, por lo que decidí que con el diablo me iba a ir mucho mejor. Y tú no dejabas de correr roja sobre el asfalto negro. La noche nos alcanza (la noche nos alcanza siempre) y tu falda no parece ya tan corta, me esquivas entre las farolas y te escondes en bares infames. Te encuentro en los labios de otro y te pido que te bajes de ahí, que hay cantidad de infecciones peligrosas que pueden transmitirse de ese modo. El marinero de brazos peludos era una mala bestia de carga y no dudaría en partirme el cuello, y yo me preguntaba que te atraería de los hombres toscos y peludos, y la visión fugaz de vuestros cuerpos desnudos contrayéndose el uno contra el otro me resultaba repulsiva y excitante. Dirás que me lleva el morbo, la locura, pero en realidad yo te amaba y deseaba sólo para mi y cualquier otra verdad me producía una fiebre tifoidea. No paraba de sonar la misma música y yo sabía que debía marcharme, pero entonces me encontré con la certeza de tus ojos enmarcados en un Sol de pestañas. Así que te tomaba de la mano y te sacaba de ahí, te alejaba de la miasma y la peste y te refugiaba en mis brazos contraechos, te apretaba contra mi pecho mullido y lo endurecía para resultar más protector. Y el viento golpeaba mi cara mientras tus lágrimas humedecían mi hombro. Pero sabía que llegaría el día, zapatitos rojos, en que por mucho que buscara no te econtrara y cuando te hayara, al final, tampoco pudiera tener ya la certitud de tu mirada.

Vínculo

He tardado veintiséis años en darme cuenta: estoy torcido. Mi rostro está torcido. Hacia la derecha. Y el resto de mi cuerpo lo acompaña. Marco las doce y cinco. Soy más bajo de un lado que del otro, y eso está bien, porque tiene que ver con mi tono elevado y mi tono bajo. Ayer me dijeron que tenía que encontrar mi yo poético, pero ahora tendré que buscarme dos yos. Los tengo, de hecho. Jacques Percipied está retirado en un ático parisino, pero no de Montmatre, cerca de allí, del Barrio Latino, practicando qué habría pasado si Rimbaud hubiera decidido comenzar a los veinte años. Huele a kebab y hay fulares. Mientras, más bajito y feo, Goyo Graco frecuenta tabernas llenas de humo y juega con muertos a las cartas, bebe bourbon a morro y se va con esa y esa otra que están (para su desgracia) más borrachas que él.

En estado semiletárgico, escuhí a las marmopas caer y obisé pequéñas pétulas de polvo suspendidas sobre el parnasio .

Esas cosas dice.

Me fijé esta tarde, las gafas me quedaban torcidas, y el pelo también, aunque eso fuera diferente. Sonreí con media cara con franqueza, con la otra media con sarcasmo. Y lo ví claro.

Otra vez el Mito del Doble se aplica a Caín y Abel. Soy dos en uno. Desde esta noche, queda invitado Goyo Graco (soy yo, Percipied, quien pasea con las musas) a escribir en este blog.

martes, 20 de noviembre de 2007

Placa de Petri

Foto: Hojas pudriéndose doradas en el parque de las Moreras. Valladolid.



Camino en una tarde lluviosa (ahora ya no estoy seguro de si era tarde o mañana, he perdido la noción de mañana y de noche, siempre es tarde, siempre es tarde) junto al parque que vió al Sol reflejarse en tu iris bicolor en este verano reciente y difunto. Ahora que el agua devora las hojas del otoño y el olor dulzón de un amor amarillento y podrido me envuelve y me transporta a lejanas mesas de piedra junto a árboles místicos y huesos de cereza en la infancia del rey Arturo, la tierra se vuelve barro y mis pasos fatigados se hunden, se detienen, avanzan.

Atravieso el puente decidido, sé que la locura será arrastrada por el cauce ceremonioso del río, atravieso el puente angustiado y descubro una certeza: moriré atropellado.
- Y además tengo que cruzar la calle - hablar en voz alta es un nuevo síntoma.
No cruzo.
Cuando llego a mi destino descubro que, contra todo pronóstico, no estoy donde debía estar. Busco una parada de autobús en una calle cercana, pero resulta que esta circula en dirección contraria.
- ¡Me he equivocado de puente! - un ciego me mira sorprendido - ¡Estoy yendo por el camino de vuelta!.
Corrijo el rumbo mientras recompongo el mapa, y ahora sigo los pasos que trabajosamente recorrías cuando acudías pensativa a visitar lechos ajenos (¿Que pasaba por tu mente durante esos largos trayectos?).

Por fin dos pinos nobles señalan la puerta que debía haber escogido. Ahí está ese bar triste y sucio con nombre de película - gran trabajo de Steve McQueen, aunque en esta celda no tenía ya ni guante ni pelota - y ahí, por fin, mi parada de autobús, que ya llega tarde, tarde (Que oportuno). Un ciego me observa sorprendido, una mujer con visones y peinado horaciano entrevista a una rumana sin papeles (la van a echar de casa) y yo no encuentro mi libreta. Por fin he llegado, antes de tiempo, y llueve. Ahora recuerdo que tenía algo para hacer frente a esta meteorología fenomenal.

Me paro a escribir bajo la lluvia mientras escucho
aplausos en mi paraguas.


lunes, 19 de noviembre de 2007

Cambio de escala

He reficcionado mucho sobre el tema y he llegado a la conclusión esta misma mañana. De modo que el tema queda agotado en lo que a nota musical se refiere. Pero antes de que pasemos al "la", empleemos esta técnica pera desmenuzar un poema y transfiguráos conmigo:

Sois detectives de palabras

AHÍ

El lugar al que se encamina algo o donde está algo.

,

Pausa que genera aliento.

EN EL CRUCE DE CAMINOS

Un punto de encuentro, un punto de partida, un punto de decisión.

,

pausa que exhala e inhala.



La persona que se encuentra en el punto antes descrito.

.

Detiene el mensaje que te nos ha situado dentro del poema.


DE PRONTO DETENIDA

Has dejado de estar en movimiento, o él acaba de verte inmóvil.

,

pausa para observar mejor

HORA CRUCIAL

Tú misma marcando las doce en punto respecto a la vertical del suelo, u otra hora en cualquier otra postura; o bien momento en el que tiene lugar la mirada. Podría no estar en movimiento, ese momento, o bien no.

,

Pausa para consultar el reloj, que viene a confirmar cualquiera de las dos teorías arriba expuestas.

CUERPO EN ESPERA

Confirma que la posición que marcaba la hora ha cesado su movimiento con el motivo de aguardar a algo. Viene a descartar la segunda teoría arriba expuesta.

.

Pausa para cerrar la polémica doble teoría.

ASÍ

De este modo (aguardando, inmóvil, en el punto de encuentro o decisión)

,

pausa para observar la inmovilidad arriba indicada.

¿QUÉ PREVALECE DEL PRESAGIO?

Cuanto de lo previsto o preconcebido no ha sido traicionado por la inmovilidad en esa postura y en ese lugar de decisión concreto.

QUIERAS O NO

El resultado es inevitable

,

pausa para anunciar el nombre del condenado

EL DÍA

Momento que media entre dos espacios de sueño, en el que tú te encuentras inmóvil en una confluencia y él te observa.

,

pausa para anunciar al cómplice

CONTIGO

Tu misma, inmóvil en el punto de decisión

,

pausa para que los condenados conozcan su condena

SERÁ YA UN ANTIGUO CONJURO

Se condena a los condenados a cambiar de estado y pasar a ser irreales, nocturnos y malignos, y él mismo como habitante del propio día, a sentir este como irreal y ominoso.

.

Pausa para contener el aliento

UN MUERTO CAUTIVERIO

Se condena a los condenados, por tanto, a ser prisioneros de su propia vida indefinida. Él tan sólo hasta que llegue el sueño y tras este un nuevo día.




Han nacido para acariciarte

Quieren recorrer suavemente
las sombras que tu espalda dibuja,

dibujar
tu espalda
en las sombras

Quieren saber a qué
saben tus labios
y saborear las uvas maduras
y deleitarse con el néctar
que brota en tu
vientre

Quieren brillar con tus ojos
y constelar nuevos zodíacos
quieren detener el tiempo
refrenar el carruaje del amanecer
luchar contra el día
Y ser derrotadas
para peinar
tus cabellos
y bañarse contigo
en el azul
cielo
diurno

Muy lento, muy lento, muy lento:

Afortunadas ellas,
que pueden ser tu sonrisa.
Afortunadas ellas
que corren oír tu cuerpo
y estremécense contigo

Corren oír tu cuerpo
Corren oír tu cuerpo

¿no lo escuchas?

Corren oír tu cuerpo
Corren oír tu cuerpo


domingo, 18 de noviembre de 2007

Náusea

Nada de lo que ha sido volverá.

Así, fiebre del tiempo, signo de un largo sacrificio.

Mas, callada la plegaria en la piel,

Mientras la ruina cuenta su fábula, el día ¿qué

gloria evocará?

Desierta aurora de exilio.


Manuel Álvarez Ortega
Heredad en la sombra


Donde mueren de encontrarte tardía los días y las horas, en taciturno silencio acompaño a la voz que te llega y con mis latidos pienso tus palabras. Te siento oscura cuando, cayéndote del mar nocturno, se apagan los segundos, marcando la espera de encontrarnos letras de arena, polvo que produce adioses de Luna creciente y olas de recuerdo. Así sueño, embebido de Cielo, manando del sobrio remanso de un eclipse negro y rojo, en los días aún por encontrar.

Entiendo las circunstancias que atañen ciertos verbos y acciones: Cuando busco flores vomito pétalos de azahar y no encuentro pañuelo con que enjugar el sudor del amanecer. Esta noche va a helar y luego vendrá la lluvia, dulce lluvia, dulce lluvia, traes contigo el aroma de su piel blanca: llévame de vuelta a los días grises en los que navegaba por costas misteriosas. Los espejos han dejado de funcionar y de nuevo siento la presencia de palabras ocultas que me acechan en las sombras y en las yemas de los dedos, que se esconden al borde de páginas amarillas o me evitan disfrazadas de música. Por favor, por favor, vuelve a mi y sella con tus labios frescos versos e historias que no hiedan a muerte. Tengo habre y sed, no deseo más bebida sin espíritu, y no hay comida que alimente mi alma. Hasta el humo, mi fiel compañero, me sabe ya a nada.

Correr hasta el fin del mundo, consumirte hasta ver al Sol desgarrar tu negro manto de pudor y poseerte sin tregua y dormir toda la mañana sueños de aguas pausadas. Escalar muros de palabras con el único fin de dejarme caer desde lo más alto y sentir estallar contra el suelo el mismo misterioso embriago de náusea y perfume...

Fail better


On.

Say on.

Be said one.

Somehow on.

Till nohow on. Said nohow on.

Say for be said.

Missaid.

From now say for be missaid.

Say a body. Where non. No mind. Where none. That at least. A place. Where none. For the body. To be in. Move in. Out of. Back into. No. No out. No back. Only in. Stay in. On in.
Still.

All of old.

Nothing else ever.

Ever tried. Ever failed. No matter.

Try again.

Fail again.

Fail better.


Samuel Beckett (Extraído de su obra "Worstward who")


En ocasiones sueño que soy un animal encerrado en una jaula cruel, sin muros ni vallas: sólo la consciencia del encierro y de que no hay nada más allá. Que no hay donde escapar, que todo lo que queda es jaula y cárcel.

Coro:

On.

Say on.

Be said one.

Somehow on.

Till nohow on. Said nohow on.


A veces me encuentro conmigo mismo, fugaz viajero en el tiempo y la memoria, y me veo ahí tendido y pienso "levántate, ya sabes lo que tienes que hacer". Pero se que no lo haré. Porque ya estuve ahí y no lo hice.

Coro:

Say for be said.

Missaid.

From now say for be missaid.

Hay desiertos y hay oasis y hay montañas y bosques, hay rios y mares, nieve y roca, volcanes y terremotos. Cada mañana abro los ojos y no se si tengo que ponerme ropa de abrigo o darme crema solar, o llenar la cantimplora, o buscar un chaleco salvavidas. Este estado de aturdimiento me dura unos veinte minutos. Hasta que me doy cuenta de que ya llevo el equipaje necesario para cada contingencia conocida, y que para las contingencias desconocidas no hay equipaje posible. Lo bueno de controlar la situación es que es imposible.

Coro:

Say a body. Where non. No mind. Where none. That at least. A place. Where none. For the body. To be in. Move in. Out of. Back into. No. No out. No back. Only in. Stay in. On in.


La soledad me persigue, y yo la persigo a ella. La necesito tanto como ella a mi. A veces la engaño, pero al final siempre acabo buscándola. Y qué más da: todos estamos solos. Al final todo son soledades que se acompañan la una a la otra, soledades compartidas o soledades solitarias.

Coro:

Still.

Todos los recuerdos son tristes, los felices aún más. Cierro los ojos, me siento en el suelo mirando al infinito, cierro los ojos, respiro, desfilan ante mi las imágenes congeladas del pasado. Todos los recuerdos son tristes, los olvidados aún más. Ojalá pudiera recordarlos. Observo el infinito hasta que por fin me doy cuenta de que no soy Yo ahora. El camino que he recorrido para llegar hasta aquí es mi ahora. Ojalá te conociera desde siempre. Ojalá pudiera recordar tus recuerdos. Pero no puedo.

Coro:

All of old.

El amor es ahora. El amor no es ayer. Sólo existe ahora, y ahora no existe sin ayer. Pero ayer es ahora. Solo somos ahora porque fuimos ayer. Pero somos solamente ahora. Ya no, ahora. Ya pasó, ahora ya no. Ahora ya es ayer. Ayer nos amamos. Luego nos amamos también ahora, aunque no esté muy clara esta teoría.

Coro:

Nothing else ever.

Escúchame, silencio.
En la noche vacua vago por los parques y me encuentro con el eco de tus pecados. Ahora sé que ocurría tras la puerta cerrada, conozco al fin los rostros que se ocultaban tras las sombras - los besos furtivos -. Ahora sé que se tramaba mientras me revolvía en mis sueños y ardía en los infiernos, y maldecía tu nombre en secreto para luego pedir perdón a las estrellas. Me alegro de que aquello haya terminado.

Coro:

Ever tried. Ever failed. No matter.

Dime tú, silencio,
que no hablarás de mi pulso ni de mi respiración contenida. Sólo tú puedes saberlo.

Coro:


Try again. Fail again. Fail better.



Confieso que he descubierto cierto placer en asfixiarme.


sábado, 17 de noviembre de 2007

La lenta danza de las estrellas infinitas

Foto: Ilustración de Charles Vess para Stardust, de Neil Gaiman.



(otra vez)

Que hermoso. Sobre el mueble tosco y en apariencia áspero, a la luz de una indecisa vela.
Aferra con pasión una pluma sedienta, la mueve con precisión, pero velozmente ,dibujando los sonidos -siente ahora que el viento quiere entrar por su ventana cerrada-, tejiendo con intrincados caracteres redes que atan a una fina superficie los colores, la música, el frío y la noche, el mundo.

Ejecuta así su magia. Universos enteros se condensan en un punto,
se extienden,
se doblan,

remontan · el vuelo,
descienden, se separan,
continúan,
A la espera de que, en algún lugar, alguien diestramente desentrañe el misterio, que alguien haga funcionar el conjuro, que alguien haga danzar a las estrellas infinitas.

Resucitar la voz del Vidente es virtud de sólo unos pocos.


La pluma se detiene, y una gota se desliza por el filo. Refleja en su negrura la luz febril de la mirada de su amo, y se precipita hasta encontrarse con la límpida agua de un vaso olvidado. La tinta se contorsiona formando espirales y la poesía toma forma de criatura que se arrastra, nada, extiende sus pequeños brazos y desciende a la mesa. Tiene conciencia de si misma y ejecuta sobre la madera una coreografía hasta entonces oculta. El poeta contempla maravillado a este ser que en su amor por él adopta rasgos femeninos, y quiere crecer para abrazar, para acariciar, para besar. Deja tras de sí el rastro grisáceo de unas huellas diminutas e intenta hablar, pero su voz es demasiado débil para ser escuchada. El poeta humedece sus manos en el vaso y extiende su palma, recoge a la criatura que inclina su cabecita y observa. La deposita en el suelo junto a una fuente. Indecisa, ella avanza y, con sumo cuidado, toma una gota de agua, luego otra y otra más.

Ahora es tan alta como él, transparente como el cristal bien pulido, y la esencia grisácea es casi imperceptible. Toma a su amado de la mano y pasean bajo la Luna, bailan muy despacio y se funden en un beso. La líquida figura se mezcla con el poeta, estalla en mil gotas y el llora lágrimas negras y dulces.

Desperté sobre mi mesa, el tintero volcado, mis ojos humedecidos. Desperté, mojé mi pluma y dibujé sonidos añorando la lenta danza de las estrellas.

viernes, 16 de noviembre de 2007

El Viejo

El viejo coleccionaba chinchetas diminutas. Tenía las uñas largas y duras, astilladas en parte. Un observador avispado podría deducir que trabajaba con ellas. Llevaba también anteojos, que es como se llama a las gafas en los cuentos que quieren referirse a un indefinido tiempo antiguo, situado entre la segunda mitad del siglo XVIII y el primer cuarto del XX. Pero no es el caso. Él los llamaba antejos porque no encontraba sentido a la palabra "gafa".

gafa.

(De or. inc.).


"Anteojos" tenía, por el contrario, un origen claro y definitivo. "Occulo de vitro cum capsula" era demasiado largo y engorroso, y podía referirse también a una lupa (los latinos no la llamaban lupa, lupa es una palabra de origen francés. Para los latinos lupa era una prostituta, o una loba, o la loba prostituta que amamantó a Rómulo y Remo). Y el usaba lupa. En realidad sus anteojos eran unos quevedos, pero Quevedo seguramente los llamaba "anteojos". Sobre la camisa de cuadros azules llevaba siempre el mismo chaleco de lana marrón con bolsillo, a juego con los pantalones de pana. Sobre la camisa de cuadros verdes llevaba siempre el mismo chaleco de lana marrón con bolsillo, a juego con sus pantalones de pana. Sobre otras camisas que no fueran de cuadros verdes o azules llevaba siempre distintos chalecos de lana con bolsillo marrones. Entonces los pantalones se alternaban, no conjuntando siempre. Fuera el chaleco que fuera, en el bolsillo asomaban la lupa (no Capitolina), un lapicero mas fino de lo normal y unas pinzas largas. ¿Cual creéis, mis lectores, que sería su profesión? Unamuno diría que era un coctólogo, pero eso sería limitar mucho el campo de acción de este vigoroso ancianillo de mirada viva, este Gepetto de carne y hueso. Sus sueños cabían en una caja de fósforos. El los llamaba fósforos.

cerilla.

(De cera).

1. f. Varilla fina de cera, madera, cartón, etc., con una cabeza de fósforo que se enciende al frotarla con una superficie adecuada.


Llamarlas cerillas suponía denominar el todo por la parte menos notable; a fin de cuentas sin el fósforo no eran más que palillos. Sus sueños no cabían dentro de una caja de palillos.